Premiando a los pícaros...
- 25/12/2025 00:00
¿Quién determina que los expertos son expertos? La especialización vino a separar procesos que antes fueron integrales, en mil actividades dependientes unas de otras, y del mismo modo, requiriendo de mil supuestos expertos para que algún resultado se obtenga. Eso es en sí una definición de burocracia.
Hace poco realizaba trámites en una entidad pública. Me llamó la atención que había cuatro funcionarios frente a una fotocopiadora, del tamaño de un refrigerador. Uno se agachaba y tocaba algo. Otro esperaba la indicación con el dedo del que estaba agachado, y procedía a tocar un botón. Luego, el tercero abría un cajón lateral y miraba dentro. Meneaba la cabeza y se repetía todo el proceso. Al cuarto funcionario no le vi más función que conversar y entretener a los otros tres, mientras todo el grupo estorbaba en un pasillo de por sí muy estrecho y mal diseñado.
Me entretuve mientras esperaba, viendo el carrusel repetitivo, sin que lograran hacer que funcionara la máquina. Al pasar los minutos, comprendí que se trataba del Departamento de Mantenimiento, y que estaban tratando de hacer funcionar la única fotocopiadora de la entidad. Es fácil imaginarse el atraso que genera que la única máquina de impresión de una entidad pública esté fuera de servicio. Más curioso aún, había impresoras pequeñas en la mayoría de los escritorios.
Yendo contra mi sentido común, decidí preguntar porqué no usaban las impresoras que abundaban en esa oficina. “No jefe, esas están allí desde que llegamos nosotros y no funcionan. Les falta tinta y está muy cara” fue la respuesta que recibí. Me dieron la espalda y el grupo de cuatro volvió a lo suyo.
¿En la cabeza de quién cabe que usar una copiadora multifuncional del tamaño de un refri es más barato que usar varias, más sencillas? Eso sin mencionar el nivel de autonomía que les brindaría a los funcionarios poder imprimir desde sus escritorios, sin tener que levantarse y caminar todos a un punto en común, generando un tranque y pérdida de tiempo en los pasillos. Imagine el tiempo que le ahorrarían al usuario, que debe esperar a que el último de la línea de impresión busque, revise y retire el documento de la impresora única, no sin antes tener que pasarles a tres o cuatro colegas sus propias impresiones.
Hay un equipo de Recursos Humanos dentro de esa entidad. Esa gente debe ser experta en contratación, asegurando que haya especialistas en gestión dentro de las filas de la entidad. Esos especialistas verían a kilómetros que un simple cambio de estructuración y funcionamiento generaría enormes beneficios y ahorros en tiempo y dinero a la entidad, y consecuentemente, al usuario. ¿Por qué entonces, nadie dice nada? ¿Por qué nada cambia?
Si bien el ejemplo que describo es real, aplica a toda la maquinaria gubernamental. ¿Dónde están los expertos que deberían velar porque cada oficina cuente con personal capaz de reparar los equipos que usan? ¿Dónde están los economistas que digan que escritorios autónomos son más baratos y eficientes que un “Enterprise” hecho fotocopiadora?
Resulta, amigo lector, que hay muy pocos expertos reales en las filas de la enorme planilla estatal. Eso es el resultado de que el proceso de nombramiento tiene poco o nada que ver con aptitudes y méritos, y demasiado que ver con amiguismos y partidos políticos. Para añadir insulto al golpe, los pocos expertos que hay entre los funcionarios están supeditados a superiores jerárquicos de temporada, que cambian con demasiada frecuencia, con la capacidad intelectual de una persona que llega limpio al gobierno, y a los cinco años tiene cuentas millonarias, careciendo de comprensión lectora, pero con todo el poder de despedirlos, así que se someten al sistema.
El problema de nuestro país es que se ha romantizado el delito, y se ha elevado el juega vivo a valor moral, en vez de señalarlo como la primera muestra innegable de ignorancia de una persona. Tenemos los funcionarios que tenemos, porque elegimos a las personas que elegimos.
“Es que el que sube y no roba, está muy pendejo”, frasecita cochina esa. Robar es delito, y ser honesto es un mérito, no al revés. Mientras no nos demos una lavadita mental con cloro, seguiremos eligiendo no de manera democrática, sino por decisión de la mayor minoría a quienes toman las riendas del país.
Mientras eso suceda, seguiremos viendo a los que los medios de comunicación ensalzan como héroes, convertidos en los delincuentes sin valores que siempre fueron. Seguiremos viendo autoridades que hablan de una sociedad decente, pero que dejan a connotados ladrones decidir dónde y cómo “pagan” sus condenas.
Pero no es un error local. Recientemente vimos cómo alguien premiado por los amigos del norte ha resultado ser también tremenda ficha que, como todos, se vendió como lo más correcto y decente de la sociedad. No hay expertos reales. Hay bufones que salen en redes sociales haciendo y diciendo zoquetadas, y un pueblo masoquista les entrega el poder.
Seguimos premiando a los pícaros, y castigando a los honestos.
Aprendamos, que el país no es eterno.
Dios nos guíe.