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¿Qué fue del ‘amor al trabajo’ de los peninsulares?

Ismael Gordón Gurrel | La Estrella de Panamá
  • 07/06/2025 00:00

Según el diccionario de la Academia de la Lengua Española, la palabra herencia deriva, “del lat. haerentia, n. pl. del part. act. de haerēre, estar adherido, infl. En su significado por heredar”. De las cinco acepciones, todas son ampliamente entendibles y no muy difíciles de identificar en los individuos, como los rasgos físicos, el comportamiento, sus sentimientos y hasta el “amor al trabajo”, a las cosas materiales que les dejan y que les enseñaron sus padres, son visibles y evidentes.

Son notorios y frecuentes los litigios en nuestros pueblos peninsulares generados, desde luego, por problemas de herencias de tierras y bienes, como ganado y dinero que a base de esfuerzo lograron trabajando los padres y abuelos de los litigantes. Hasta vergüenza ajena sentimos al ver cómo se pelean, desheredan a las hermanas a quienes solo les corresponde atender a los viejitos hasta su muerte; se matan entre ellos por lo que lograron sus ancestros a base de sudor y lágrimas, para luego, muchas veces, perderlo en parrandas, licor y drogas, quedando la mayoría de esos bienes en manos extranjeras.

Esta debilidad por parte de los peninsulares nos está llevando a una “invasión” de extranjeros que no sólo se están apoderando y aprovechando de las mejores tierras y negocios, sino que están imponiendo una serie de situaciones que eran muy poco frecuentes en la región del Canajagua. Basta con revisar los noticieros diarios para encontrarnos con situaciones de crímenes horrendos que antes no ocurrían en nuestros pueblos.

La parte genética de aquel legado “de amor” al trabajo no aparece en muchos santeños, herreranos y veragüenses, quienes siguen vendiendo sus tierras, su ganado o perdiéndolos frente a deudas contraídas con los bancos locales, en vicios desconocidos, compra de autos costosos y dedicándose a la vida loca, llenando de tristeza y desolación a las familias y comunidades que ven desarrollar en los pueblos y comunidades algunas actividades que no son las acostumbradas, muy distintas a las relacionadas con la siembra y cosecha de maíz, arroz, caña de azúcar o el pastoreo de ganado vacuno o caballar, entre otras.

Conversando con un lugareño de uno de nuestros pueblos le pregunté: don Pancho, ¿a qué se debe esta situación que aumenta cada día? Y me respondió así: “es que hoy en día es poca la juventud que quiere trabajá, mucho menos estudiá; solo esperan que el papa o el agüelo se muera pa’ vende o hipotecá los terrenitos y to lo que ellos tenían, pa’ parrandea y despué... muchos de ellos van a pará limpio, a la cárcel por las drogas y los vicios”.

La belleza natural, el clima, la fertilidad de la tierra, la poca actitud y visión comercial de nuestra gente son los mayores atractivos para algunos extranjeros que tienen la dicha de conocer nuestras regiones. Así es como europeos, norteamericanos, canadienses y de otras latitudes, poco a poco se han ido adueñando de tierras valiosas y propiedades antiguamente en posesión de nuestros campesinos trabajadores, especialmente los de zonas costeras, ofreciendo precios nunca escuchados, pero que sólo representan una ínfima parte del valor que representan los proyectos a desarrollar. Regiones como Pedasí, El Uverito en Las Tablas y Tonosí son las más apetecidas por los inversionistas.

En los corregimientos la situación es diferente, los chinos son quienes asumen y mantienen a flote lo que antiguamente eran las tiendas de abarrotes manejadas por lugareños, pero que hoy son los famosos “súper”, “minisúper”, ferreterías y materiales de construcción están en mayor porcentaje en sus manos.

Luego de tanto revuelo causado por EE.UU. respecto a la falsa influencia china en el Canal de Panamá, creo prudente que las autoridades del país y locales sean más cuidadosos con los controles de la migración extranjera en nuestros pueblos, que solapadamente van penetrando nuestra geografía, configurándose en lo que muchos llamarían invasión.

Hechos ciertos que tranquilizan son que la mayoría de los chinos que hoy ostentan los negocios son descendientes de chinos que ya se han integrado a nuestra sociedad panameña y son panameños, hablan español y no son recién llegados. Todo apunta a que la genética china sí conserva el “amor al trabajo”. Ya no es frecuente encontrarse con una tienda regentada por un panameño cien por ciento. Este oficio requiere de mucho sacrificio y trabajo físico; nuestros ciudadanos locales no parecen estar dispuestos a pagar esa cuota de sacrificio y por ello la población originaria tolera el abuso en el alza de precios de comestibles y demás insumos, sin ninguna protesta formal. Los chinos contratan poco personal panameño, todo queda entre ellos. Las autoridades deben confirmar y obligar a los dueños de estos negocios a inscribir a sus empleados chinos en el régimen de la Caja de Seguro Social y cumplan con el pago de impuestos, como indica y requiere la ley, tal como se obliga al panameño dueño o no de negocios.

El hombre netamente peninsular, que pretende parrandear y disfrutar de la buena vida sin trabajar, se enfrenta a un futuro incierto y aterrador si no toma en consideración lo expresado y no reflexiona seriamente respecto a la situación sociocomercial actual en la que se encuentra inmersa la península.

*El autor es escritor