Rasgos autobiográficos del escritor que soy
- 18/07/2025 00:00
Crear es un asunto impostergable en el ejercicio de cualquier arte cuando aflora la chispa insistente de una idea, recuerdo, sentimiento, temor, un difícil sueño impostergable. Intuitivamente sospechar que tras esa idea, acaso peregrina o poco consistente, podría nacer y desarrollarse tarde o temprano una genuina historia, la cual uno sabe que para bien o para mal tendrá consecuencias...
En ese sentido, no es cierto que al sentarse a crear, un escritor debe tener clara la historia que quiere o puede llegar a relatar. Descubrir el alma de esa historia (idea), ponerla a palpitar al insuflarle vida, es de lo que están hechas las mejores historias. Es algo que cualquier buen novelista o cuentista —y a menudo también los mejores poetas— puede certificar.
Por alguna razón, no es frecuente en Panamá que nuestros escritores dediquen espacio en los medios escritos o, incluso, en prólogos de sus propios libros, para comentar las características germinales que influyeron en su gusto por la escritura. Acaso teman que hablar de sí mismos en cuanto creadores pueda sugerirle al lector una vanidad, lo cual es en realidad bastante irrelevante...
Pero a mi entender, más que hablar de sí mismos —lo cual por cierto es perfectamente lícito cuando ya se tiene un determinado grado de experiencia—, lo que hace falta es la exposición de argumentos inherentes al talento en general, que puedan servir de estímulo a quienes recién se inician en el complejo mundo de la literatura. Explicaciones, consejos o sugerencias que, bien formuladas, sin duda funcionan como estímulos a la creatividad, cuando ésta realmente existe y está latente. Esta ha sido mi experiencia, y por eso hablo del tema.
En mi caso particular, el haber ejercido la docencia durante casi toda mi vida, tanto en colegios secundarios panameños como en universidades de varios países (México, Estados Unidos, Panamá), así como mi afición por la promoción cultural y el hecho de haber sido editor y antólogo de numerosas obras nacionales, ha sido una actividad no sólo amena, sino pletórica de retos, y una manera de complementar los dones de la escritura.
De ahí que todavía hoy, a mis 80 años, me siga fascinando la costumbre de escribir, tanto ensayos como artículos de opinión sobre estos temas, además de mi acostumbrada afición, desde muy joven, por la escritura de cuentos, poemas e incluso obras teatrales (cabe recordar que mi primer cuentario, “Catalepsia”, —Mención Honorífica en el Premio “Ricardo Miró” 1964, habría de publicarse en Panamá en un lejanísimo 1965, bajo el ojo crítico de Rogelio Sinán, entonces director de Cultura y Publicaciones del Ministerio de Educación), hombre bueno sin cuyos consejos tal vez no hubiera apostado por ser escritor como opción de vida. Además —esto lo saben o recuerdan hoy pocas personas— en 1966 se representó en el Teatro Nacional mi obra teatral La cápsula de cianuro, mención en el Premio Miró del mismo año.
Y como es sabido —lo he comentado antes—, el segundo gran autor que acuerpó mi futuro literario fue el gran escritor mexicano Juan Rulfo, durante todo el año 1971, cuando estuve becado en el Centro Mexicano de Escritores (en donde habría de escribir mi colección de cuentos más reconocido internacionalmente: “Duplicaciones... En realidad, como siempre supe que podía escribir todo un libro sobre la escritura de cuentos, eso hice finalmente en 2024, al publicar “Manual para la creación de cuentos y minicuentos imaginativos”, que ya se puede conseguir en Panamá. Obra que, bien manejada por profesores idóneos, así como por escritores en talleres o bien por su propia cuenta, quiero pensar que hará toda la diferencia... En él vierto todo lo que sé sobre el tema en los 65 años que llevo de ejercer este fascinante oficio.
Para escribir un cuento que no sólo sea un texto bien articulado en su aspecto formal, sino una visión novedosa, incluso temeraria, de lo que antes era sólo un desafío temático, el autor necesita trascenderse, retar las buenas costumbres si fuera necesario, quemar todas las naves para que el buque llegue a feliz puerto, por más que su perfil sea el de una nave fantasma. Así, paradojas como ésta ponen de manifiesto una auténtica vena artística, más allá de reglas y costumbres. Y es que no pocas veces el buen arte es, precisamente, ese poder trascender lo usual, lo conocido, lo esperado por el lector, e incluso por el autor mismo. Es decir, salirse por la tangente cuando, a su juicio, haga falta.
No se puede insuflar talento a quien no nace con sus mejores atributos, pero teniéndolo es más que posible darle curso atendiendo a determinadas prácticas de creatividad. Y para ello, los buenos libros, los exigentes talleres, los más idóneos maestros, son algunos de los tantos caminos para intentar al menos llegar a Roma. Lo demás es genuino talento y, por supuesto, suerte.