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Recordando a Marco A. Gandásegui hijo

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  • 21/08/2025 00:00

El 27 de abril de 2020 escribí lo siguiente en mi correo:

Cuando el pasado jueves, 24 de abril, el Dr. Juan Carlos Mas me preguntó si tenía noticia del fallecimiento del Dr. Marco A. Gandásegui (hijo) pensé que debía tratarse de un error.

Debe estar bien porque recientemente nos comunicamos, le dije. “Lo que pasa es que a Marco le hicieron hace poco una intervención quirúrgica,” repuso.

Sonó nuevamente el teléfono. Era el Dr. Eddie Tapiero, quien sorpresivamente me dijo que se ponía a mis órdenes para cualquier cosa que yo necesitara.

Le agradecí de corazón su ofrecimiento inesperado (que no entendí) y pensé que algo sí estaría ocurriendo en torno a Marco que yo ignoraba.

Desde entonces, distintos testimonios lo anunciaban: ¡No lo podía asimilar! Marco, a los 77 años (cumplidos hoy, 27 de abril), era aún joven y de buena salud.

Cinco días antes de su deceso, el domingo 19, sus palabras textuales fueron: “No te informé de mi operación... por dos razones. Creía que iba a ser una intervención sin mayores consecuencias.... La operación fue el martes (14) y salí del hospital ayer sábado (18)”.

“Todavía me siento como una ´chancleta´. Los médicos dicen que en dos semanas (o tres) estaré 100%. A esto hay que sumar al amigo Corona (hay que tratarlo con respeto).”

Le escribí el lunes 20: “Hola, Marco: Ignoraba completamente tu incidente, pero me alegro de que todo haya salido bien, así que, ¡a cuidarse, que falta mucho!”, Su respuesta, lacónica como siempre, fue: “Gracias, Julio”.

¿Por qué “a cuidarse, que falta mucho”?

Porque habíamos sido correligionarios desde la década de los sesenta y ´por respeto al amigo Corona´ pero, también, porque ambos luchábamos por la justicia social e internacional.

Así lo reconoció Marco cuando, en un foro sobre Venezuela en que participamos él, el Dr. Juan Carlos Mas y mi persona (“En Venezuela gana la paz”, 15 de febrero de 2019), Marco hizo un llamado especial a los estudiantes para que “volvieran a tomarse las calles” para perfeccionar la soberanía a fin de integrar a Panamá en la vanguardia regional.

Sus palabras iniciales fueron sobre un comentario mío de que en el foro abundaba más el cabello cano que el cabello negro.

Marco respondió que, al contrario, él veía más jóvenes que gente canosa y añadió: “No tomo muy en serio las palabras del profesor Yao. Yao es un joven amigo mío, pues los dos hemos compartido una vida larga y de lucha muy fructífera” (Marco tenía 76 años de edad al fallecer, y yo, 81).

Esa complicidad generacional fue posible porque Marco se había formado en el tema de las clases sociales al igual que yo, que había desarrollado una tesis sobre la “Teoría Marxista de la Formación de las Clases” (“On the Marxist Theory of Class Formation”), con el cual pude refutar conceptos del sociólogo estadounidense C. Wright Mills, del alemán Ralf Dahrendorf, del francés Raymond Aron, del polaco Ossowski, y otros que tergiversaban a Marx.

Igualmente me unía a Marco Gandásegui la teoría del centro y la periferia y diversos temas de relaciones internacionales.

Un ensayo de mi época en La Haya se tituló “Los Estados Unidos y la Estructura Centro-Periférica de América Latina” (“The U.S. and the Center-Periphery Structure of Latin America”).

Los dos trabajamos en el gobierno torrijista: Gandásegui en el Ministerio de Salud bajo el Dr. Renán Esquivel y yo, en el Ministerio de Relaciones Exteriores, como asesor personal del canciller Juan Antonio Tack, principal negociador del Tratado del Canal, y del general Torrijos.

A Gandásegui le tocó popularizar el lema “Salud igual para todos”, y a mí me tocó redactar la Resolución en el Consejo de Seguridad que EE.UU. vetó en 1973, además de la Declaración Tack-Kissinger de 1974, que eliminó la Zona del Canal y las bases militares y logró el traspaso de la vía acuática a Panamá.

Durante la Conferencia de la ONU sobre del Año Internacional de la Mujer en México, el profesor Gandásegui y yo fuimos designados para acompañar a la delegación, integrada por 400 féminas de todas las tendencias. Fui encargado como el responsable de la política exterior. Éramos los dos únicos hombres entre tanto mujererío.

En la misma noche del día que llegamos vino Gandásegui a mi cuarto para decirme que se regresaba al día siguiente a Panamá. “¿Cómo, si acabamos de llegar?”, le reclamé.

“Lo que ocurre es que todas esas mujeres están peleándose como perro y gato en la azotea, y yo no sirvo para eso”, se quejó.

Lo que se peleaban era quién iba a pronunciar el discurso en el pleno de la Asamblea General de la ONU: la profesora Berta Q. de Moscote, presidenta de la Delegación, o la profesora Berta Torrijos de Arosemena, hermana del general y líder mayoritaria de las mujeres.

Las convencí de que la profesora Moscote seguiría siendo la presidenta, pero que la profesora Torrijos de Arosemena daría el discurso.

La delegación logró un éxito clamoroso, y Panamá obtuvo otra victoria de nivel mundial: por primera vez nuestro país logró una resolución que pedía la soberanía y el desmantelamiento de la colonia y de las bases militares. Ningún otro embajador en la ONU (ningún hombre) lo había alcanzado antes.

Cuando EE.UU. invadió a Panamá en diciembre de 1989, me quedé sin mi trabajo de profesor en la Escuela de Diplomacia de la Universidad de Panamá, y fue Marco quien, en gesto de camaradería, me ofreció un espacio en el Centro de Estudios Latinoamericanos (CELA) como investigador, lo cual aproveché para traspasarle toda la bibliografía que tenía sobre las Relaciones entre Panamá y EE.UU.

A estas vicisitudes se refería Marco durante el foro sobre Venezuela cuando dijo: “Yao es un joven amigo mío, pues los dos hemos compartido una vida larga y una lucha muy fructífera”.

Por esa razón —y porque los que viven por la patria nunca mueren— le dije cuatro días antes de su partida súbita: “¡A cuidarse que falta mucho!”.

*El autor es analista internacional