Tres lecciones urgentes para nuestro sistema público de salud

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  • 21/09/2025 00:00

Hablar del sistema público de salud en Panamá es hablar de insatisfacción y sufrimiento. Mientras en países de referencia la salud es un derecho garantizado, aquí sigue siendo una lucha desigual y desgastante para la mayoría de la población.

Los panameños que acuden a los establecimientos de salud del MINSA o de la CSS saben de primera mano lo que significa esperar horas por una cita ya programada, o meses _cuando no años_ para lograr una atención especializada o un procedimiento quirúrgico.

Esos panameños _que no tienen el dinero para acudir a una consulta privada_ sufren también de la escasez de medicamentos, del maltrato burocrático, del dolor de ver a un familiar tratado como un número en lugar de una persona y _en el peor de los casos_ verlo fallecer porque el sistema le falló. Por eso no sorprende que miles de panameños terminen endeudados para pagar servicios privados que, en teoría, debiera garantizar el sistema público.

Esto no tiene por qué ser así: Panamá cuenta con la infraestructura, los recursos humanos y financieros para desarrollar el sistema de salud digno que exigimos, basado en la atención primaria y la cobertura universal de salud.

Pero antes _como señalé en mi columna previa_ deberemos superar la ineficiencia producto de la fragmentación del sistema, la desorganización, que genera descontrol y facilidades para la corrupción; y en no pocos casos la ineptitud y falta de compromiso de muchos de nuestros funcionarios públicos, pues llegaron al puesto gracias al clientelismo político, sin suficiente preparación ni compromiso real. Más leales al político que los nombró que al ciudadano que deberían servir.

En ese contexto _aunque también señalé que contamos con suficiente material bibliográfico, leyes, políticas y reglamentos_, nos haría mucho bien aprovechar las mejores prácticas y experiencias de los países que encabezan los rankings mundiales de salud, y aprender de ellos para transformar nuestro sistema público de salud.

Dicho lo anterior, le dedico el resto de esta glosa a compartir con ustedes tres lecciones clave que Panamá puede aprender de los mejores sistemas de salud del mundo: universalidad real y la equidad territorial, financiamiento sólido y transparente y confianza ciudadana y participación social.

Los sistemas de salud de referencia mundial —como los de Reino Unido, Canadá, Francia, Alemania, Japón, Australia y los países nórdicos— comparten una característica esencial: la universalidad real y la equidad territorial. No importa dónde viva una persona, siempre tendrá acceso a servicios de salud dignos y oportunos. La clave es la atención primaria, con médicos de familia, clínicas de primer nivel y programas comunitarios que previenen la saturación hospitalaria y resuelven problemas a tiempo y en la comunidad de las personas que atienden.

En Panamá, la realidad es distinta: la atención primaria sigue rezagada y los recursos se concentran en hospitales grandes de la capital, mientras comunidades rurales y comarcales sufren carencias crónicas de personal y medicamentos. Este desequilibrio genera exclusión y debilita la sostenibilidad del sistema.

Otra lección fundamental es el financiamiento sólido y transparente. Los países líderes destinan entre 9% y 13% del PIB a salud, con sistemas de control, gestión profesional y esquemas fiscales progresivos que aseguran estabilidad. Panamá apenas llega al 7%, con el agravante de una ineficiencia estructural: duplicidad entre MINSA y CSS, casos de corrupción en compras de medicamentos, burocracia desorganizada e injerencia política. Sin transparencia y una reestructuración institucional que elimine la dispersión y los intereses, es imposible aspirar a un sistema digno.

La tercera lección es la confianza ciudadana y participación social. En Japón, Suecia o Australia, la población confía porque sabe que será atendida con dignidad y que el sistema responderá. Esa confianza fortalece la cohesión social y asegura la defensa ciudadana del sistema. En Panamá, ocurre lo contrario: el sistema público es percibido como ineficiente, hostil y alejado de las necesidades reales. Recuperar la confianza requiere un cambio cultural: pasar de la lógica burocrática a una lógica humana centrada en las personas, y abrir espacios de participación ciudadana en la planificación y fiscalización.

El desafío panameño no radica en la falta de diagnósticos: abundan los informes que señalan lo que hay que hacer. El problema es la falta de voluntad y de gestión. La mediocridad de muchos funcionarios y la captura del sistema por intereses políticos y gremiales han impedido las transformaciones necesarias.

Lo que está en juego es mucho más que la atención médica: es la equidad, la cohesión social y el bienestar del país. El sistema que Panamá necesita debe estar blindado contra la corrupción, gestionado con profesionalismo, y centrado en los ciudadanos, no en los intereses particulares. Ese es el sistema que Panamá merece, y exigirlo no es una opción: es una obligación ciudadana.