Un mundo libre de armas nucleares

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  • 21/09/2025 00:00

Un tema del que se habla poco en nuestra sociedad, pero que reviste una importancia creciente, es la necesidad de un mundo libre de armas nucleares. A pesar de que estas representan una de las mayores amenazas existenciales para la humanidad, su presencia en el debate público es mínima.

Los riesgos de conflictos o accidentes por la utilización de un arma de destrucción masiva son reales, y sus consecuencias serían devastadoras no solo para las partes involucradas, sino para el planeta en su conjunto.

La joven sociedad panameña, cuyas preocupaciones han estado centradas principalmente en desafíos de desarrollo socioeconómico y en problemas de seguridad de otra índole, no suele incluir en su agenda el impacto directo que podrían tener los enfrentamientos entre potencias poseedoras de este tipo de armamento.

Panamá, como Estado parte de la primera zona libre de armas nucleares en una región densamente poblada —establecida por el Tratado de Tlatelolco, que prohíbe el desarrollo, adquisición, ensayo y emplazamiento de este tipo de armas en América Latina y el Caribe—, es un firme defensor del desarme y la no proliferación desempeñando un papel activo en el fortalecimiento de la arquitectura internacional para prevenir la propagación de armas nucleares.

¿Qué significa esto? Que, en los foros de discusión global, Panamá ha abogado de manera constante por un mundo más seguro, libre del riesgo asociado al uso de la energía nuclear con fines militares proscritos. Y como país que ha optado por el desarme y cuyos principios de política exterior se han basado históricamente en el diálogo y la construcción de puentes, nuestra mejor defensa frente a amenazas globales es la adhesión firme al derecho internacional en esta materia.

Sin embargo, a nivel mundial aún no se ha enfatizado lo suficiente la importancia de este compromiso. En la última década, hemos sido testigos de un número creciente de enfrentamientos geopolíticos que nos han llevado peligrosamente al borde de un nuevo conflicto bélico, con el potencial uso de armas nucleares. No han bastado las lecciones de aquellas sociedades que han vivido en carne propia los efectos del uso de estas armas en su territorio. En el pasado mes de agosto, los días 6 y 9, el mundo recordó los bombardeos atómicos sobre Hiroshima y Nagasaki, recordando uno de los episodios más oscuros de la historia contemporánea.

El pasado 29 de agosto se conmemoró el Día Internacional contra los Ensayos Nucleares (IDANT), establecido por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 2009, con el propósito de crear conciencia en la humanidad sobre los peligros que representan las pruebas nucleares para la vida, la salud y el medio ambiente, así como de impulsar acciones en favor de un mundo libre de armas nucleares.

De igual manera, el 26 de septiembre se conmemora el Día Internacional para la Eliminación Total de las Armas Nucleares, una fecha que busca mantener en la agenda internacional la urgencia del desarme nuclear y recordar la responsabilidad compartida de avanzar hacia un planeta más seguro y en paz.

Vale la pena destacar en este escrito que, al menos desde mi perspectiva, la energía nuclear debería existir únicamente con fines pacíficos. Es fundamental reconocer los beneficios que el desarrollo tecnológico vinculado a su uso ha aportado a nuestras sociedades. Más allá de su aplicación en la generación de electricidad con bajas emisiones de carbono, esta forma de energía ha tenido un impacto positivo en áreas clave como la medicina, la agricultura y el medio ambiente, por ejemplo, en el ámbito de la salud, permiten la detección temprana y el tratamiento de enfermedades como el cáncer mediante radioterapia, entre otros. En la agricultura, ha contribuido al desarrollo de cultivos más resistentes y al control de plagas mediante técnicas como la del insecto estéril, aplicada especialmente en la lucha contra la mosca de la fruta y del gusano barrenador del ganado; en el medioambiente, también se utiliza para evaluar la disponibilidad y calidad de agua dulce mediante técnicas de hidrología isotópica, así como para identificar y cuantificar la contaminación por microplásticos en ríos, mares y ecosistemas costeros.

Panamá ha reconocido el papel de la ciencia y la tecnología nucleares en el apoyo a la consecución de sus prioridades nacionales de desarrollo, a través de su participación y cooperación con el Organismo Internacional de Energía Atómica. Asimismo, desde su actual puesto como miembro electo del Consejo de Seguridad, ha sostenido una posición basada en un enfoque guiado por la evidencia, orientado al fortalecimiento de la arquitectura global de no proliferación y en favor del desarme nuclear.

En un contexto internacional caracterizado por crecientes tensiones geopolíticas, la educación, la sensibilización ciudadana y la acción diplomática constituyen herramientas esenciales para avanzar hacia un mundo libre de armas nucleares.