Reivindicando la Revolución Dule

Actualizado
  • 01/03/2015 01:01
Creado
  • 01/03/2015 01:01
A 10 años del centenario , retomamos la discusión sobre el valor y la autenticidad de la revuelta Guna

Los brochazos de pintura sobre un muro del Mercado de Abastos parecen refrescar la memoria de algunos transeúntes. Muchos de ellos trabajan en este lugar, muchos de ellos son gunas. ‘Muchos de ellos se paran frente al muro y sirven de ‘guías turísticos’ —dice Martanoemí Noriega, la autora del mural que tiene encabezada la frase ‘Revolución Dule’—, y le explican a la gente lo que significa’. Una obra de arte, que retrata a una mujer guna junto a un paisaje, irrumpe en la cotidianidad de quienes llevan y traen costales de alimentos frescos, recordándoles que ayer se terminó el mes con el que inició una revolución indígena hace noventa años en Panamá.

Hubo sangre, muertos, fue un levantamiento, pero la gesta siempre estuvo inmersa en una vaga atmósfera de controversia: para muchos de los historiadores locales no fue una revolución.

UN BARCO GRINGO, ¿CHISPA REVOLUCIONARIA?

Panamá recién empezaba a sentir lo que significaba ser un país cuando, en un intento de unidad nacionalista, al poder no se le ocurrió mejor idea que occidentalizar —por la fuerza— a la comarca indígena Guna.

Así lo señala el historiador Álvaro Menéndez Franco. ‘Los gunas querían ser colombianos... y (argumentaban) que las autoridades panameñas los estaban tratando de occidentalizar, en el sentido de eliminarles algunas costumbres, como las argollas en la nariz, como las faldas cortas, como las molas, y aun el lenguaje, habían llevado maestros a enseñarles español; pero ellos querían seguir siendo una congregación indígena que estaba aquí a la llegada de Balboa a esa área’.

Las faldas estaban lejos de ser una moda en la capital en el momento que la policía colonial panameña extirpaba, en la isla, el uso de alzamuros (argollas en la nariz) y guines (chaquiras). La quietud de la noche en el archipiélago guna era algo distante cuando las autoridades provenientes de la metrópoli colocaban los discos sobre las vitrolas, e iban de casa en casa buscando una acompañante para que baile el foxtrot y el charleston . Pero detrás de esos lúdicos ritmos de la cultura popular se escondía el suplicio de las violaciones a mujeres que se negaban a salir de sus casas. Por debajo del ruido y el jolgorio del disco de vinilo, se encontraba el dolor silencioso de unos pobladores que eran apresados sin motivos, obligados a realizar trabajos forzados y a dar la otra mejilla para recibir un toletazo más.

Hace dos años el escritor de origen guna Aristeydes Turpana narraría estos hechos bajo el título ‘La revolución de los gunasdulemar de 1925’.

Hasta este punto de la historia hay consenso. La faena ‘civilizadora’ ocasionaría que muchos habitantes dejaran la porción de tierra, huyendo para proteger a sus esposas e hijas. Hubo sangre, muertos, y violaciones. Por eso hubo un levantamiento. Pero de inmediato brotaría la polémica que empaña la autenticidad y valor de la revolución indígena cuando se pone el tema sobre la mesa de la argumentación.

‘Richard O. Marsh fue en un barco de guerra (a Guna Yala) para que ellos se inssurrecionen; y aniquilan a la policía panameña, aunque después el gobierno sofocó la rebelión —apunta Menéndez Franco—... Esto es una discusión histórica que no se ha aclarado, y yo le estoy dando una opinión de lo poco que he conocido’.

Pero para Turpana, más que un centello que encendería el levantamiento guna, el barco gringo es una suerte de chispa de ficción que se cuela entre los escritos históricos. El estallido de la revolución guna fue una obvia reacción ante el afán opresor hacia el pueblo indígena, que no un motín ‘con intervención yanqui’.

Surge la interrogante, ¿por qué se cuestiona la autenticidad de una revolución con la que se independiza una comarca que hoy es reconocida como tal? Para el economista Kinyapiler Johnson es una cuestión tan simple como la perspectiva.

‘No solamente hablando de la revolución guna, tendríamos que remontarnos a la conquista —dice el además administrador del Congreso General Guna—. Aún se mantiene que la conquista de América fue un descubrimiento. Habría que revisar la historia, cómo la planteamos nosotros los pueblos indígenas y cómo lo ve la cultura occidental. Bien lo dijo (Eduardo) Galeano, para menospreciar a los pueblos indígenas van a decir que nosotros no tenemos historias, sino mitos; siempre van a decir que hablamos dialectos, no idiomas; que tenemos artesanía, y no arte; y así sucesivamente’.

Menéndez Franco menciona que los gunas querían ser colombianos y tenían contacto con este país porque comerciaban coco con barcos fronterizos; mientras que Turpana explica que con la creación de Panamá, se divide la patria Dule Nega en un grupo de gunas pertenecientes al territorio colombiano, y otro para el territorio istmeño. Lo lógico, ante una persecusión, sería unirse a esta área limítrofe, un hecho que va más allá de una habitual relación mercantil.

UNA REVOLUCIÓN INSULAR QUE SALE A FLOTE

Por eso el historiador Álvaro Menéndez Franco no se equivoca cuando reconoce que ha habido un giro en cuanto a cómo se ve hoy la gesta indígena. ‘Ellos están enfocando esta situacion con la revalorizacion de una revolucion propia, sin embargo hace 10 o 12 años no se veía así, sino como un motín sin propósitos políticos producto del resentimiento porque les querían imponer costumbres que no eran de ellos. Así se veía —dilucida y hace una pausa—. Había un Congreso General (Guna) y la República de Panamá no reconoció esos congresos hasta 1958, de manera que se veían los congresos como algo raro, como algo fuera de la unidad nacional del país. Y así se ve ese alzamiento, como un divisionismo con respecto a Panamá’.

Para Johnson González no reconocer tal hecho como una revolución es querer tapar el sol con un dedo. ‘Hizo un cambio total. Con la revolución se cambió la geografía de Panamá cuando se dividó en provincias, y prácticamente se retoma la comarca como una división política más’. No obstante, el administrador del Congreso General Guna resume en una frase lo que para él es el motivo silenciador de los textos históricos. ‘Es un mal ejemplo la revolución; porque, de hecho, si se enseñara, los ngäbes y los emberás y todos los otros pueblos se hubieran rebelado hace tiempo. Entonces, han querido tapar esa historia que nosotros tenemos vigente en la comarca Guna Yala’.

Quizás por eso no es sorpresa que haya tomado noventa años en llegar a la ciudad una puesta en escena dramática que se hace anualmente en las islas conmemorando la Revolución Dule. Pero lo que es todavía más importante, en la capital metropolitana brotan iniciativas propias que intentan rescatar la gesta indígena, como otra intervención artística en el área de San Felipe, un mural hecho por el grupo El Kolectivo, en la que participó el artista de origen guna Ologwaldi.

El año pasado en el edificio de Archivo Nacional se exhibió la muestra documental ‘La Revolución Dule, Lucha Histórica de Guna Yala por su cultura’, cuyos documentos este año están en proceso de curación, de acuerdo con funcionarios del Registro Público de Panamá. Este año el INAC presentó en el Conjunto Monumental histórico de Panamá Viejo la obra An Dula (sigo vivo), y la Alcaldía de Panamá secundó la realización de dos murales en la ciudad. ‘De aquí al centenario —dice Kinyapiler Johnson—, porque nos faltan diez años más para preparar y celebrar con mucho orgullo esa conmemoración que, vuelvo y repito, no hay otra palabra con la que la definamos que no sea revolución guna o Dule’.

Los camiones siguen llegando, transportando y descargando en el Mercado de Abastos, un lugar agitado donde se levanta una pared con el mural de Martanoemí Noriega. Al medio de dos coloridos rostros indígenas panameños, emerge una línea propia de la autora: ‘La historia tiene muchas caras’. Una pequeña frase en un muro de asfalto. Un gran paso hacia la persecusión de la historia.

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