La floración de los guayacanes se convierte cada año, entre los meses de marzo y abril, en un espectáculo visual que pinta de amarillo el horizonte de...
- 08/12/2018 01:00
- 08/12/2018 01:00
Para José de Jesús Martínez, a cuatro manos.
Este cielo incendiado
En medio de la noche y tomado por asalto.
Esta envilecida lengua de fuego presidiendo la desgracia.
El estrepitoso crujido de las invencibles naves,
De los invisibles asesinos y el terror —abrupto y pétreo—
Cayendo desde arriba
Sobre este pedazo de ciudad despedazada.
Esta amarga posesión del viento por este imperio alado.
La oscura matanza entre las sombras.
La dañina y perversa tropelía sin luz.
Los adormilados estallando en una urdida pesadilla.
El sueño extraviado para siempre en las sienes dispersas.
La tormenta púrpura adueñada del aire de la patria.
El hongo de la muerte con su raíz envenenada.
Y este calcinado amanecer,
Esta nube de polvo de huesos flotando en el humo
Y en los ovillos informes de la sangre perpleja.
Era un barrio pobre, de gente más pobre aún.
Los ricos sólo pasaban por su costado, sin entrar a él,
Rumbo a sus casas de playa.
Evitaban mirar hacia donde está enclavada esa miseria,
En las entradas de la ciudad
Y, prácticamente, en la boca abierta del fabuloso canal.
A veces les picaba la curiosidad
Y con el rabillo del ojo hacían una rápida panorámica.
Les daba urticaria tanta suciedad,
Esta gente mal hablada y peligrosa,
Cueva de maleantes y traficantes de todo.
Estaban persuadidos de que eso no era un barrio
Sino un reducto de antisociales.
Allí, según su absoluto convencimiento,
No había más que pandillas y un lugar seguro
Sólo para conseguir marihuana para las fiestas.
El Chorrillo , sin embargo, hacía su vida
Como la hacen todos los pobres de un país pobre;
Y, en este caso, pobre y ocupado desde hace más de un siglo
Y, sobre todo,
Con sus calenturientas barracas
Para albergar trabajadores
Que titánicamente unieron los océanos.
Cuando la garganta del coloso
Comenzó a escupir fuego desde el aire,
Lo que tenía debajo era el barrio de madera y zinc,
Patios húmedos y zaguanes,
Y no rascacielos
Ni mansiones con jardines y perros.
Fue una curiosa invasión con discriminación.
Flameado hasta sus cimientos,
El barrio no resistió la embestida y se derrumbó.
Simplemente quedó borrado del mapa urbano y del planeta.
Salvo que hay que recordar que se convirtió
En un polígono de tiro con la gente dentro.
Eso se dice fácil; después, eficaces bulldozers hicieron lo demás.
Con asombrosa rapidez
No quedaron huellas superficiales del genocidio.
Las profundas siguen allí, en el subsuelo,
Intactas, y entre los acostumbrados a sobrevivir
Que sobrevivieron pese a todo.
El barrio pasó, sin transición, de pobre a martirizado.
Y algunos de los que miraban desde sus automóviles decían:
‘Total, ya era hora que desapareciera.'
Pero siguen sin detenerse al pasar.
MANUEL ORESTES NIETO
Poeta
Nació en Panamá, en 1951. Licenciado en Filosofía e Historia por la Universidad Santa María la Antigua. Diplomático, director editorial de Udelas.
Premio Nacional de Literatura Ricardo Miró de poesía en cinco ocasiones: 1972, 1983, 1996, 2002 y 2012. Premio Casa de las Américas 1975 de poesía por el libro Dar la cara .
Premio Extraordinario de Literatura Pedro Correa (2000), a la excelencia literaria por el conjunto de su obra publicada. Ostenta la Medalla Gabriela Mistral.
En 2010 recibe el Premio Honorífico José Lezama Lima en poesía, de Casa de las Américas, por su obra reunida de 40 años de sostenida creación poética: El cristal entre la luz .
El poema Carruajes del dolor aparece en el cuaderno Sangre vidriada , totalmente sobre el tema de la Invasión y escrito en 1991. ‘La Invasión es el hecho más trágico e infame de nuestra historia. Y el más perverso, porque después del crimen ocultaron la magnitud de la matanza', sostiene el autor.