Yokoi Kenji: ‘Tengo la sabiduría de mis propios golpes y aciertos'

Actualizado
  • 30/08/2019 02:00
Creado
  • 30/08/2019 02:00
El conferencista colombo-japonés que visitó Panamá para presentar su primer libro desviste en cada encuentro con la audiencia las raíces de los vicios más profundos en nuestra idiosincrasia. Desde la vida y el saber cultivado en las experiencias de ambas culturas, pretende estimular el cambio, entendiendo que este solo sucede cuando hay conciencia social

Nacer en Colombia en octubre del 79 y crecer en Japón forjó las marcas de un espíritu resiliente en Yokoi Kenji. El orador y escritor colombo-japonés, conocido internacionalmente por conferencias virales y de impacto en torno a los vicios y contrastes de nuestras culturas, ofrece una entrevista exclusiva a La Estrella de Panamá en la que confiesa ser un hombre de espíritu firme, con matices e imperfecto, que desnuda con humor la fragilidad humana frente a las audiencias. Su mensaje resuena en los callejones de Ciudad Bolívar, Bogotá, lugar desde donde se ha prometido promover el cambio. El hombre que a los 10 años elevó su mirada ante el puerto japonés de Yokohama, hoy es esposo y padre de dos adolescentes y aunque cree que ‘el paquete completo del ser humano es complejo y asusta', parece pragmático ante la vida y sus sacudidas. Su objetivo es darle un giro en positivo a los vicios y dogmas sociales; insistir y pulsar con fuerza para rescatar lo mejor del hombre; ayer desde la palabra hablada y hoy también desde la aventura de dibujar sus experiencias y cuestionamientos en ‘Salón 8, relatos de inspiración y liderazgo', su parto como escritor, una recopilación de más de 40 historias reales y humanas. Ahora, en estas líneas, 20 minutos de nuestra plática donde revive las memorias de su trabajo y parte de la niñez que le vinculó a Panamá.

¿Qué tan complejo fue crecer entre dos culturas tan distantes?

Muy complicado. La inclinación natural del ser humano es modelar con mucha facilidad lo negativo; este patrón hace que uno pueda adquirir lo peor de ambas culturas. Por un lado está el perfil latino, somos mentirosos, nos fascina la informalidad, decimos ‘te amo' pero podemos amar a tres al mismo tiempo; no tenemos economía, pero podemos tener dos hogares, y una fuerte tendencia al compromiso sin disciplina, con un exceso del folclore; por otro lado, vemos al japonés con una extrema frialdad y dureza. Si estas cosas se unen, se genera un monstruito y en alguna etapa de la vida se desarrolla un ser pesado y difícil, hasta que se comienza a combinar los mejor de ambas culturas para lograr un equilibrio sano.

¿Por qué decides llevar tu mirada social a las audiencias?

Nunca tuve la intención de convertirme en un orador; personalmente lo que siento es un desafío enorme por ser un buen trabajador social, esa es mi vocación.

Te convertiste en padre muy joven. ¿Cómo fue la transición de la juventud a la adultez obligada?

Quise ser padre desde los 14 años, nunca me incomodaron los niños, al contrario, siempre me gustaron muchísimo. Cuando tenía 18 nació mi hermana y confirmé que quería ser papá. Por fin a los 21 sucedió, me enamoré y estaba feliz.

Conocemos al conferencista, pero ¿cómo es Yokoi Kenji en sus roles de padre y esposo?

Caótico y muy complejo, no entiendo cómo mi esposa y mis hijos me soportan, aunque sé que me disfrutan. Convivir conmigo mismo es difícil por la complejidad de haber adquirido dos culturas. Para mí es muy sencillo caer en lo malo de ambas y crear un monstruo, debo convivir con esa gran lucha, como en la película Venom (risas). El paquete completo del ser humano es complejo y asusta; ya a los 40 descubrí que uno comienza a madurar ciertas áreas de la vida y descansa.

Eres orgullosamente colombiano, con sangre y creencias japonesas. ¿Cómo se traduce en tus hijos esta identidad?

El desafío es combinar los mejor de dos culturas para lograr un equilibrio en mis hijos. Ya no se trata solo de que mi padre sea japonés y mi madre colombiana; mi hogar es multicultural por todo lo que a un click ven mis muchachos. Ellos adquieren mucha información a través de las redes y el reto es que no caigan en los excesos de la actualidad ni se desconecten de la verdadera tecnología, que es la naturaleza. Llevarlos a zonas donde no hay wifi, levantar piedras, ver la biodiversidad y tener contacto genera en ellos creatividad y visión aguda del detalle, siempre estoy luchando por esto.

Durante las conferencias expones las debilidades del pensamiento latinoamericano. ¿Seguimos siendo presas de rasgos culturales fallidos?

Sí, definitivamente. Lo que es anormal en el ser humano como la violencia, la agresión y la corrupción, se convirtió en algo normal en América Latina; primero fueron hábitos y costumbres, luego cultura. Cuando se llega a este punto, se necesita una década para hacer cambios. No hay personaje, ni político, ni conferencista, ni líder que pueda cambiar esto porque se trata de la sociedad; el cambio solo sucede cuando hay conciencia social y pensando en nuestros hijos, tomamos la decisión de transformar el patrón de comportamiento. Es como bajar de peso, todos sabemos cuál es la solución, pero seguimos buscando rutas mágicas.

Panamá también te acogió durante tu infancia. ¿Qué memorias rescatas de esa etapa?

Me sentía panameño porque me sabía el Himno Nacional de Panamá y no el de Colombia. Estudié en un jardín infantil llamado El Principito, la ruta del transporte me dejaba en el barrio El Cangrejo y yo aprovechaba de caminar unas cuadras para pasar por la casa de ‘Mano de Piedra' Durán, con el anhelo de ver a un bendito león que decían que él tenía (risas); nunca lo vi y jamás me acerqué a la reja, porque mi madre aseguraba que tenía electricidad. Crecí en Panamá con ese tipo de historias. En los edificios de esa zona había muchos gatos y mi alegría era salir a alimentarlos. Luego sucedió lo de Noriega, yo era un niño y no entendía, pero durante el día la gente golpeaba los sartenes como protesta, algo que me emocionaba porque al quedarme solo en el departamento, con unos 7 u 8 años, sacaba todas las ollas al balcón, haciendo una especie de batería, y esperaba ansioso el cacerolazo para incorporarme.

‘Lo que es anormal en el ser humano, como la violencia, la agresión y la corrupción, se convirtió en algo normal en América Latina; primero fueron hábitos y costumbres, luego cultura. Cuando se llega a este punto, se necesita una década para hacer cambios'.

Nueve años te tomó preparar ‘Salón 8'. ¿Qué fue lo más apasionante de la experiencia?

Las historias plasmadas tienen muchos años. Algunas más de 20. Hace una década, una casa editorial se me acercó asegurando que había un boom mediático por mis conferencias en redes y que era propicio hacer un libro. Sin embargo, tengo una cultura japonesa que no cree en eso. Si solo tengo 15 minutos de fama, entonces no hay coherencia con lo que hago. Si mi éxito es de solo 15 minutos, es realmente mediático; me dije: ‘No me interesan los 15 minutos, quiero escribir algo decente, aunque me demore (risas)'. Resultó una tarea difícil; entré en el mundo de la lectura, aunque siempre fui un lector (...) sufrí una serie de procesos, durante diez años, hasta que por fin tuve que dar a luz el libro.

Como orador te has dedicado durante 20 años a llevar tu mensaje alrededor del mundo, ahora ¿qué sabor te deja hacerlo a través de las letras?

Es un desafío delicioso. Ya en las conferencias siempre quiero mejorar y depurar, llegar a un momento en que no hable tanto y tan rápido, donde diga más con menos; pero debo ser coherente con mi edad, siento que tengo mucha información, pero no soy un sabio; me gustaría ser un sabio, pero eso no se adquiere sino con muchos años, las canas son las que lo certifican, y no canas cualquiera, sino aquellas que vengan de una serie de historias y vivencias, por eso solo tengo que esperar sin acelerar. Sería incoherente que una persona tan joven hable con una exagerada autoridad; aprendí de muchos sabios, tuve el honor de contar con mentores maravillosos y transmito lo que enseñaron, también tengo la sabiduría de mis propios golpes y aciertos, pero la escritura me da ese matiz y me digo: pude haberlo hecho mejor, debo hacerlo mejor y quiero explorar.

¿Será muy severa esa autocrítica ?

De pronto sí, pero es inevitable, es parte de la naturaleza de haber crecido en un país —Japón— donde a un niño no le dicen que el dibujo quedó lindo, le dicen que está mal y que lo haga mil veces hasta que lo mejore. No sucede como en Latinoamérica, donde se le dice al niño que hizo el dibujo más lindo del universo; el japonés tiene un pensamiento socrático y esto genera una frustración emocional pero grandes personas que desde la niñez están siendo desafiadas a depurar y buscar la perfección.

¿Quién es el lector de ‘Salón 8'?

Lo escribí pensando en los que no leen. Me fascina que en redes me digan que el libro es muy fácil de leer. No es motivacional ni tiene lecciones de liderazgo; está lleno de confusiones, preguntas y vivencias reales muy interesantes. Es un libro que habla más de mis propias interrogantes.

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