Fin
Se nos acaba otro año. Los seres humanos, tan acostumbrados a la historia lineal, cerramos un ciclo más. Se nos va otro año, y ya no recordamos ni cómo empezó; así que comienzan, los que hurgan en los anales, a sacar las listas.
Se nos acaba otro año. Los seres humanos, tan acostumbrados a la historia lineal, cerramos un ciclo más. Se nos va otro año, y ya no recordamos ni cómo empezó; así que comienzan, los que hurgan en los anales, a sacar las listas. Y aparecen, como setas, listas de escándalos, de muertos, las listas de éxitos y de fracasos, listas de lo que ya todo el mundo olvidó porque a nadie le importa.
Y los que olvidan el pasado empiezan a hacer listas de futuro, listas de cosas por hacer, de viajes por emprender, de sitios que visitar, de kilos que perder y trofeos (de cualquier tipo) que ganar.
Comienzan a rodar las sartas de propósitos, propósito de acción, omisión o enmienda. Este nuevo año sí voy a estudiar, sí voy a cambiar de trabajo, sí voy a declararme. Este año que viene romperé las cadenas de esta relación de mierda y superaré mi miedo a la soledad.
Cuando ustedes estén leyendo esta columna apenas faltarán un par de días para que este año, (que no esta década, no me sean cenutrios, por favor), termine. Un año más. Un año menos. Porque a muchos las Parcas les tocaron la esquila antes y los que se han quedado por el camino también engrosan la lista de los que deben ser recordados entre bombita y bombita cuando den las doce.
Fin. Es tan corto el vocablo y tan largo el olvido. Fin. Suena tan contundente que no queremos pensar que lo sea. Pero lo es. Es el fin de otro ciclo, y lo que no hiciste ya no puedes hacerlo, podrás empezar de nuevo, como dicen por ahí los gurús de buen rollito y mejor cuenta corriente, podrás empeñarte en una nueva lista, en un nuevo emprendimiento, quizás sí, pero este año se acabó. Kaputt.
Ahora solo podemos volver la vista atrás, desde la melancolía, desde el orgullo o desde la alegría, mientras que, como Jano, bilocamos nuestra testa mirando también hacia la puerta que se abre, con esperanza, con temor o con pereza.
Sí, porque a pesar de todos los empeños optimistas, de todos los sus y a ellos que nos hacen entonar a base de memes e imágenes cursis, llega un momento en la vida en el que la pereza te invade en fechas como estas. Pereza de salir de tu cueva, pereza de asistir a reuniones fútiles y de escuchar risas falsas, pereza de mantener el brazo en alto en los interminables brindis engolados. Y sobre todo pereza de hacerte a ti mismo propósitos que, ya con canas en salva sea la parte, sabes que no vas a cumplir.
Que no, que, aunque yo me creo que Zutanita, que empezó a hacer ejercicio a sus 56 años, ahora gane maratones, lo cierto es que ella es la excepción en la regla de que uuuuuf, ¡qué pereza! Porque que se acabe un año no quiere decir que hayamos dejado de ser los mismos que fuimos hasta hace una semana.
Se acaban las hojas en el almanaque Bristol, pero los que son unos hijos de puta van a seguir siéndolo, por mucho que se empeñen en sonreír en estas fechas. Los propósitos de bondad y bonhomía son efímeros y a mediados de enero ya todos hemos regresado al redil del conformismo. Y hemos olvidado las listas, a los muertos y nuestras buenas intenciones. El tiempo, que no se para, no se muda y no se siente más que en los huesos, anestesia nuestras ansias de cambiar.
No se preocupen por el fin del principio, esta columna termina con un 'continuará'.
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