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Magdalena Camargo Lemieszek: 'La literatura condiciona el destino de quien la lee o la escribe'
- 07/07/2020 00:00
- 07/07/2020 00:00
Para empezar a poner la pluma sobre el papel lo importante es tener una historia que contar, y Magdalena Camargo Lemieszek tiene muchas. La poeta polaco-panameña lleva consigo el roce infinito de la sensibilidad innata y la pasión autodidacta que la ha guiado a través de su camino literario en territorio nacional e internacional.
Al conversar con MIA, Voces Activas destaca su determinación y distinción en el campo de la narrativa, siempre deseosa de empezar un nuevo viaje por las páginas en blanco. Así mismo, la esperanza de formar nuevas generaciones de poetas y novelistas en Panamá guía su interés por el arte de la literatura en la educación, y la urgencia que esta representa en tiempos como los actuales.
Más allá de lamentar profundamente las cicatrices que dejará la pandemia, la escritora dirige su mirada al horizonte de cambio y transformación inminentes al que se encamina el mundo. Se embarca en una nueva esperanza, concreta, de abrazar la nueva realidad que solo podría ser descrita a través de la prosa y la imaginación.
Considero que la poesía es una vertiente más del espíritu humano, siempre y cuando la consideremos como una forma distinta de percibir la realidad y de estar en el mundo. Muchas veces la poesía nos permite explicarnos facetas de la vida cuya comprensión se nos escapa, o bien acceder a una forma superior de conocimiento o sensibilidad. En esa medida, pienso que la poesía es, por tanto, inseparable del espíritu.
En mi casa no hubo, en principio, una gran afición por la literatura, pero mi infancia en una zona rural, en pleno contacto con la naturaleza y disfrutando de una irrepetible sensación de libertad fue moldeando mi sensibilidad, filtrada en la adolescencia a través de una serie de lecturas imprescindibles: García Márquez, Alejandra Pizarnik, Wislawa Szymborska, etc. En gran medida puedo decir que tanto mi educación literaria como mi vocación poética son autodidactas.
La literatura condiciona por completo el destino de quien la lee o de quien la escribe. Una vez que la poesía nos atrapa, la realidad adquiere matices que de otro modo no tendría. Nos cambia la mirada, y amplía mucho nuestra emoción, como si lanzáramos una piedra al agua y se creasen ondas sobre la superficie: esa forma de mirar permanece para siempre.
En El preciso camino hacia la nada la idea fue hacer una crónica del progresivo despojamiento del ser humano, y de los pasos que este va dando hacia su (auto)disolución. Esta idea actúa como un hilo subterráneo que atraviesa todos los poemas, otorgándoles su unidad y su sentido último. Así pues, aunque sean, efectivamente, 22 poemas, puede hablarse de un mismo impulso sostenido a lo largo de todo el libro, casi como si fuera un poema único. Es una estructura que he seguido desarrollando en mi último libro, El iceberg.
Dentro de mi propia obra, el libro que tuvo una difusión mayor fue “La doncella sin manos”, que obtuvo un accésit del premio Adonáis en España, en 2015. Pero para mí el libro más importante siempre es el último que estoy escribiendo, como recientemente ha pasado con El iceberg. Como lectora, una obra imprescindible en mi formación es La diosa blanca, de Robert Graves.
La mirada atenta hacia cualquier aspecto de la realidad, como si en cualquier instante fuésemos a descubrir un animal agazapado detrás de un arbusto.
El tema del mestizaje, y de un desarraigo que se origina al situarme entre dos culturas muy distintas, y muchas veces opuestas, ha marcado claramente mi identidad, a nivel personal y literario. Uno de los temas de mi poesía es la incapacidad para encontrar un mundo al que considerar propio. También están muy presentes el desarraigo y el viaje como metáfora. Sin embargo, el hecho de formar parte de dos culturas opuestas también me ha facilitado una riqueza y una amplitud de mira que quizá no habría tenido de otra manera.
Más que dar respuestas cerradas, la poesía nos tiene que plantear preguntas nuevas, estimular nuestros sentidos y nuestra imaginación. Y a la vez que nos hace reflexionar sobre aspectos de la realidad que antes desconocíamos, nos proporciona también un consuelo, un refugio contra la incertidumbre y la injusticia.
La exploración de mis propias raíces familiares, para indagar en mis orígenes y los acontecimientos me han traído hasta el momento actual, como si siguiera el rastro de una luciérnaga o escuchara un zumbido de abejas.
Destinando una partida fija del presupuesto a actividades de tipo literario, para que así la literatura no sea algo ocasional, sino un detalle constante en la vida de los ciudadanos. Y algo esencial sería la difusión de los grandes autores panameños en ediciones asequibles y rigurosas, al alcance de todos los lectores: que autores como José de Jesús Martínez no permanezcan olvidados en las bibliotecas.
Creo que sería bueno para la literatura panameña promover actividades (conversatorios, talleres, intercambios culturales, recitales) que sirvieran para llevar la poesía a quien habitualmente no tiene tanto acceso a ella, y, sobre todo, aprovechar el caudal y la riqueza cultural de los pueblos originarios.
Primero hay que trabajar en la difusión nacional. Lo ideal sería que el Ministerio de Cultura trabajase en conjunto con el Ministerio de Educación y hubiese un robusto plan de promoción de la lectura, sin improvisaciones y con una auténtica visión a largo plazo. La literatura necesita lectores. Hay que desarrollar las habilidades y el placer por la lectura tanto en niños y jóvenes como en otros grupos etarios. El Ministerio de Cultura también debería aspirar a descentralizar la labor de promoción cultural, financiando industrias y proyectos culturales.
Aprender a vivir de nuevo, de una forma más solidaria y, sobre todo, preocupada por el bien común antes que por el individualismo.