La observación de ballenas, ecoturismo y responsabilidad ambiental

Actualizado
  • 16/06/2021 00:00
Creado
  • 16/06/2021 00:00
Antes de la pandemia, en Panamá esta actividad generaba anualmente más de $3 millones. Sin embargo, la cercanía de las embarcaciones, el ruido y otras iniciativas humanas pueden perjudicar el comportamiento de los cetáceos, por lo que expertos brindan recomendaciones
Cerca de 2.,000 ballenas jorobadas migran desde la Antártida y llegan a nuestra costa entre julio y octubre.

De julio a octubre de cada año, la costa del océano Pacífico panameño recibe los primeros ejemplares de ballena jorobada; estos gigantes marinos inician su viaje a más de 10,000 kilómetros desde los hemisferios norte y sur hasta llegar al país, con el objetivo de aparearse, dar a luz a sus crías y alimentarlas, debido a que las aguas del litoral Pacífico del istmo son cálidas, lo que las convierte en el lugar perfecto para que las madres y sus crías estén libres de depredadores.

Aunque no se sabe la cantidad exacta de cetáceos que pasan por nuestras costas, se han reportado cerca de cuatro especies de ballenas, entre las que destacan la ballena azul (Balaenoptera musculus), ballena de aleta (Balaenoptera physalus), la ballena de brydei o tropical (Balaenoptera brydei) y la jorobada o yubarta (Megaptera novaeangliae), siendo esta última la que más se observa en el país.

Se estima que más de 2,000 ballenas jorobadas llegan al litoral Pacífico, que comprende desde el golfo de Chiriquí, pasando por el sur de la provincia de Veraguas, la península de Azuero, el archipiélago de las Perlas hasta la isla Taboga, considerados como sitios ideales para el avistamiento de estos gigantes marinos, que atrae el turismo al país.

Una ballena jorobada nada en las aguas del Parque Nacional Coiba, en la provincia de Veraguas.
Y ¿cuánto genera esta actividad?

En el mundo, alrededor de 13 millones de personas participan en jornadas de avistamiento de ballenas cada año y es una industria que genera más de $2,500 millones al año, de acuerdo con la Comisión Ballenera Internacional.

Según una publicación de la BBC, la observación de ballenas –que implica salidas en botes para verlas nadar–, se inició en Estados Unidos en la década de 1950 y ahora se realiza en 120 países en todo el mundo, por lo que se ha convertido en una industria en crecimiento particularmente en Asia y América Latina. Sin embargo, la pandemia también afectó esta actividad.

De acuerdo con el Departamento de Inversiones Turísticas de la Autoridad de Turismo de Panamá (ATP), a finales de 1990 Panamá comenzó con esta industria que anualmente genera en el país más de $3 millones.

Según la entidad gubernamental, los precios para el avistamiento de ballenas son variados y dependen de lo que incluya el paquete.

El costo varía entre $40 y $70 por persona. Aunque también existe la opción de ir directamente a los lugares de avistamiento de cetáceos y contratar los servicios de botes artesanales que por un valor aproximado de $80, permiten hasta seis personas a bordo para hacer el recorrido; claro que estos deben seguir las medidas exigidas por las autoridades para salvaguardar la integridad de estos mamíferos marinos.

La ATP señaló a La Estrella de Panamá que un visitante o turista invierte directamente en el país durante la época de avistamiento de ballenas (agosto, septiembre) alrededor de $448.02.

A su vez indicó que los mejores sitios para esta aventura son el archipiélago de las Perlas, Pedasí, en la provincia de Los Santos, Santa Catalina e isla Cébaco, en la provincia de Veraguas, y el golfo de Chiriquí.

En el caso de Pedasí, por ejemplo, los tour operadores hacen giras de avistamiento que impresionan a turistas con su espectáculo de saltos y zambullidas.

Esta actividad se complementa con excursiones a playas, buceo, esnórquel y observación de aves, en paquetes turísticos que las empresas venden para la temporada en que llegan las ballenas.

Los expertos recomiendan a las personas mantenerse a 250 metros de las ballenas.

De acuerdo con la entidad, en 2019 el avistamiento de ballenas, junto con la observación de tortugas marinas, incrementó la ocupación hotelera en Pedasí en un 80% en una época tradicionalmente baja por la estación lluviosa, sin embargo, con la situación económica actual ese porcentaje disminuyó, pero se espera que pronto vuelvan a darse las actividades siguiendo los protocolos de bioseguridad que exige el Ministerio de Salud (Minsa).

Otros lugares favoritos para observar ballenas son: isla Taboga, a 20 kilómetros de la ciudad de Panamá, e isla Coiba, ubicada al sur de la provincia de Veraguas, que es uno de los parques marítimos más grandes del mundo.

En 2005, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) declaró al Parque Nacional de Coiba como Patrimonio de la Humanidad.

Entre las recomendaciones para el avistamiento de ballenas, los expertos remarcan mantenerse a 250 metros de un cetáceo con su cría, apagar el motor del bote si se llega a tener un acercamiento espontáneo de la especie hacia la embarcación, no perseguir a los animales ni nadar o bucear con ellos.

Posibles repercusiones

¿Afecta la observación de ballenas su comportamiento?

La preocupación por el impacto que puede causar la observación de ballenas mal gestionada es hoy objeto de dos nuevos estudios financiados por una iniciativa de colaboración entre el Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales (STRI) en Panamá y la Universidad Estatal de Arizona (ASU) que muestran cómo la ciencia puede contribuir a las prácticas de observación de ballenas que garanticen la seguridad de estas y de los delfines en el país.

Héctor Guzmán, biólogo marino del STRI, detalla en un comunicado que el papel del Smithsonian es brindar asesoramiento científico a los responsables de la formulación de políticas, ya que son pioneros en estrategias de gestión para promover la conservación de las ballenas.

“Ahora tenemos métodos para medir cómo cambia el comportamiento de estas como resultado de las prácticas de observación de ballenas. Estos dos artículos se publicaron en un volumen especial de Frontiers in Marine Science dedicado a los estudios sobre las prácticas de observación de ballenas en todo el mundo”, dice Guzmán.

Según el biólogo, el primer estudio tuvo como objetivo descubrir si la presencia de embarcaciones turísticas provoca que las ballenas cambien su comportamiento durante la época de reproducción, por lo que los investigadores monitorearon a las ballenas jorobadas durante su temporada de reproducción de agosto a septiembre dentro del área protegida del archipiélago de Las Perlas, en Panamá.

“Desde lo alto de un mirador en isla Contadora y desde barcos de avistamiento de ballenas, registraron en 47 ocasiones la cantidad de embarcaciones turísticas presentes y ballenas, además de la actividad de las ballenas, incluidos los cambios de dirección, cuando emergen, al golpear el agua, durante inmersiones y cuando espían (cuando levantan la cabeza por encima de la superficie del agua)”, explica el biólogo.

El turismo irresponsable hace vulnerables a las ballenas. Cada año, cientos de ellas son golpeadas por botes y otras se enredan en las redes de pescadores.

Descubrieron que los barcos de observación de ballenas con frecuencia ignoraban las pautas legales diseñadas para proteger a los mamíferos: las perseguían deliberadamente, se acercaban demasiado a las ballenas adultas y a sus crías obligándolas a cambiar su comportamiento.

Mientras que las embarcaciones turísticas perseguían a grupos que incluían crías con más frecuencia que a grupos de adultos y los grupos que incluían una cría cambiaban de dirección con más frecuencia que otros.

A su vez, las ballenas cambiaron de dirección con más frecuencia cuando estaban presentes más de dos o tres embarcaciones turísticas.

Según el biólogo, aproximadamente 1,000 observadores de ballenas visitan Las Perlas cada año, y ese número está en aumento.

En el segundo estudio, los investigadores entrevistaron a turistas que esperaban regresar a tierra firme en el aeropuerto de Contadora para comprender mejor la experiencia de avistamiento de ballenas. Entrevistaron a una de cada tres personas que esperaban en la fila.

El 99% de los turistas que vio ballenas informó haber notado por lo menos uno de los comportamientos anteriormente mencionados al observarlas, y el 68% informó que su experiencia cumplió o superó sus expectativas.

El 30% comentó que no llegó a ver ballenas. La mitad indicó que había notado su bote u otros botes cercanos persiguiendo ballenas a gran velocidad, o que se habían acercado a las ballenas más que la distancia permitida por la ley.

Las ballenas reproductoras están amenazadas por la contaminación marina, colisiones con barcos, el cambio climático, el ruido, y las perturbaciones mientras descansan, socializan y se alimentan. En el futuro, los investigadores esperan medir la cantidad de cortisol (una hormona del estrés) en las muestras fecales de estos animales para averiguar si están bajo estrés, utilizar una mejor tecnología (por ejemplo, teodolitos, instrumentos que miden ángulos) para medir la distancia entre los barcos y ballenas, el uso de drones con cámaras para documentar las interacciones y continuar encuestando a los turistas para comprender mejor la observación de ballenas e informar las estrategias de manejo para mantener a salvo a estos magníficos animales.

Las regulaciones de observación de ballenas en el país establecidas en 2005 y modificadas en 2017 y 2020, prohíben las actividades que ocasionan que las ballenas cambien su comportamiento.

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