Un teatro de lo mortal

Actualizado
  • 17/08/2019 02:00
Creado
  • 17/08/2019 02:00
El pensamiento del José de Jesús Martínez, muy presente en su producción teatral, invita al lector atento a reflexionar sobre esa interminable dialéctica que está entre el paréntesis del nacer y el morir

En el amplio escenario que transitaron las obras del Dr. José de Jesús Martínez, resulta arriesgado procurar otorgarle una lectura o interpretación única, puesto que sus obras se caracterizan por su universalidad partiendo desde lo humano. Sin embargo, hablar de las obras de Martínez, es abordar sus escritos desde diversas perspectivas, como si se tratara de varios José de Jesús Martínez, pero todo se condensa en una sola voz, en un solo pensamiento que está profundamente arraigado en el ‘ser', en el hombre con su cotidianidad, con su existencia y sus angustias. Y en esa interminable dialéctica que está entre el paréntesis del nacer y morir, está la vida. La vida misma, tal cual, aquella que está arrojada al inevitable pensamiento tan característico en sus obras. La idea de que vamos a morir.

En un intento de reflexionar sobre sus obras, específicamente sus publicaciones teatrales, sea este artículo un breve escenario en el cual preciso abordar (sin distinción de elección de obras destacables sobre el resto de las demás) dos publicaciones del Dr. Martínez.

El Loco

En un acto único, la obra se desarrolla en la sala de espera de un médico psiquiátrico. El personaje central, Ricardo Ulloa (el loco) cuya atención y sanación está en las manos de su médico (psiquiatra), espera su aprobación para continuar con una equilibrada vida social.

El Dr. Martínez con esta obra nos conduce en los pasillos y recovecos más oscuros de la mente humana. Una temática que apasiona desde siglos a la sociedad. La figura del loco en la literatura universal, goza de cierta preponderancia desde la época greco latina a manera de recurso literario. En sus inicios, la locura, era abordada con un halo de cierto respeto e incluso como rasgo característico o manifiesto de lo divino, de los dioses, de sus mensajes y designios (los oráculos, Edipo Rey Hércules, etc).

Si bien el tratamiento de la locura era asimilado social y culturalmente como propósito de los dioses, no todo era tan especial como parece. Con el auge del Cristianismo, el convivio social con el loco se tornó adverso en la medida en que estos no encajaban en los patrones de la época.

El filósofo Michel Foucault en su obra: El orden del Discurso manifiesta lo siguiente: ‘A través de sus palabras se reconocía la locura del loco'. Sin embargo, la obra de Martínez le da un giro a esta premisa. Parte de la figura del psiquiatra, que es la anti-tesis del loco. La relación de psiquiatra-loco es el desarrollo y movimiento de la trama. El médico es la figura sensata que conduce con su diálogo hacia la ‘verdad'. No obstante, el loco no emite expresiones sin sentido, es todo lo contrario.

De manera indeleble, el personaje llega a investirse de razón, de ser el sujeto a escuchar a ser el sujeto que se reconoce a plenitud. Es el que porta la palabra y en cierta forma el hilo elocuente, centrado y racional de la obra. El loco, a través de sus palabras, ya no está del otro lado de la línea, en donde su opinión es nula y sin valor. Ya existe esa delgada línea que se atreva a definir el límite entre la razón de la locura. El loco asume un protagonismo revelador. Es portador de mesura y centralidad, culto e inteligente. Y con un desenlace fatal, la muerte nos sugiere los propios límites del entendimiento, el cual nos arroja a una pregunta inevitable, ¿quién es el loco?

El caso Dios

En esta ocasión, el Dr. Martínez nos muestra una obra en dos actos. La trama central ocurre en la sala de un Tribunal de Justicia. Un juicio, donde con el juego retórico están por un lado el acusado y el acusador, la víctima y el victimario. Y en el centro de todo, el espectador y el juez. Una obra que transita en la más inteligente de las sátiras. ¿De qué es el juicio? ¿quién es el acusado? El juicio es por las víctimas fatales del terremoto ocurrido en Lisboa en 1705. Y el acusado es Dios.

En el caso Dios, el fiscal argumenta con cifras los horrores de desastres naturales y de guerras, que según su opinión pudieron ser evitadas, pero Dios las permitió. Para contrarrestar las acusaciones y asumir la defensa de Dios hay un conjunto de abogados que asumirán la misma. Y de esta manera habrá un conjunto de expositores que se encargan de detallar y vincular a Dios en su culpa. ¿Quiénes son los abogados? ¿quiénes son los acusadores? Para este sustancioso diálogo, el Dr. Martínez se apropia de las palabras y los pensamientos de los filósofos. Por un bando estarán los filósofos que procuran imputar a Dios y por el otro lado están los que procuran justificarlo.

Como primer argumento acusador se presenta la tesis de Epicuro: ‘Dios puede evitar el mal pero no quiere evitarlo, o quiere evitarlo pero no puede'. Para la defensa de Dios, se acerca al estrado el filósofo Gottfried Wilhelm Leibniz y argumenta: ‘El mal existe, efectivamente, en el mundo hay mal. ¿Puede haber un mundo sin mal?'. Sumado a la defensa de Dios también se presentan los filósofos George Berkeley y Martín Lutero.

Posteriormente, como añadidura en el juicio que transcurre a Dios, el Dr. Martínez, con el buen uso de la sátira que le caracteriza en sus obras, recrea una peculiar batalla argumentativa. Y a manera de sorna, como si se tratara de un ring de boxeo y al grito de los espectadores en el juicio, entra Karl Marx al tribunal saludando como boxeador y dice:

‘¡Proletarios! ¡no es Dios a quien hay que juzgar aquí sino a los ricos! [...] Dios es solo su chivo expiatorio. La religión es un opio que le dan al pueblo. Debemos fusilar a todos los ricos!'.

A lo que la multitud en las gradas grita: ‘(Paredón…, paredón, paredón…!)'.

¿Su contrincante? Santo Tomás de Aquino, a quien le corresponde argumentar a favor de Dios en esta curiosa batalla boxística-filosófica.

Y como todo juicio a Dios, no podían faltar las acusaciones cargadas de vitalismo punzante del filósofo alemán Friedrich Nietzsche, quienl entra al estrado con música de Wagner, luces rojas como de incendio y diapositivas de guerra y miseria humana, y dice: ‘! Dios ha muerto! ¡por fin sois libres y además responsables! ¡Ya no queda más remedio que ser buenos por vosotros mismos! […] Señores, Dios tiene una excusa formidable, irrebatible: no existe'.

Para cerrar la obra no podía faltar la autodefensa del propio acusado: Dios

‘Ustedes ven pues, que son injustos en acusarme…que están cometiendo un grave delito juzgándome. Ustedes andan buscando que yo me ponga bravo y les lance otro diluvio, o un terremoto más fuerte que el de Lisboa. No me tienten. No me tienten. (Poniéndose histérico paulatinamente) No me tienten. Pierdo el control y comienzo a hacer cosas terribles…Me pongo fácilmente nervioso. Y ustedes están agotando mi paciencia'.

Sin duda, el recurso literario del Dr. Martínez rebasa las expectativas de un teatro de lo cotidiano. Se presenta magistralmente con las voces de los filósofos clásicos. Y con una dosis de humor negro, explaya sus propias cavilaciones que inteligente ubica en cada uno de sus personajes que usa a su antojo. Un estilo conciso, irreverente y mordaz. Una acusación que nace desde los humanos hacia Dios. A veces caricaturesco, pero con elegancia. Y sobre todo, un teatro de lo mortal.

El hombre que transita en la filosofía teatral de José de Jesús Martínez, no es ese hombre ensimismado o circunstancial, no es ese mortal, es mucho más que eso. Es un hombre que contrario a Dios muere, y eso lo hace grande.

Lo Nuevo
comments powered by Disqus