El creador de contenidos y escritor conversa con este medio sobre la lengua y la incorporación de nuevas palabras al español. Habla un poco de su vida,...
- 10/07/2019 02:00
Terminó la Copa América y tras su estela, nos quedamos con una gran deuda de buen fútbol en la boca del estómago. Si bien Brasil fue vencedor indiscutible, la calidad general del torneo dejó mucho que desear. El tono de una gran mayoría de partidos fue insípido y carente de fulguraciones individuales y belleza colectiva. Cierto es que la solidez de Brasil se impuso con más fuerza que belleza, pero resulta muy curiosa la ausencia de cracks que habitualmente abundan en los equipos brasileños. Imagínate que la camiseta más vendida en las calles de Río, era la de Neymar que ni siquiera jugó en el torneo. Se vendían más camisetas de Marta (estrella de la selección femenina) o de los ya retirados Romario y Pelé, que las de los jugadores que saltaban a la cancha a defender y expresar las esencias de la verdeamarelha. Faltaba la habitual conexión entre hinchas e ídolos. No bastaba con que Brasil saliera victorioso, se extrañaba otro tipo de conexión, más fervorosa, con mayor incandescencia.
¿Y los demás? Perú mantuvo una línea ascendente, basada en la coherencia que emana de su entrenador, el argentino Gareca, quien negó las especulaciones que lo vinculaban con la dirección técnica de la selección de Argentina. Chile mostró el agotamiento de su vieja guardia, pese a mostrar huellas de su buen fútbol. Colombia está iniciando un nuevo proceso y muestra señales positivas. Uruguay es el epítome de la coherencia, que en esta ocasión no le alcanzó para superar los cuartos de final. Argentina pasó de la sensación de desastre futbolístico a un atisbo de esperanzas que se hundió entre quejas, acusaciones y una sensación de impotencia que ya va resultando familiar. ¿Lo demás? Es jungla, como decía el cuento de Mario Benedetti. El juego de Ecuador, Paraguay, Venezuela y Bolivia, apuntó a muy poco, ofreció casi nada más allá de los empeños voluntariosos venezolanos o ciertos atisbos de pundonor paraguayo.
Antes mencioné la insipidez. Pero para ser más justos debería añadir el concepto desgaste. Una sensación de veteranía, de ‘ya visto' parecía envolver y sofocar la identidad del torneo. Veamos sino estas distinciones: el mejor jugador de la copa fue Dani Alves, con 36 añitos a cuestas. La revelación del torneo fue Everton, que cuenta con 25 años. ¿Acaso hará falta una renovación cualitativa en el fútbol sudamericano, habitual cantera de la que se nutre el mundo entero? ¿Será que las naciones del sur venden muy rápido a sus figuras sin darles tiempo a articularse y desarrollarse con calma suficiente?
Otro asunto que ocupó titulares a lo largo del torneo, fue el de las conspiraciones. Messi, habitualmente un jugador ajeno a los conflictos mediáticos y alérgico a las groserías públicas, estalló en esta copa, realizando algunas aseveraciones muy subidas de tono, acusando a la CONMEBOL de arreglar el torneo a favor de Brasil. Algunos piensan que sus palabras tenían como fin el apartar las miradas críticas del pobre juego argentino y fijarlas en elementos exógenos. Su actitud tuvo cierto éxito en Argentina (donde la hinchada no es muy conocida por saber perder con elegancia) aunque despertó quejas en el resto del mundo, donde se destacó la falta de respeto del argentino y su pobre deportividad, que además lo ha dejado expuesto a posibles suspensiones.
Quizás Leo tenga algo que aprender del Maestro Tabárez, quien después de perder con Perú en los penales declaró: ‘Hay que aceptar la derrota y felicitar al rival porque no hizo nada fuera del reglamento, trató de bajar el ritmo al partido y no se intimidó, ¿cuántas veces lo hemos hecho nosotros?'.
Pero no es tan difícil ponerse en la piel de Messi si tomamos en consideración la desastrosa aplicación del VAR y una mayoría de arbitrajes quebradizos o inconsistentes durante el torneo. El VAR se usó por primera vez en la Copa América, y por desgracia, los árbitros no tuvieron el entrenamiento suficiente en el manejo del sistema, situación resumida por Tite, entrenador campeón, con una frase lapidaria: ‘El arbitraje fue horrible'.
Pero además, la tecnología del VAR utilizada en la Copa América fue de calidad inferior. Arrancando con la cantidad de cámaras (24 en la copa, contra 32 en el mundial) y siguiendo con problemas de la señal utilizada, muchas veces interrumpida por otras frecuencias, principalmente por la que utilizaba el cuerpo de seguridad del presidente Bolsonaro.
Y ya que mencionamos al inflamatorio y crudo presidente brasileño, no podemos irnos sin mencionar sus irritantes irrupciones, que funcionaron como justo corolario a una copa plena de despropósitos. Primero, se metió en la cancha para arengar, con una bandera brasileña en el medio tiempo de la semifinal, intentando protagonizar el espectáculo con sus gestos populistas. Más adelante, durante la coronación brasileña, intentó abrazar sin éxito a Tite, quién se evadió eficazmente del indeseado saludo. Y finalmente, se coló en la foto, autoproclamándose parte de un triunfo que no le correspondía en absoluto. Tite, el verdadero arquitecto de la victoria, se hizo a un lado, desapareciendo sutilmente de la imagen victoriosa.