El índice de Confianza del Consumidor Panameño (ICCP) se situó en 70 puntos en junio pasado, con una caída de 22 unidades respecto a enero de este año,...
- 02/03/2009 01:00
EL nuevo gobierno americano está reformulando los tres elementos clave para la resolución de la crisis (las patas financiera, monetaria y fiscal), aunque se trata más de una cuestión de grado o de diseño que de determinación, ya más que probada, para actuar en todos los frentes posibles.
Los planes financieros se están rediseñando para encontrar la combinación adecuada de garantías y recapitalización para reavivar los mercados de crédito y deuda; la Fed continúa su política de extrema laxitud, con tipos de interés oficiales a cero y los mercados esperando las próximas medidas de expansión cuantitativa de los balances.
En cuanto a la política fiscal, el debate se centra más en la materialización del estímulo fiscal que en su magnitud, y las discusiones tanto a nivel político como académico son muy activas. En Europa la reacción está siendo claramente más tímida en el frente monetario (con tipos oficiales todavía al 2% y menciones un tanto oscuras a trampas de liquidez por parte de algunos miembros del Consejo del BCE) y lo fue al principio en el frente fiscal, aunque la actividad en este terreno es ahora algo mayor.
Tras el plan de medidas aprobado a principios de diciembre por el Consejo de Ministros europeo, varios países de la zona han aprobado sus programas fiscales: La reacción ha sido pequeña en Italia dado su alto nivel de deuda pública, pero bastante mayor en Francia y España (por encima del 1% en ambos países).
Pero la clave ha sido Alemania: tras aprobar con poca convicción un paquete fiscal inicialmente pequeño (1.3% del PIB en dos años). La presión de la opinión internacional y la evidencia de que las exportaciones alemanas se estaban hundiendo han llevado al gobierno a extender el estímulo en otro 2% del PIB.
A pesar de ser netamente menores que en Estados Unidos, no hay que subestimar la magnitud de estos programas. Según nuestros cálculos, por cada punto de déficit discrecional materializado en gasto público e inversiones, el PIB crece en 1.2 puntos adicionales, lo que puede hacer que el estímulo convierta una recesión profunda en una más suave.
La incertidumbre sobre esta elasticidad fiscal es muy alta (y ahí radica buena parte del debate fiscal en Estados Unidos), y posiblemente el efecto es menor con un déficit materializado en reducciones de impuestos, pero en cualquier caso el impacto no es desdeñable, algo que quizás no está interiorizado por todos los analistas dentro del contexto extremadamente pesimista en que nos encontramos.
El diseño de estos paquetes fiscales en Europa es muy variado, y no hay espacio aquí para analizarlo en detalle. Sí cabe resaltar, sin embargo, dos puntos débiles, o más bien un reproche y un temor.
Por un lado, aunque las medidas fiscales se han vendido como un ejemplo de coordinación a nivel europeo, ésta se ha limitado a las intenciones: ni la composición de los programas, ni su montante, ni las reglas que se aplican para evitar problemas de competencia han sido acordados, lo cual puede restar eficacia a las medidas y crear problemas de asignación de recursos a largo plazo, ya que se aprovechan los planes fiscales para reintroducir ayudas a determinadas empresas largamente deseadas.
Por otra parte, el carácter temporal de los programas, que es fundamental para evitar la erosión de las finanzas públicas a largo plazo (con su efecto sobre el corto plazo a través de las expectativas de los agentes), no ha sido suficientemente subrayado. Y la historia de las finanzas públicas europeas de las últimas décadas no ayuda al optimismo: hubiera sido preferible un compromiso mucho más claro de que todos estos impulsos fiscales, imprescindibles ahora, serán eliminados una vez que pase la tormenta.