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- 25/03/2010 01:00
LA HABANA. Por estos días, numerosos medios de comunicación internacionales han reflejado las marchas de las Damas de Blanco en su peregrinar por iglesias y calles de La Habana. Más que ofrecer la noticia ya conocida deseo explicar ¿Qué hay en torno a estos hechos? ¿Cuáles son las causas reales de estas protestas?
El hecho estriba en que por diversas vías en 50 años se han buscado maneras para desestabilizar y hacer colapsar el proyecto político cubano que inicio en 1959. En marzo de 2003, fueron detenidos 75 personas acusadas de recibir dinero y orientaciones de Estados Unidos para la subversión de la revolución cubana.
La semana pasada sus familiares protestaron en el séptimo aniversario de las detenciones, exigiendo la excarcelación de sus seres queridos.
¿Por qué ahora esa abrumadora información mediática?
La conmemoración coincide con una polémica internacional en torno a la isla luego de la muerte por una huelga de hambre del prisionero político Orlando Zapata.
“Pedimos la libertad para nuestros esposos”, dijo Bertha Soler —cuyo esposo cumple una condena de 20 años—, a la entrada de la Iglesia de La Merced desde donde partió su manifestación el domingo. “No importa lo que hagan, vamos a seguir marchando para marcar la Primavera Negro”, declaró Laura Pollán, líder del grupo, refiriéndose a los arrestos del 18 de marzo del 2003.
La muerte de Zapata es una tragedia humana, pero su repercusión responde a factores políticos. Ninguna de las actuales presiones para los indultos a estos presos facilita cambios en la política cubana, rodeada hoy por una tormenta propagandística. Ni siquiera bajo la presión de la Crisis de los Misiles (octubre de 1962), al borde de un conflicto nuclear, la política de Cuba cambió.
Es obvio que la muerte de Zapata y sus secuelas convienen a quienes se oponen al diálogo con EEUU y Europa.
La denominación pasa por diversos calificativos: ¿Hablamos de disidentes, opositores, mercenarios, presos de conciencia, presos políticos, qué son en realidad estas personas?
Haciendo mía la definición del politólogo cubano Rafael Hernández, un disidente es el que reniega de su creencia anterior. Éste no es el caso de los clásicos anticomunistas del exilio, sino el de los ex comunistas prosoviéticos y de otras tendencias ortodoxas. Estos descartan la violencia de las armas, igual que las principales fuerzas del exilio anticastrista actual. Ambos grupos difieren en cuanto al bloqueo, pero coinciden en su afán de restauración capitalista y anticastrismo furibundos; por eso se identifican fácilmente con la ultraderecha de EEUU y con partidos y gobiernos europeos.
Aunque algunos se presentan como socialdemócratas, el eje ideológico disidente se mueve entre el centro y la derecha. Son grupos pequeños y numerosos, dispersos y sin arraigo en la población. Está claro que, aparte de recibir dinero y apoyo de Washington, también tienen creencias ideológicas.
El puñado de presos políticos en sus filas no lo está por delitos “de conciencia”, ni por la mera expresión de ideas contrarias al gobierno, sino por oponerse activamente al sistema, en alianza con EEUU y el exilio clásico y el viejo anticomunismo europeo.
Estos opositores no tienen un proyecto coherente, sino consignas ideológicas. Su falta de legitimidad interna se deriva del apoyo de EEUU y de los partidos europeos, y de su alianza con el exilio.
Las embajadas en La Habana los conocen, y saben que no representan ninguna alternativa política viable; las reacciones internacionales responden más a pugnas electorales y parlamentarias de esos países, que a la situación en la isla.
Lo cierto es que las imágenes de las pacíficas Damas de Blanco recorrieron el mundo y la lógica o las palabras de quienes conocemos lo que sucede en realidad no pueden explicarlo.
Lo que está claro es que serán los propios cubanos los que decidirán si además de una institucionalidad democrática renovada, un modelo descentralizado y una economía mixta, cabrá una oposición leal dentro del futuro sistema socialista. La presión no funciona aquí en Cuba.