El ataque se produjo mientras se desarrolla en la provincia canadiense de Alberta una cumbre del G7 en la que el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski,...
- 21/03/2010 01:00
AMSTERDAM. El momento de la verdad está cada vez más cerca en Europa. Las tensiones en torno a qué hacer con la economía griega siguen creciendo, especialmente en Alemania, el verdadero núcleo de la Unión. El jueves, la canciller Ángela Merkel dijo en un discurso en el Parlamento germano que la Eurozona debería poder “expulsar” a los miembros que “incumplieran reiteradamente” las condiciones del Pacto de Estabilidad y Crecimiento. El viernes, reaccionando a las palabras de la Merkel, el primer ministro griego Giorgos Papandreu dijo que su país tenía “cero posibilidades” de abandonar la eurozona y deslizó sutilmente la posibilidad de acudir al FMI –léase EEUU y China– si un plan de ayudas para Grecia no es aprobado en la cumbre de jefes de Estado y de Gobierno que se celebra la próxima semana (25 y 26 de marzo) en Bruselas. El viejo dicho que afirma que una cadena es tan fuerte como su eslabón más débil nunca fue tan cierto como ahora, y la primera gran crisis del euro puede, de hecho, también ser la última. La crisis griega tiene fecha de caducidad y su desenlace traerá consecuencias que marcarán profundamente el futuro de ese experimento llamado Unión Europea. En el corazón de esta novela se encuentra Alemania, la locomotora de Europa, que tendrá que tomar la que quizás sea la decisión más difícil de toda su historia post-1945.
La crisis comenzó cuando el Partido Socialista Panhelénico (o PASOK) de Papandreu tomó posesión en octubre pasado. Entonces descubrieron que el gobierno griego había “maquillado” –con la ayuda de Goldman Sachs– los libros para entrar a la Eurozona en 2001. El escándalo explotó cuando se hizo público que el déficit presupuestario griego fue del 12.7% en 2009 –más de cuatro veces el permitido en los Tratados Europeos— y que su deuda pública para el 2010 será del 125% del PIB, cuando el máximo permitido es 60%.
A partir de ese momento, Grecia se convirtió en el escenario de un experimento. Por primera vez, un Estado que había renunciado voluntariamente a su soberanía monetaria se encontraba en una situación tan desesperada. Por ende, los focos se movieron al oeste, a Bruselas, donde los ministros Europeos han tratado de hacer malabares mediáticos. Por un lado, nadie quiere salvar a Grecia. Mintieron para entrar al ′club′, y la situación en los países ricos de la Unión no está para tirar cohetes. Por ende, la decisión de dar dinero de contribuyentes alemanes u holandeses a los griegos tendría un grave costo político, traducido en votos, para quien se decida a tomarla.
Por otro lado, la esencia del proyecto europeo está en juego. Ignorar a Grecia, propiciando su salida de la zona Euro –y la entrada en escena de EEUU, China y, sobre todo, una resurgente Rusia— sería un golpe del que el Euro –y quizás la UE misma— no se podrían recuperar. Asumiendo esto, lo más seguro es que la UE –léase Alemania— salga al rescate de los griegos. De lo contrario, Grecia podría ser la primera pieza en caer de un dominó que puede incluir, entre otros, a Portugal, Italia y España.
Los oficiales europeos han dado declaraciones vagas sobre el rescate. Están exigiendo que Grecia misma empiece por ajustarse los pantalones, llegando incluso a proponerle que “venda un par de islas”. El país heleno, por su parte, ha implantado medidas de austeridad con el objetivo de bajar el déficit presupuestario del 12.7% al 8.7%, las cuales están alimentando la ira y el descontento en el país, donde en las últimas semanas se han registrado decenas de protestas y enfrentamientos. La situación está lejos de mejorar, y para la próxima semana uno de los sindicatos más grandes del país ya ha convocado a una nueva huelga. Con el país en llamas, Papandreu y su gobierno se desesperan. Bruselas y Berlín no parecen dispuestas a tirarle un salvavidas, y Rusia y el FMI están deseando entrar en escena. Por ello, la cumbre de esta semana será crucial.
Lo crucial de la cumbre no se circunscribe exclusivamente a Grecia. Esta crisis poco tiene que ver con el bienestar del pueblo griego. Lo que realmente está en juego es el futuro de Europa y la posición de Alemania en el continente.
Por más de 60 años, la sólida economía alemana ha sido algo así como la alcancía de Europa, financiando su propia unificación y la transformación de países como Portugal, España, Italia o la misma Grecia, de dictaduras retrógradas a naciones del primer mundo. Es por ello que la opción de dejar a Grecia colapsar es muy atractiva desde el punto de vista alemán. Por un lado, ver el fracaso económico de estos países haría sentir bien a unos alemanes que nunca fueron muy fanáticos de arrastrar al resto de Europa a costa de su propia economía. Por otro, Grecia –que representa solo el 2.6% del PIB de la UE—podría ser una lección para los demás, que se verían forzados a poner sus propias barbas en remojo.
Sin embargo, otros factores sugieren que abandonar a Grecia sería un grave error. Debido a circunstancias históricas y geopolíticas, Alemania hoy se encuentra muy lejos de países como EEUU o China –e incluso, mirando hacia el futuro, de Brasil o Rusia– en cuanto a relevancia mundial. En la actual configuración global, Alemania sólo importa si Europa importa. La Unión Europea es Alemania, y Alemania también es la Unión Europea. Ninguno de los dos es nada sin el otro.
Y aquí es donde entra la tragedia griega. Alemania se encuentra ante su propio Rubicón. Si decide ignorar a Grecia, el golpe asestado al euro y a la Unión Europea harán saltar por los aires la posición y el prestigio de la Unión y por ende de Alemania misma. Si decide ayudarla, podrá preservar la única forma de liderazgo internacional que le queda, aparte de aprovechar la oportunidad para hablar de “unidad”, “solidaridad” y todas esas cosas tan importantes para los europeos. Desde ese punto de vista, parece lógico –y los mercados parecen estar haciendo el mismo análisis— pensar que a la hora de la verdad, Alemania rescatará a los griegos, pero Berlín no puede darse el lujo de rescatar a Grecia –ni a nadie— gratis. El hacerlo sentaría un precedente dañino que eventualmente llevaría a los Estados de la eurozona a pensar que sus irresponsabilidades serán reparadas por el gigante alemán.
Si Berlín actúa, lo hará exigiendo un control férreo sobre las políticas fiscales de los “rescatados”. Esto significaría asumir abiertamente el liderazgo de Europa. Alemania conseguiría con la cartera lo que no pudo conseguir con las armas. Si Alemania jugara esta carta, tendría que actuar rápido, resolviendo la situación griega antes de que la incertidumbre empiece a tumbar los dominós (Portugal, España, Italia, Bélgica o Francia) y el costo sea imposible de asumir.
El dilema alemán es que ignorar a Grecia es dispararse en el pie, sentenciar a la Unión Europea y revivir los fantasmas que ésta vino a enterrar. No podemos olvidar que la integración económica es, ante todo, la mejor solución para evitar otra gran guerra en Europa.
Por otro lado, rescatarla significa asumir las riendas del continente. La pregunta es si los alemanes están listos para eso. Las heridas y traumas del siglo XX siguen allí.
Sin embargo, con el proceso de reunificación oficialmente terminado en 2003, Ángela Merkel es, desde 2005, la primer líder post-guerra en gobernar una Alemania libre de la carga de sus pecados pasados. Una vez liberados, ¿podrán asumir el rol que su poderío económico, geográfico, demográfico e histórico les otorga? Las respuestas, sin duda, comenzarán a aparecer poco a poco esta semana en Bruselas.