Stanley Heckadon: ‘La naturaleza nos puede salvar (si lo permitimos)'

Actualizado
  • 30/09/2016 02:00
Creado
  • 30/09/2016 02:00
Heckadon, uno de los más reputados científicos y ambientalistas del país, asegura que las políticas participativas son las más efectivas

La voz de Stanley Heckadon es la de la naturaleza panameña pidiendo permiso para salvarnos. Probablemente, ningún otro nacional se ha dedicado con más ahínco a la tarea de crear conciencia sobre la necesidad de proteger y cuidar el ambiente que este científico y humanista, doctorado en sociología por la Universidad de Essex, Inglaterra (1983), y homenajeado este mes de agosto en el marco de la XII edición de la Feria Internacional del

‘EN EL PAÍS HACE FALTA CULTURA AMBIENTAL, EN TODOS LOS NIVELES SOCIOECONÓMICOS. PERO A LOS RICOS HABRÍA QUE EDUCARLOS MÁS, PORQUE TIENEN MÁS CAPACIDAD PARA LOGRAR CAMBIOS POSITIVOS Y TAMBIÉN PARA HACER DAÑO'.

Libro de Panamá, por sus importantes aportes al país.

En el ambiente periodístico, se le tienen gran estima por muchas razones: es generoso con su tiempo. Su sabiduría supera sus vastísimos conocimientos. Sus mil anécdotas no solo educan, sino que también divierten. Domina el arte de ‘echar cuentos' que —dice— heredó de su abuela.

A sus 73 años, transmite entusiasmo y amor por lo que hace y se lamenta de no poder hacer más.

De su charla se deduce una lección fundamental: la naturaleza, con todos sus árboles, aves, bosques, mares e incluso murciélagos -a propósito, explica, son los mejores difusores de semillas- constituyen nuestro principal recurso económico. Un ejemplo: de la salud del ecosistema de la Cuenca del Canal de Panamá, en esencia, del río Chagres, depende el agua que requiere el Canal para funcionar.

No solo dependemos de la naturaleza para comer y obtener los ingresos que requerimos para sobrevivir en la selva económica, sino también para sanar el alma: él lo ha comprobado en el Laboratorio Marino de Punta Galeta ( el entrevistado invita a buscar en Facebook para conocer sus actividades ) , a donde llegan unos 12 mil niños panameños al año —un 80% proveniente de escuelas públicas— para participar en sus programas educativos. Heckadon nos relata cómo muchos de los niños llegan ensimismados y con actitudes agresivas, producto de sus experiencias de vida en los barrios marginales.

Pero, esos mismos niños, ‘al ver la infinidad de cangrejos, sentir la brisa del mar y el frescor de los árboles, empiezan a sonreír, a hacer preguntas, a interesarse. Aprenden; se muestran alegres, más amables. Y no se quieren ir. Su actitud cambia por completo', relata Heckadon, que termina haciendo la reflexión: ‘¿Cuánto vale la sonrisa de un niño?'.

DADA LA IMPORTANCIA DEL TEMA, ¿CÓMO EVALÚA USTED, EN TÉRMINOS GENERALES, LA GESTIÓN AMBIENTAL DEL PAÍS?

Hemos progresado mucho desde la década del 70 hasta acá. Entonces, los temas ambientales los llevaba una pequeña oficina forestal en el Ministerio de Desarrollo Agropecuario (MIDA). Ahora tenemos un Ministerio de Ambiente, con voz en el Gabinete presidencial. Durante estos cuarenta años ha nacido el movimiento ambiental y un numeroso grupo de oenegés, como la Sociedad Audubon y Mar Viva, que crean conciencia y realizan actividades voluntarias. Si en los años 70 hubieran organizado una limpieza de playas, nadie se habría ofrecido. Hoy, este tipo de actividades reciben mucho apoyo. Sin embargo, como en todo, quedan todavía muchos temas pendientes.

¿PUEDE MENCIONAR ALGUNOS DE ESTOS TEMAS PENDIENTES?

A los panameños nos hace falta ganar cultura ambiental, y me refiero a todos los sectores, desde los menos favorecidos hasta los más pudientes. Aquí la gente tira basura a la calle, a las quebradas, lo mismo desde un Mercedes que desde un autobús. Después, cuando llega la temporada de lluvias, los ríos se crecen y vienen las inundaciones y la gente pierde sus muebles. Se construyen edificios de apartamentos millonarios en las riberas de los ríos de la ciudad, sin que el gobierno haga nada. Los barrios son desiertos ambientales. Mira, cuando licitamos el diseño arquitectónico de este edificio —sede del Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales— las propuestas que nos hacían las firmas de arquitectos más destacadas del país contemplaban derribar todos los árboles. Los veían como un obstáculo. Los científicos se quedaron boquiabiertos e insistieron en que el centro de esta comunidad científica debía ser un enorme y viejo árbol de corotú, donde paraban loros y tucanes, y que representaba la diversidad biológica del país. El árbol se quedó y el complejo se construyó

STANLEY HECKADON

Científico emérito del Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales

Nacimiento: 9 de octubre de 1943

Ocupación: Dirige el Laboratorio Marino de Punta Galeta.

Estudios: Licenciatura en la Universidad de Los Andes (1970), Maestría en Sociología de la Universidad de Essex (1973), Doctorado en Sociología en la Universidad de Essex (1983).

Experiencia: Socio del Centro Agronómico Tropical de Investigaciones y Enseñanza (1987 a 1990); director general del Instituto Nacional de Recursos Naturales Renovables (1990-1991); investigador del Smithsonian de Investigaciones Tropicales (STRI) (desde 1993).

alrededor de él. Hoy es como un ágora, donde todo el mundo se reúne. Por eso digo que los ricos son los que más deben ser educados, porque son los que más daño pueden hacer.

UNO DE SUS LIBROS —‘CUANDO SE ACABAN LOS MONTES' (1983)— CASUALMENTE HABLA DEL ARRAIGO DE LA CULTURA DEL TUMBE EN LA PSIQUIS PANAMEÑA. ¿NOS PUEDE HABLAR DE ESO?

Mira, lo que sucede es que hasta la década de los 80, la política del Estado panameño era ‘integrar la selva a la economía nacional'. Esto no era otra cosa que la ambición de convertir a Panamá en un enorme potrero, desde Paso Canoa, en la frontera con Costa Rica, hasta Palo de las Letras, en el lindero con Colombia; destruir toda la selva para meter vacas. El sistema bancario, estatal y privado, apoyaba ese proceso con préstamos. La selva era un símbolo de atraso. Esa política nos estaba destruyendo. Tanto, que en 1984-1985, luego de la gran sequía del 82 y 83 (consecuencia de El Niño) nos unimos un grupo de 140 investigadores para estudiar la Cuenca del Canal, lo que hicimos durante dos años.

Nos dimos cuenta de que la cuenca era un caos, llena de canteras, vertederos de basura y hasta talleres de mecánica que vertían químicos a la boca de los ríos. El nivel del mar estaba aumentando y la precipitación estaba disminuyendo. Al cerrar el informe, la primera recomendación que hicimos fue que se prohibiera la potrerización de la cuenca y que se protegieran los bosques que quedaban. En 1984, el presidente Eric Delvalle firmó el decreto ejecutivo que creó el Parque Nacional Chagres, de cien mil hectáreas. Este parque salvó el Canal de Panamá y el suministro del agua potable de las ciudades de Panamá y Colón.

Delvalle nunca habría sospechado que este sería el mayor logro de su gestión y la más importante política ambiental de los 80.

¿CÓMO VE USTED EL PROYECTO ALIANZA POR EL MILLÓN DE HECTÁREAS, QUE LLEVA EL MINISTERIO DE AMBIENTE EN ASOCIACIÓN CON UN GRUPO DE OENEGÉS?

Es un proyecto importante, pero, como la mayoría de las iniciativas de reforestación oficiales, ha sido concebido con la intención primordial de proyectar la imagen del país internacionalmente.

Con mis años, he visto infinidad de gestiones de reforestación patrocinadas por el Estado. Recuerdo especialmente uno que buscaba sembrar diez mil hectáreas de las áreas degradadas del lago Gatún con árboles de marañón. También el de La Yeguada, que, en su momento, fue el más grande esfuerzo de reforestación de Centroamérica. En ambos casos y en muchos otros, lo que hay que analizar es quién va a cuidar de los árboles. Cuando son del Estado, la población asume una actitud de indiferencia o de animosidad, que en muchas ocasiones lleva al vandalismo o queme.

¿QUÉ RECOMIENDA, ENTONCES?

A la gente hay que hacerla partícipe para que los proyectos funcionen. En las iniciativas de Estado, los ministros se van y los funcionarios son despedidos cuando cambia el partido de gobierno. Entonces, se pierde el padrino, nadie se ocupa de ellos y se abandonan, perdiéndose todos los recursos y esfuerzos invertidos.

Creo que sería más efectivo y más barato pagarle a los campesinos y pequeños y a los medianos o grandes propietarios para que cuiden las orillas de los ríos, para que protejan las especies nativas, sobre todo, dejando crecer los rastrojos. Con 80 dólares al mes, una familia puede enviar a sus hijos a la escuela y así se va a asegurar de que la vegetación crezca. Te voy a dar un ejemplo: aquí en el Cerro Ancón, cuando entraron los estadounidenses a principios del siglo pasado, el cerro era casi un peladero, porque la gente se llevaba la madera para hacer sus casas. Los americanos, por razones militares, lo decretaron reserva forestal. Nadie se ocupó de reforestarlo, pero la naturaleza se regeneró a sí sola y el rastrojo se convirtió en un bosque maduro, que hoy ya tiene cien años. A propósito, hoy día, el Cerro Ancón es un aeropuerto internacional para aves migratorias de toda América. En resumen: el retorno por dólar invertido sería mucho mayor con una política de ‘dejar crecer' aun si se pagara a los propietarios para supervisar el proceso. Los resultados se verían a corto plazo.

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