Caballitos de mi coche

Actualizado
  • 17/11/2018 01:02
Creado
  • 17/11/2018 01:02
En una columna publicada originalmente el 7 de septiembre de 2002, el Dr. Carlos Iván Zúñiga Guardia ‘El Patriota' trae a colación anécdotas sobre distintas manifestaciones del servilismo, una actitud que sólo podrá abolirse en el futuro a través de la educación

En la época de la palmeta se decía que la ‘la letra con sangre entra'. Aquel método de enseñanza tan primitivo ya no tiene vigencia no sólo porque vulnera los derechos del niño, sino porque pedagógicamente se censura por ser contrario al desarrollo pleno de la personalidad del estudiante. Cuando un niño aprende por efectos del temor o del maltrato, su carácter, generalmente, tiende a ser dúctil o presa del sometimiento.

Un método más eficaz es el que siempre caracteriza al buen maestro. Ese método garante del aprendizaje recomienda la repetición prudente de la lección. Recuerdo la tarea ordenada por el maestro cuando alguien escribía nación con S. El estudiante tenía que escribir 100 veces en el cuaderno ‘nación se escribe con C'. Ese alumno no olvidaba nunca más la redacción correcta.

En estos días, durante una mesa redonda de Canal 5, un estudiante con acierto dijo que la Universidad de Panamá fue fundada en el año de 1935; dos dijeron que el primer rector fue el doctor Harmodio Arias, y uno navegó sin paradas por el tiempo y afirmó que el primer rector fue Justo Arosemena; es decir, todos se olvidaron de que el rector fue el doctor Octavio Méndez Pereira. Estas referencias vienen a cuento porque pienso que algo debe hacerse para que las cartillas de cívica e historia estén siempre en el pupitre del maestro.

El aquilatamiento del carácter, hasta hacerlo inmune al servilismo, y el conocimiento de la verdadera historia, que apartaría al estudiante de la idolatría perniciosa, son hoy menesteres de urgencia notoria.

Estos conceptos serían más didácticos si los engarzamos con ejemplos de la vida real. Nunca he olvidado el día que conocí a mi padrino, el doctor Octavio Méndez Pereira, como lo he relatado alguna vez. Ante su estampa de gran caballero me arrodillé y le pedí el ‘bendito' tradicional en aquellos años tan distantes cuando aún era muy niño. Su reacción fue toda una lección de cívica. ‘No se arrodille ante un hombre', me dijo con cierta comprensión, pero con energía. Nunca más me arrodillé ante un hombre; ese fue el colofón de un momento tan dramático e incómodo.

Este ejemplo reafirma mi tesis sobe el papel tan responsable del maestro. Enseñar dignidad y no oportunismo es la misión superior del educador. Al respecto no se puede olvidar aquellos espectáculos que daban escuelas y maestros, al colocar en fila a los alumnos, en tiempos de la dictadura, para recibir con banderitas, aplausos y abrazos a los titulares del gobierno militar; estos actos constituían una lección degradante, que resultaba aún más vergonzosa cuando los maestros les decían a los niños: pídanle un autobús para pasear. Y si el recurso tenía éxito, los maestros sabían que sus niños habían recibido una lección indecorosa. Estos pasajes tan constantes en aquellos días de bajamar cívica dañaban el alma del niño, porque la asomaban al mundo de la corrupción.

FICHA

Un vencedor en el campo de los ideales de libertad:

Nombre completo: Carlos Iván Zúñiga Guardia.

Nacimiento: 1 de enero de 1926 Penonomé, Coclé.

Fallecimiento: 14 de noviembre de 2008, Ciudad de Panamá.

Ocupación: Abogado, periodista, docente y político

Creencias religiosas: Católico

Viuda: Sydia Candanedo de Zúñiga

Resumen de su carrera: En 1947 inició su vida política como un líder estudiantil que rechazó el Acuerdo de bases Filós-Hines. Ocupó los cargos de ministro, diputado, presidente del Partido Acción Popular en 1981 y dirigente de la Cruzada Civilista Nacional. Fue reconocido por sus múltiples defensas penales y por su excelente oratoria. De 1991 a 1994 fue rector de la Universidad de Panamá. Ha recibido la Orden de Manuel Amador Guerrero, la Justo Arosemena y la Orden del Sol de Perú.

A Maquiavelo le indignaba el servilismo. Él recomendaba al Príncipe censurar públicamente a quien públicamente actuaba con elogios desmesurados. Cuando los estudiantes se enteran de que los reyes, presidentes y jefes de Estados rechazan la genuflexión de la cerviz y toda clase de sumisión, la relación de gobernantes y gobernados no permite espacios para la degradación humana.

Es importante para podar los brotes serviles, leer y releer todos los capítulos de las cartillas totales —no parciales o adulteradas— de la historia. El estudiante debe aprender cada uno y todos los episodios de la historia, sobre todo las páginas que se refieren al suplicio de las dictaduras. No debe aceptarse como correcto, por ejemplo, lo que hacían los intelectuales arribistas de la época de Pérez Jiménez en Venezuela. Sólo hacían elogios a su política de concreto, a las autopistas que construía, a los grandes puentes y hoteles, a los edificios inmensos, peor ignoraban con manifiesto encubrimiento los crímenes del dictador.

Esta enseñanza o divulgación de los activos y de todos los pasivos de los gobernantes no sólo es un deber del maestro; también es una obligación de los intelectuales. El testimonio de ellos es importante y la trascendencia, credibilidad y solidez moral de sus aseveraciones, dependerá de la conducta que asumieron durante esa época nefasta de la dictadura.

Me he preguntado muchas veces a qué se debe que los intelectuales colaboradores de las dictaduras, con pleno conocimiento del furor de las mismas, elogian, empero, al dictador. Se trata de una práctica de remoto origen. Los dictadores más reconocidos como Juan Vicente Gómez, Porfirio Díaz, Estrada Cabrera, Rodríguez de Francia, Pinochet, Somoza, Trujillo, tenían una cuadra de intelectuales que sólo se dedicaban a divertir al tirano y exaltar su obra. El paraguayo Gaspar Rodríguez de Francia se divertía viendo a sus abogados, vestidos pulcramente de negro, corriendo en el palacio sobre caballitos de madera.

Estimo que el elogio que hacen los intelectuales de sus dictadores responde al deseo vehemente de colocarlos en el Olimpo de la gloria, en tal forma que ellos, como colaboradores de los tiranos, pretenden magnificarse igualmente; pero la historia y el pueblo les tiene destinado un sitio execrable por los siglos de los siglos.

Belisario Porras era premeditativo y frío al enjuiciar y sancionar el servilismo. Un día llegó del exterior a la estación del Ferrocarril de Panamá; sus amigos lo esperaban llenos de regocijo, también lo esperaba un coche tirado por hermosos caballos. Al subir Porras al coche, liberado de abrazos y de besos, sus amigos desengancharon los caballos y tiraron ellos del coche hasta la Presidencia. Porras sólo miraba con ojos de águila y con un rictus de sorna muy íntima a los que arrastraban el coche, y sus nombres los almacenaba en su memoria. Pasado los años, uno de los voluntarios que arrastró el coche publicó un agrio e irrespetuoso artículo en contra del ilustre mandatario. El presidente Porras dio respuesta con breves palabras en un escrito que tituló: ‘Caballitos de mi coche'. No había más que decir. Bastaba recordar la metamorfosis equina gracias a los impulsos del servilismo.

Las auténticas lecciones de cívica e historia deben ser recordadas constantemente a los niños y jóvenes de la patria. Sólo así las futuras generaciones no serán los caballitos de los coches que suelen reciclarse en la política nacional.

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