La delincuencia y sus crueldades

El maleante de hoy es el sujeto más parecido al sicario de todas las dictaduras. Ambos han perdido el respeto a la vida. Para combatir este fenómeno de la degeneración humana, solo con el concurso de toda la sociedad se podría obtener éxito. El militarismo o el totalitarismo son sistemas que excluyeron de su escala de valores la vida humana
La delincuencia y sus crueldades

En casi todos los países los delincuentes se tornan cada día más agresivos. Los índices que registran los hechos criminales son tan alarmantes, que la seguridad colectiva es absolutamente precaria. No me refiero al crimen que surge de la diferencia entre personas, sino del delito que emerge del hampa y no responde a motivación o diferencia previa entre víctima y victimario. Esta clase de ilicitud, creciente y abundante, es la más parecida al terrorismo en lo que se refiere al resultado.

En el terrorismo nadie sabe quiénes podrían ser los perjudicados. La acción criminal no está destinada, generalmente, a una persona o a personas determinadas. El móvil central es sembrar el terror sin reparar en la identidad de la víctima. Igual ocurre en las andanzas de los maleantes. Al ejecutar sus fechorías, en la mayoría de los casos, las víctimas son circunstanciales, son escogidas de súbito, fruto de la ocasión. Desde luego, en muchos casos, el malhechor o el terrorista planifica o premedita toda la vía ejecutiva del delito.

Un caso famoso de terrorismo singularizado se dio cuando asesinaron al ministro español Carrero Blanco. Durante meses los terroristas, en la etapa de los actos preparatorios, estudiaron las costumbres o hábitos del ministro, hasta que llegó el día que se produjo la explosión mortal. Pero existe el terrorismo con resultados más crueles, como el ocurrido en las torres gemelas. Se planificó el crimen y se produjo con víctimas inocentes no identificadas previamente. Este tipo de terrorismo es más infame, porque las víctimas no guardaban ninguna relación con el odio, motivación o dolo de los criminales. En el terrorismo ideológico o político dirigido a eliminar adversarios no media el ánimo de lucro. Sin embargo, este ánimo es el que predomina en los asaltos o comisiones delictivas de los maleantes.

En nuestro medio, la maleantería ha venido perfeccionando sus procedimientos. También ha ido devaluando más y más la vida como bien supremo de la sociedad. El lince, ratero o lanza de ayer que se limitaba al robo audaz y diestro sin consumar una lesión leve o mortal, ha sido reemplazado por el delincuente criminal que ejecuta el robo o hurto asesinando si es menester, sin mayor trámite, a la pobre o inocente víctima.

El maleante de hoy es el sujeto más parecido al sicario de todas las dictaduras. Ambos han perdido el respeto a la vida. Para combatir este fenómeno de la degeneración humana, solo con el concurso de toda la sociedad se podría obtener éxito. El militarismo o el totalitarismo son sistemas que excluyeron de su escala de valores la vida humana. La delincuencia social, la maleantería criolla o los sicarios del despotismo no sienten aprecio por la vida y una vez extinguida no produce arrepentimiento alguno en el victimario. Así como el pueblo se unió para erradicar el totalitarismo, debe unirse también para extirpar la delincuencia. Sin esa unión el crimen tendrá cada día mejores autores, cómplices o encubridores. Se impone, por tanto, un acuerdo entre la sociedad civil y el Gobierno nacional para poner en práctica medidas preventivas que atajen la ola de violencia que impera hoy en la sociedad. El Gobierno solo no puede combatir ese flagelo que agobia a todas las sociedades del mundo, desarrolladas o no. Una solución eficaz para controlar el azote de la maleantería es dotar al Cuerpo de Policía Nacional de un mayor de número de unidades dedicado exclusivamente a patrullar, preferiblemente en vehículos motorizados, todos los barrios y calles de las principales ciudades del país, o sea, en las que más atentados a la vida y a los bienes se producen. Igualmente, las medidas sancionadoras deben ser más severas y los protagonistas que cometen delitos contra la vida y la propiedad no deben ser beneficiados con ninguna disminución de pena. Esa severidad debe extenderse al sistema penitenciario para que no se permita ningún tipo de beneficios a los delincuentes que se han dedicado a asaltar a los ciudadanos. Son políticas de defensa social y asimismo la escuela y la Iglesia deben redoblar sus enseñanzas en defensa de la vida, de modo que el niño de todos los niveles sociales llegue a inmunizarse de toda tentación homicida.

En estos días expresé mi dolor por los miles de muertos que produjo la guerra de Irak. Es el mismo dolor que sentí por la tragedia de cada panameño que padeció el rifle del despotismo. Pero ninguno de esos dolores es comparable al que suscita en un padre la incertidumbre que provoca un balazo o lesión en el cuerpo de su hijo. Hace un par de días viví en carne propia lo que tantos panameños han vivido y vienen viviendo tan cotidianamente. En su residencia, sin mediar siquiera una amenaza, uno de los cuatro asaltantes disparó sobre su cuerpo despedazándole una arteria que lo puso al borde de la muerte, lo que hubiera ocurrido si Dios y los médicos que lo atendieron no hubieran puesto sobre su cuerpo la mano de la sabiduría. El homicida frustrado de mi hijo no era el maleante que ayer arrancaba un reloj, un collar y huía, ahora es el vil criminal que dispara, hiere y hasta mata, y luego comete el hurto. Por lo visto se trata de un aprendizaje que se estrenó durante la dictadura militar, porque no hay mayor estímulo para el crimen que el pleno conocimiento de la impunidad como premio de una autoría criminal.

La ola de delincuencia que azota la ciudad sólo se detendrá si la sociedad civil se une a los esfuerzos del Gobierno destinados a disolver esa ola tan peligrosa y destructiva de la paz social. De no hacerlo, todos viviremos el drama de muchos hogares y les aseguro que ese drama es inmensamente cruel, doloroso e injusto.

(Artículo publicado originalmente el 26 de abril de 2003).

Carlos Iván Zuñiga Guardia
FICHA
Un vencedor en el campo de los ideales de libertad:
Nombre completo: Carlos Iván Zúñiga Guardia
Nacimiento: 1 de enero de 1926 Penonomé, Coclé
Fallecimiento: 14 de noviembre de 2008, Ciudad de Panamá
Ocupación: Abogado, periodista, docente y político
Creencias religiosas: Católico
Viuda: Sydia Candanedo de Zúñiga

Resumen de su carrera: En 1947 inició su vida política como un líder estudiantil que rechazó el Acuerdo de bases Filós-Hines. Ocupó los cargos de ministro, diputado, presidente del Partido Acción Popular en 1981 y dirigente de la Cruzada Civilista Nacional. Fue reconocido por sus múltiples defensas penales y por su excelente oratoria. De 1991 a 1994 fue rector de la Universidad de Panamá. Ha recibido la Orden de Manuel Amador Guerrero, la Justo Arosemena y la Orden del Sol de Perú.

Lo Nuevo