'The Empire Strikes Back'

Actualizado
  • 30/08/2020 00:00
Creado
  • 30/08/2020 00:00
En el Washington de nuestros días han vuelto a reinstalarse los heraldos, los procónsules y la política del garrote, escondido todo bajo el manto piadoso de unos respiradores, unas mascarillas y la cortina de humo de AméricaCrece
'The Empire Strikes Back'
Desmantelando la institucionalidad multilateral

Intrigado y preocupado he visto como en los pocos años de la presidencia del señor Trump, su país, que fuera adalid del multilateralismo luego de la terrible experiencia de la Segunda Guerra Mundial, ha echado marcha atrás desmantelando, en menos de cuatro años, más de tres cuartos de siglo de mecanismos aptos para dialogar y entenderse entre enemigos acérrimos, adversarios con intereses encontrados pero no irreconciliables, vecinos con diferencias reconciliables y grupos humanos cuyos derechos identitarios, económicos, espirituales, sociales y ecológicos solo encuentran amparo en la universalidad de derechos y obligaciones pactados y custodiados por instituciones multilaterales organizadas en torno al trabajo, al desarrollo sostenible del medioambiente, a los derechos de todos los seres vivos, desde la madre tierra y los seres humanos, hasta los de los seres no-humanos.

Y sin embargo, nada en este retroceso debe asombrarnos. Debería sí avergonzarnos, porque en realidad somos corresponsables del proceso de vaciamiento moral de la lógica del bien común que da sustento al multilateralismo y del consiguiente proceso tóxico de su reconfiguración en una narrativa amoral que solo atiende y privilegia intereses y necesidades individuales, que en el caso de los Estados, se agotan casi siempre ¡oh sorpresa! en la búsqueda y el aprovechamiento descarnado de las recurrentes asimetrías de la bilateralidad.

Y no me asombra, aunque me duele mucho, porque este proceso histórico lo hemos vivido como un proceso enteramente político donde los más, divididos y enfrentados por mezquindades, hemos claudicado al ejercicio demandante de defender a toda costa esas instituciones o hemos renunciado a la crítica-constructiva de lo que había que corregir, agregando valor allí donde se pudiera y ameritara.

Ante nosotros está por desmoronarse lo que una vez fuera una vigorosa institucionalidad internacional que hemos construido unas veces entre luces y sombras y otras entre sospechas y esperanzas, pero que le ha traído a la humanidad el mayor período de prosperidad, seguridad y paz de que se tenga registro en los últimos siglos.

Y ciertamente que, en esta azarosa deriva hacia el caos y el matonismo internacional, algunos, muy poderosos, nos han colocado al borde del holocausto nuclear mientras que otros, de menor poder pero no de menores ambiciones, han emprendido guerras de agresión, de dominio, de conquista y de sometimiento autoritario motivadas por virulentos proyectos neoimperiales o por odios religiosos, raciales o nacionalistas que hieren nuestra dignidad y ocasionan sufrimientos que tarde o temprano tienen costos para toda la humanidad.

El multilateralismo geopolítico

De todas las creaciones del multilateralismo, los arreglos y mecanismos geopolíticos, formales o informales, son los más críticos porque son aquellos de los cuales, a veces sin que nos percatemos con claridad, depende la viabilidad y sostenibilidad de todos los demás.

Dicho de otra manera: un desbarajuste mayor de los arreglos y mecanismos geopolíticos creados mediante tratados multilaterales, bilaterales o mediante la observancia escrupulosa de la costumbre internacional, discapacita a sus miembros para disuadir o contener agresores potenciales, para mantener y preservar el acceso equitativo y seguro a los accidentes geográficos naturales o antrópicos como el Canal de Panamá, o para hacer valer obligaciones, compromisos y protocolos que son vitales en aquellos organismos internacionales dedicados a proteger al ser humano y al medio en que vive y se desarrolla. En pocas palabras, un desbarajuste geopolítico es generalmente el preámbulo a la guerra.

Y, sí. Efectivamente, los mecanismos geopolíticos están en crisis y algunos, a decir del presidente Macron, están en crisis terminal. Ahora bien. Mientras la actual administración de Estados Unidos optó deliberadamente por sustraerse a toda modalidad de participación multilateral, en un repliegue nacionalista a partir del cual pretende redefinir todas sus relaciones internacionales, ese no ha sido el caso de la Unión Europea.

En el caso de Estados Unidos, el presidente Trump, muy temprano en su período, se desenganchó de un conjunto de acuerdos multilaterales sobre el control de armas de destrucción masiva, y mientras en algunos casos denunciaba el compromiso contractual dejando en el limbo su cumplimiento, en otros simplemente no los renovó a su vencimiento.

En el caso de la OTAN, el señor Trump condicionó la participación estadounidense a extremos tales que, ya fuere por degradantes y humillantes para sus socios –que Alemania renuncie al abastecimiento energético ruso– o porque imposibles de cumplir –no reaccionar ante los violentos reajustes de Putin en las fronteras rusas– el hecho real es que esa alianza militar de facto, no de derecho, está en coma inducido.

Sin embargo, viva y maltrecha como esté la OTAN, una decisión política contraria por una nueva administración estadounidense en noviembre, puede recuperarla de la sala de cuidados intensivos en donde se encuentra.

En el caso de la Unión Europea, quizás, después de la ONU la organización multilateral de mayor valor geopolítico a nivel global, el estado comatoso de la OTAN concurre con un proceso anómico de la Unión que vaticina su eclipsamiento y que deja un vacío creciente que incita a ser llenado tanto por potencias emergentes que menguaron bajo su sombra –Turquía– como por las grandes potencias sobrevivientes que con ella concurrieron –Rusia– a estructurar el orden geopolítico mundial surgido de la Segunda Guerra Mundial.

Y si en algún momento, como afirman con nostalgia algunos analistas, ese orden geopolítico europeo se nutría de ambiciones, ahora el eclipsamiento del posicionamiento geopolítico de la UE no se debe tanto a la carencia de una ambición –siempre peligrosas porque volcadas hacia afuera y por lo tanto promotoras de agresividad y eventualmente violencia y dominación– cuanto se debe, en mi opinión, a algo más desafiante y retador: la sobrevenida incapacidad política de la élite de la UE de sustituir, a esa añorada ambición, su fecundo e inspirador proyecto de identidad plural, promotor y defensor del humanismo y basado en el reconocimiento y el respeto de la identidad y los derechos de los otros.

La visita del heraldo, del procónsul y del garrotero

Para Panamá, estos inacabados reajustes tectónicos del sistema geopolítico global, y lo que es más importante, las razones y propósitos que les alientan, tienen importancia vital. En efecto, todo trastocamiento de la correlación de fuerza que da soporte estructural a ese sistema y que condiciona la dinámica de sus flujos, impacta, para bien o para mal, el valor geopolítico de nuestra vía interoceánica al trastocarse consecuentemente la certeza o no que tengan los protagonistas de ese sistema geopolítico global de poder acceder ese accidente geográfico/antrópico sin límites ni amenazas y tomar provecho de los beneficios que su existencia y disponibilidad generan: tránsito interoceánico mercantil y militar; conectividad de las cadenas globales de suministro de bienes y servicios; trasiego, almacenamiento y distribución de data digital mediante cables marítimos de fibra óptica, emplazamientos logísticos industriales.

Me resulta intrascendente si les invitaron o no, como no me sorprendería que hayan llegado motu propio. Al final de cuentas, todos sabemos que en el Washington de nuestros días han vuelto a reinstalarse, según nos confía John Bolton, los heraldos, los procónsules y la política del garrote, escondido todo bajo el manto piadoso de unos respiradores, unas mascarillas y la cortina de humo de AméricaCrece.

La tarea del heraldo es la de anunciar el proyecto de reocupación del backyard que hace años abandonaron alentados por la desregulación neoliberal y alagartados con los salarios de miseria de Asia y África, sin percatarse ni importarles que, cegados por la codicia, con cada planta relocalizada, dejaban sin trabajo a su propia gente, transferían know-how, tecnología y también poderío político.

La tarea del procónsul es la de comunicar las nuevas reglas del juego geopolítico –¡Con ese no! ¡Period!– y alinear con advertencias a los que, imbuidos de 'la moral de los esclavos', se dejen naricear dócilmente.

La tarea del garrotero es la de poner orden y alinear a los rebeldes.

¿Qué impacto tiene esta visita en nuestras relaciones con China?

El autor es politólogo y diplomático
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