Schmeling, de ayer a hoy

Actualizado
  • 31/10/2020 00:00
Creado
  • 31/10/2020 00:00
En la década 1930 a mi pueblo solo llegaba diariamente 'La Estrella de Panamá' y algunas veces el 'Panamá América'. Era la única comunicación con el resto del planeta. Hasta que llegó el año de 1936. En esos tiempos Estados Unidos tenía el monopolio inalámbrico y no era permitida la radiodifusión porque podía interferir las comunicaciones del Canal. Estados Unidos, en los diálogos exploratorios sobre el nuevo tratado general, ofreció renunciar a tal monopolio. Y así lo hizo.
Schmeling, de ayer a hoy

Las nuevas generaciones no tienen la menor idea de cómo era este país en la primera etapa del siglo XX. Lo que aprecian hoy es fruto de un tenaz esfuerzo colectivo. Las privaciones actuales no guardan similitud con las privaciones existentes durante las primeras décadas de la República. Entonces no había calles para cerrarlas en señal de protesta. Todo escaseaba, pero la gestión pública y la privada no tenían reposo y la vida marchaba al compás de las mejores ilusiones. En los campos había pocas escuelas y, en los lugares que las tenían, la mayoría de los padres no quería matricular a sus hijos. En el informe del inspector de Instrucción Pública de Coclé del Norte, fechado en 1914, mi progenitor Federico Zúñiga Feliu pedía policías rurales para obligar a los padres de familia a enviar a sus hijos al aula. Posteriormente, el mismo educador, 1916, solicitaba la baja de esa policía por innecesaria porque los padres habían comprendido las ventajas de la educación.

En mi infancia penonomeña solo se contaba con un dentista escolar que visitaba las escuelas a principio de año con escasa dotación de anestesia. Guardo el más tenebroso recuerdo del día en que sufrí la extracción de una muela de leche. Me consta que es cierto que a veces uno ve las estrellas muy cerca de las cejas. Mi suegro, Abel Candanedo, me contaba las mil peripecias que enfrentaban los inspectores sanitarios para cumplir su generosa tarea. En la mayoría de los pueblos, urbanos o campesinos, no había alcantarillados y se hizo necesario construir letrinas. La misión Rockefeller llevó a cabo una labor impagable en esa dirección, con Mr. Roux a la cabeza. Se tuvo un escollo increíble. Los “usuarios” se resistían a hacer uso de las letrinas. Los sacrificados inspectores iban de retrete en retrete y con una vara larga verificaban si los ocupantes del hogar “daban del cuerpo”. La función de la escuela, la llegada del acueducto y del alcantarillado lograron los nuevos hábitos y tener los servicios higiénicos modernos, ya no en la esquina más lejana del patio, sino en una de las habitaciones, lo que constituyó una prueba suprema de comodidad y progreso.

En aquellos tiempos no había Seguro Social. En el año de 1939, a mis 13 años, trabajé de pinche en la construcción de la avenida principal de Penonomé. Me descontaban el fondo obrero y creo que por eso debo ser asegurado fundador del Seguro Social. Por supuesto que no existían ni cardiólogos ni otorrinolaringólogos ni neurólogos ni ginecólogos, etc., etc. Apenas se contaba con una extraordinaria comadrona, doña Julia, que atendía a todas las madres en su propio hogar, sin la existencia de anestesiólogos, pediatras y sicólogos.

Entonces no había gimnasios, apenas unas canchas de juego, con aros pelados, para jugar baloncesto. Los niños de esa época amaban los patios porque allí estaban sus juegos y sus entretenciones. Las jaulas, las carretas de tusa con ruedas de carretilla de hilo, el choclo para jugar pepitas de marañón. Yo era campeón en el choclo de mi casa y solo aceptaba retos en el choclo de mi patio. Mi patio era mi mundo, era mi patria.

En la época de mi infancia, Penonomé estaba incomunicado y no existía la radio, el desarrollo había llegado apenas a la vitrola. Cuando se tuvo conocimiento de la existencia de la radio, el cura desde el púlpito lo anunció: “Viene un aparato que es una vitrola sin manigueta y sin disco”. ¡Estupendo!

En la década de 1930 a mi pueblo solo llegaba diariamente La Estrella de Panamá y algunas veces el Panamá América. Era la única comunicación con el resto del planeta. Hasta que llegó el año de 1936. En esos tiempos Estados Unidos tenía el monopolio inalámbrico y no era permitida la radiodifusión porque podía interferir las comunicaciones del Canal. Estados Unidos, en los diálogos exploratorios sobre el nuevo tratado general, ofreció renunciar a tal monopolio. Y así lo hizo. El presidente Harmodio Arias de inmediato ordenó instalar una radio en las capitales de provincia, en su plaza principal. Así llegó la radio a Penonomé. Era tan maravilloso el acontecimiento, que el día de su inauguración hubo cohetes, fuegos artificiales y una extraordinaria alegría colectiva. El pueblo se conectó con el mundo. Seguramente que el joven que hoy me lee, y que tiene en su hogar cuanto aparato sirve para tener relación con el exterior, piensa que todo fue siempre igual.

En alguna ocasión relaté el episodio de la segunda pelea de Joe Louis con Max Schmeling ocurrida, creo que en el año de 1938. La pelea del negro contra el ario. Era la época de la expansión del nazismo en Europa. Esa noche el pueblo entero se arremolinó en torno a la radio. Yo me encontraba en compañía de todos mis hermanos. La expectativa era enorme y la alegría por enterarnos simultáneamente de lo que ocurría, era desbordante. Se escuchó con claridad la presentación de los boxeadores y el tañido de la campana. De súbito, una estática interrumpió la transmisión y todos quedamos en suspenso. La transmisión volvió casi de inmediato, pero ya había terminado el combate. Joe Louis había noqueado a Schmeling. La frustración por no haber escuchado los detalles del encuentro fue enorme.

Hace pocos años, en una noche boqueteña, en el excelente programa de Juan Carlos Tapia, sin sospecharlo, se pasó aquella histórica pelea. No creía lo que estaba ocurriendo. Sentí una extraña emoción y una ráfaga helada de tristeza azotó mi corazón al sentir que cinco de mis hermanos ya no estaban conmigo, como lo estuvieron aquella noche de la radio penonomeña.

Schmeling, de ayer a hoy

Y como el presente no es como el lento pasado, ahora el internet, la televisión, la radio y la prensa resucitaron a Max Schmeling, quien había desaparecido del mapa desde hace muchísimos años. Aún vive, tiene 96 años. Al cumplir sus 95 la comunidad de Wenzendorf le rindió un homenaje. Durante la Segunda Guerra Mundial perdió sus propiedades y Wenzendorf le donó la finca donde vive. En atención a su voluntad testamentaria, Schmeling ha establecido que sus bienes vuelvan a la pertenencia de su pueblo a la hora de su fallecimiento.

El mundo de hoy es muy distinto al mundo de ayer. Bolívar murió un 17 de diciembre y Caracas se enteró varias semanas después. No vi en su hora el breve combate del siglo XX, entre Schmeling y Louis, pero hoy sé que el gladiador alemán vive y lo supe el mismo día que cumplía 96 años. Definitivamente no existe comparación, en ningún renglón, entre el sufrido ayer y el presente tan lleno de sorpresas.

Publicado originalmente el 13 de julio de 2002.

FICHA
Un vencedor en el campo de los ideales de libertad:
Nombre completo: Carlos Iván Zúñiga Guardia
Nacimiento: 1 de enero de 1926 Penonomé, Coclé
Fallecimiento: 14 de noviembre de 2008, ciudad de Panamá
Ocupación: Abogado, periodista, docente y político
Creencias religiosas: Católico
Viuda: Sydia Candanedo de Zúñiga
Resumen de su carrera: En 1947 inició su vida política como un líder estudiantil que rechazó el acuerdo de bases Filós-Hines. Ocupó los cargos de ministro, diputado, presidente del Partido Acción Popular en 1981 y dirigente de la Cruzada Civilista Nacional. Fue reconocido por sus múltiples defensas penales y por su excelente oratoria. De 1991 a 1994 fue rector de la Universidad de Panamá. Ha recibido la Orden Manuel Amador Guerrero, la Justo Arosemena y la Orden del Sol de Perú.
Lo Nuevo
comments powered by Disqus