Un mundo a la medida del ingeniero: de Abel Bravo a Héctor Montemayor

Actualizado
  • 02/05/2021 00:00
Creado
  • 02/05/2021 00:00
La Universidad Tecnológica de Panamá es el último vínculo de una larga tradición en la enseñanza de la ingeniería, iniciada por el ingeniero Abel Bravo a principios del siglo XX
Un mundo a la medida del ingeniero: de Abel Bravo a Héctor Montemayor

Cerca y lejos de la bulliciosa avenida Ricardo J. Alfaro y del caos citadino, el campus de la Universidad Tecnológica de Panamá (UTP) se alza como un oasis de 24 hectáreas para el estudio y la reflexión. Tiene de selva, con áreas boscosas, árboles frondosos y riachuelos despaciosos, pero también de ciudadela, con su propio sistema de edificios, dotaciones, cafeterías, parques y gazebos.

Jóvenes veinteañeros cruzan el terreno con sus mochilas cargadas de libros y ademanes educados. Alguno que otro disfruta del espacio abierto mientras repasa los apuntes de cálculo estructural o mecánica de fluidos. En las oficinas, y salones de clase, profesores, decanos, estudiantes, aseadores y administrativos miran en una sola dirección, el desarrollo de la mente científica de una nueva generación de panameños.

Desde su creación en 1981, la Universidad Tecnológica ha graduado más de 74,000 profesionales. El año pasado fueron más de 4 mil: 34% de la Facultad de Ingeniería industrial; 31% de la de Ingeniería Civil; 12% de Ingeniería de Sistemas, 9% de Ingeniería Mecánica y 7% de Ingeniería Eléctrica.

Licenciaturas. Doctorados. Maestrías. Posgrados. Carreras técnicas. No es poca cosa. Los egresados deberán salir al mundo a resolver problemas prácticos, a hacer calles y avenidas, edificios, acueductos y alcantarillados, a armas redes eléctricas y de telecomunicación, a organizar empresas y plantas manufactureras...

Un mundo a la medida del ingeniero: de Abel Bravo a Héctor Montemayor
¿Qué es un ingeniero?

“El ingeniero es el que hace realidad lo que el ingenio sueña”, sostiene Danilo Toro, director de Comunicaciones Estratégicas y profesor de sociología de la Universidad Tecnológica.

Con años de experiencia batallando entre ingenieros, Toro ha madurado algunas cuantas ideas y teorías sobre la profesión. Cualquier alumno que haya pasado por sus clases debe haber escuchado su hipótesis sobre el primer “ingeniero industrial” registrado en la literatura, el personaje de José, del libro del Éxodo, del Viejo Testamento.

“José llega a Egipto como esclavo, pero se convierte en mano derecha del faraón gracias a su capacidad para resolver el gran problema de la época –la falta de alimentos–. Con su plan logra producir granos, almacenarlos y distribuirlos durante los siete años de vacas flacas que sufre Egipto”, sostiene el profesor. “No tenía título universitario, pero lo que hizo José es exactamente el tipo de labor que hace un ingeniero”.

Mi propia experiencia entre ingenieros está marcada por anécdotas y chistes que exaltan el orgullo de pertenecer a esta categoría especial, no exenta de un cierto reclamo de superioridad moral. Mi hermana Gabriela suele contar el del ingeniero que fallece y llega hasta las puertas del cielo, donde san Pedro se afana inútilmente buscando su nombre en la lista de ingreso. “Pero es que yo soy ingeniero. Se sabe que todos los ingenieros van al cielo”, protesta el hombre recién fallecido.

Difícil comprobar que “todos” los ingenieros tengan su lugar asegurado en el cielo, pero algo de eso hay. Estudios recientes han demostrado lo que siempre se sospechó: los profesionales de la ingeniería juegan un rol clave en el crecimiento económico y calidad de vida aquí en la Tierra.

El estudio “Ingeniería y crecimiento económico”, comisionado por la Real Academia de Ingeniería, (2016) concluyó en base a un análisis econométrico que cada aumento de un punto porcentual en el índice de desarrollo de la ingeniería de un país (compendio de varios indicadores) tendría un impacto positivo de entre .85% y 3% en el producto interno bruto. (Ver estudio completo en https://www.raeng.org.uk/publications/reports/engineering-and-economic-growth-a-global-view).

En 2020, cinco de los diez mejor pagados CEO del mundo tenían diploma de ingeniero y científico, de acuerdo con un listado de Bloomberg: Elon Musk (ingeniero físico), Tim Cook (ingeniero industrial); Sumit Singh (ingeniero industrial); Sundar Pichai (ingeniero metalúrgico) y Satya Nadella (ingeniero eléctrico).

¿Toque Midas?

En Panamá, una prueba concreta de ese “toque de Midas” del ingeniero es la misma Universidad Tecnológica. Se independizó de la Universidad de Panamá (era Facultad de Ingeniería) para labrarse su propio camino, gracias a la iniciativa del doctor en ingeniería Víctor Levi, en 1975. Primero se constituyó como Instituto Politécnico y a partir de 1984 como Universidad Tecnológica. Desde entonces no solo ha logrado construir el más placentero y bien organizado campus del país, sino que supera a su universidad madre en muchos otros aspectos.

En el año 2019, bajo la dirección del ingeniero Héctor Montemayor, la Universidad Tecnológica se consagró como 801 entre las mil mejores universidades del mundo (QS World University Rankings), y la 126 mejor de América Latina, un logro nunca antes alcanzado por una universidad panameña (https://www.topuniversities.com/universities/universidad-tecnologica-de-panama-utp).

El ranking de QS es un promedio de variables, entre ellas calidad de las investigaciones, en que la UTP tiene su debilidad, pero en “compromiso de la institución con la alta calidad de la enseñanza”, ocupa la posición 585. Todavía mejor es su reputación entre los empleadores, en que es la número 364.

Los primeros ingenieros

Hasta 1940, los ingenieros que contribuyeron al desarrollo y calidad de vida en el istmo debieron costearse sus estudios en Estados Unidos, Europa y Sur América.

Pedro J. Sosa (1851-1898), que obtuvo su título de ingeniero en el Instituto Politécnico Rensselaer, de Nueva York, participó en el Congreso Internacional de Estudios del Canal Interoceánico, en París, 1879, y fue uno de los dos únicos panameños que trabajó como ingeniero para la Compagnie Universselle du Canal (Canal francés). Se le atribuye el primer estudio para la construcción de un acueducto en la ciudad de Panamá.

Otro de los destacados profesionales de la ingeniería, Florencio Arosemena, fue graduado de la Universidad de Heidelberg, en Alemania. Antes de convertirse en presidente de la República en 1928, Arosemena obtuvo reputación como ingeniero en Alemania y América del Sur, y en Panamá dirigió algunas de las grandes obras de los primeros años de vida republicana, el Palacio Municipal, del Instituto Nacional, del Teatro Nacional y el ferrocarril de Chiriquí.

Abel Bravo

De los primeros ingenieros fue Abel Bravo (1861-1934), el llamado a dejar un legado principal. Se graduó con honores de la Escuela de Ingeniería Civil y Militar de Bogotá, y posteriormente siguió estudios en varias instituciones europeas en las que adquirió conocimientos de química, matemáticas, física, geografía, historia y literatura,en Inglaterra, Francia y Alemania.

Llegó al istmo cargado de diplomas, sapiencia y un interés profundo en el desarrollo de la naciente república. Al igual que Pedro J. Sosa, prestó servicio a la compañía de Fernando de Lesseps. Fue jefe de una comisión de ingenieros franceses que levantó los planos de los ríos Changuinola, Western River, y otros en la región de Bocas del Toro. Compuso el trazado de la ciudad de Bocas del Toro y construyó el muelle fiscal de la bahía de Almirante en 1893.

Bravo era un visionario que recomendó al Gobierno nacional varios proyectos que tardarían décadas en hacerse realidad: carreteras y ferrocarriles para unir la república, un relleno para la bahía de Panamá con la tierra extraída del Canal, y en las erosionadas tierras que rodeaban las playas de Bella Vista, “un muro de sostenimiento y defensa de unos 350 metros de longitud y a un costo de 80 mil dólares, que vendría a formar parte del proyecto de malecón comenzando en el barrio de la Exposición de esta ciudad”.

Como diputado del periodo 1906-1910 escribió y sustentó la Ley 22 de 1907 para la creación del Instituto Nacional. A esta escuela, la mejor del país en su tiempo, dedicaría sus últimos años de vida profesional, impulsando programas de carreras técnicas que permitieron al país titular sus primeros agrimensores, topógrafos y “maestros de obra”.

De Abel Bravo se dijo que fue el hombre “que más cantidad de conocimientos atesoró en su mente entre los panameños. Todo lo sabía y era capaz de entenderlo todo”.

Él mismo solía decir: “Ciencia es previsión. La aplica el jurisconsulto en contratos y tratados, el médico en la profilaxis; el genuino político en la administración y en la diplomacia, y el ingeniero en todas o casi todas sus obras como que ellas se apoyan en las ciencias matemáticas exactas”.

Murió en 1934 de un derrame cerebral, agotado en su batalla por terminar un libro texto de trigonometría para sus alumnos. Era la herencia que quería dejar a la patria.

Su muerte causó gran conmoción, pero sus importantes obras y su labor educativa calarían profundamente. Su relevo en el área de la enseñanza sería uno de sus alumnos, Alberto Saint Malo, quien lo admiró y, al igual que él, consagraría su vida a abrir oportunidades para los jóvenes profesionales panameños. Si Abel Bravo fue el zapador de las carreras técnicas, Alberto Saint Malo es “el padre de la enseñanza de ingeniería en Panamá”. (Sobre Alberto Saint Malo y la Facultad de Ingeniería, la próxima semana).

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