Patria, emancipación, destino

Actualizado
  • 28/11/2021 00:00
Creado
  • 28/11/2021 00:00
Nota del editor: A propósito del 150° aniversario de la independencia de Panamá del reino español, el profesor Laurentino Mate, miembro activo del entonces Instituto de Cultura Hispánica (fundado en 1951), publicó en 'La Estrella de Panamá' (28 de noviembre de 1971), un controvertido artículo en conmemoración de la gesta independentista y la forma en que España reaccionó, que hoy ve la luz nuevamente como aporte al debate histórico. También damos cabida en esta fecha emblemática a un artículo bajo la firma de Manuel J. Navas, publicado en la misma edición de 1971
Patria, emancipación, destino

La indubitable trascendencia del hecho histórico de nuestra independencia emerge de la esencial contextura de las causas más profundas que conforman el momento histórico, supuesto síquico-cultural de nuestra peculiar forma de ser.

Nuestra conciencia histórica se formó en la lucha material e ideológica contra imposiciones oprobiosas y autoritarismos desgarbados, proyectados bajo la férula del sistema colonial. Esta situación se prolongó por más de tres siglos – desde 1501, fecha en que Rodrigo de Bastidas descubre las costas del istmo, hasta el 28 de noviembre de 1821, clásico onomástico de nuestra independencia. Sin embargo, pese a las múltiples objeciones refundadas en este sentido, el régimen implantado por la corona en tierra firme espoleó el sano espíritu de los criollos, propiciando un ambiente de franco reto político-intelectual a toda idea centralista que conjurase contra sus intereses políticos y económicos.

El sentimentalismo, la emotividad y el fanatismo nacionalista con que enfocan no pocos letrados el problema –creando cultos prejuicios– ha provocado una aguda crisis de pensamiento divorciando la realidad objetiva de un sano rigor conceptual. Otros, con criterio simplista y orientación pseudoanalítica, no han escatimado tiempo y energías para denigrar con excéntricas afirmaciones y argucias amaestradas la obra de los pensamientos, que no por ambiciosa dejó de ser trascendental.

Es imperativo categórico que aceptemos los hechos a la luz de la más pura objetividad argumentada con profusa documentación y refinada intuición criticista. Una actitud serena, equilibrada, justa, frente a la historia, no podrá dar lugar a hirientes procacidades ni turbias abyecciones.

Los peninsulares (algunos peninsulares) cometieron abusos, distorsionaron la realidad, impusieron por la fuerza unos principios doctrinarios inyectados al calor de su fanatismo religioso.

No debe ocultarse la verdad aunque aceptarla hiera susceptibilidades. Hay que superar todos estos prejuicios sin anegarse en traumas psicopatológicos. No olvidemos que el proceso de descubrimiento, conquista y colonización fue realizado por humanos en condiciones físico-psíquicas muy inferiores a las nuestras. No cabía esperar un comportamiento angelical allí donde los excesos constituían el “modus vivendi” de criollos y peninsulares. El naturalísimo instinto de conservación exigía una respuesta corajuda al reto de un determinado “hábitat”.

No pretendo desestimar –lejos está de mí– las informaciones de ciertos escritores que, unilateral y caprichosamente han hundido su escalpelo en el alma genuinamente española, porque los prejuicios han cegado ya la razón de su razonar. Los verdaderos sensatos, los cultamente honrados, aceptan la bipolaridad moderada en cuanto que esta representa un equilibrio de formas, de poderes, responsables de la marcha de las instituciones.

Las reminiscencias de un próximo pasado histórico en el cual la fusión de elementos culturales origina una nueva cultura americana, istmeña, nos inducen a plantear la tesis histórico-filosófica de la maternidad-filiación, proyectada en toda su magnitud sobre el momento cumbre de nuestra independencia de España. Esta teoría no soslaya ninguno de los factores que hicieron posible la concreción de nuestras aspiraciones.

Sin recurrir a insulsas analogías me permitiré traer a colación una profunda relación que refleja toda una época proyectada hacia el momento de nuestra independencia. Una madre, aun habiendo hecho derroche de autoridad y despotismo para con sus hijos, no puede claudicar ante las exigencias amorosas que le impone su propia condición de madre. La naturaleza no prodiga monstruos ni se diversifica en facetas contradictorias. Es una en sus infinitas variantes. España es madre de nuestra tierra por derecho propio de conquista y por destino histórico. Hemos vivido bajo su tutela; por nuestras venas corre sangre española y sangre india; de su velo protector se desprendieron valiosas joyas que en nuestros días refulgen deslumbrantes amparadas por el estigma radiante y perenne de la hispanidad. Lengua, raza, religión, costumbre, inquietudes, ideales, fervor patriótico, constituyen el eterno testimonio de la herencia hispana.

Nuestra independencia, al mismo tiempo que consignó para la historia un logro de incalculables beneficios, demostró que nuestra personalidad estaba madura para asumir las riendas de la nueva república. De lo contrario, ¿cómo hubiéramos sido capaces de sobrevivir a las convulsas circunstancias que siguieron a la gesta independentista? ¿Cómo hubiéramos podido instaurar una forma de gobierno en la que las ansias democratizantes se volcaron sobre el espíritu humano? ¿Quién hubiera comprendido nuestra reafirmación de país soberano-independiente si nuestro estatus político no se hubiera forjado a la sombra de nuestra conciencia nacionalista? ¿Cuándo nos sentimos los hijos fuertes del istmo, si no cuando nos liberamos del amor de una madre para vivir nuestra emancipación?

Nunca España se sintió tan hondamente maternal como en el instante preciso de nuestra gesta emancipadora. Y ello fue así porque vio caer de sus vigorosas ramas los frutos más codiciados que año tras año había vigorizado su sabia regeneradora, sin que los estragos de la angustia fuesen causa suficiente para contener la sangre que brotaba de sus tallos. España lloró desolada el desprendimiento de lo que hacia 300 años había iniciado su proceso germinativo. Sus lágrimas sirvieron para fecundar los buenos propósitos de sus hijos. No hay madre que resista impertérrita la partida de un hijo. España quiso luchar por mantener unida a su regazo a Panamá, pero ya la inquietud por la emancipación había decretado la mayoría de edad para nuestro pueblo. La psicología de las masas ya había orientado hacía una definición política. Panamá era independiente.

El 28 de noviembre de 1821 debería ser consagrado por nuestra historia como día de la emancipación de la Madre Patria y fecha grabada en caracteres áureos en la losa de un monumento conmemorativo.

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