• 09/04/2010 02:00

Más precariedad laboral, más enfermedad

La pérdida del empleo, el avance de la precariedad laboral, obliga a ampliar y a complicar las estrategias de sobrevivencia. La esposa y...

La pérdida del empleo, el avance de la precariedad laboral, obliga a ampliar y a complicar las estrategias de sobrevivencia. La esposa y los hijos han de salir del hogar (algunos niños saldrán también de la escuela); las jornadas de trabajo se harán entonces más prolongadas (horas extras, que muchas veces no serán pagadas), para tratar de mejorar los no-mejores salarios… Así disminuye, en igual proporción, el tiempo esencial de la vida en hogar, de la vida en comunión familiar… Crece la incomunicación humana, las preocupaciones, los mal-estares.

Las difíciles estrategias encaminadas a compensar el deterioro del ingreso familiar, que no son estrategias de acumulación salarial, terminan finalmente acumulando otros deterioros en el ámbito del sano vivir humano, en el ámbito de la calidad de vida del trabajador y su familia.

No olvidamos, sin embargo, que en algunos casos estas actividades dirigidas a aumentar el ingreso familiar, llegan a ser de real complementación, de acumulación; son las que se sustentan en empleo formal, en el buen salario fijo de alguno de los miembros de la unidad doméstica, que casi siempre será el jefe de familia, el esposo. Y anotamos que las economías surgidas del tráfico ilegal (que dan lugar a empleos invisibles, con grandes “salarios”) no son y no pueden ser catalogadas como estrategias de sobrevivencia. Son, realmente, modos de acumulación salarial.

Lo son, si, las actividades de “venta al menudeo” de las distintas formas y presentaciones de las drogas, llevadas a cabo por vendedores surgidos de sectores pobres, de la población…

Pero todas estas actividades ilícitas, tanto las de “mayoreo”, como las de “minoreo”, son, evidentemente, productores eficientes de enfermedad, física, mental y social… (Para el vendedor y para el comprador).

Hoy vivimos en el mundo de la sociedad opulenta… Y en esa sociedad conviven los incluidos y los excluidos, la gente opulenta y los no opulentos, los ricos y los pobres… Conviven en la sociedad de consumo, del consumismo… Y los marginados terminan teniendo los mismos sueños de los no marginados, y aspiran a disfrutar de su modo de vida… Extraño efecto-demostración que tiende a igualar, en sus aspiraciones, a empleados formales y a empleados precarios, a ocupados y a desocupados.

Y es la dificultad y, tantas veces, la incapacidad de los desempleados y de los empleados precarios de alcanzar los niveles de consumo y de vida de los que viven en riqueza, lo que los mueve, muchas veces, a buscar empleos invisibles, o a encontrar anómalas estrategias de supervivencia, todo lo cual se convierte en un vivir conflictivo, en malestares del cuerpo y del alma, en discapacidades familiares, en enfermedad. Grave herida sufrió el trabajo al ser transformado en empleo.

El empleo precario, hoy dominante en el país, tiende a ser clandestino pues evade las prestaciones sociales, los salarios mínimos, y dificulta la buena acción sindical, y la estabilidad laboral. Crecen las inseguridades, los padecimientos humanos. Crecen los trabajos del trabajo en nuestro tiempo.

No son pocas las cosas que creemos inocentes, pero que dificultan realmente la introducción normal de la fuerza del trabajo.

Vivimos en una sociedad del consumo, dentro de la cual viven y malviven, al margen del consumo, grandes grupos poblacionales… Grupos humanos que no participarán en el ascenso del mundo, en su desarrollo. No viven: sobreviven.

El gran pensador A. Müller dijo: “No vive toda criatura para vivir, sino para realizar, a su modo particular, un fragmento de la creación”… Así debiera ocurrir siempre; pero, desafortunadamente, no siempre ocurre así.

*Médico, escritor y Académico Numerario de la Academia Panameña de la Lengua. roszanet@cableonda.net

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