• 27/10/2019 00:00

En pro de los valores cívicos y morales

La gestión mundial de los clubes cívicos se ha manifestado en muchos aspectos a lo largo de los años, pero principalmente su mayor contribución ha sido en la exaltación de los valores espirituales como expresión de una filosofía orientada hacia el servicio desinteresado.

La gestión mundial de los clubes cívicos se ha manifestado en muchos aspectos a lo largo de los años, pero principalmente su mayor contribución ha sido en la exaltación de los valores espirituales como expresión de una filosofía orientada hacia el servicio desinteresado. Y el éxito de esto se ha debido a su organización representada en sólidos eslabones, empezando por sus juntas directivas internacionales; siguiendo con la de sus distritos, regiones y zonas; y terminando en sus clubes y comités. Y en cada una de estas instancias prevalece la conciencia de grupo que permite la aplicación de los fundamentos básicos del sistema democrático y con los cuales se enaltecen con vehemencia la voluntad de la mayoría.

Cada eslabón de esta cadena organizativa funciona con autonomía. El distrito es autónomo, la región y las zonas son autónomas, y los clubes son autónomos. Todos autónomos en la enunciación de sus reglamentos, de sus estatutos y de sus procedimientos. Esa autonomía es una sabia disposición que mantiene cada eslabón de la cadena trabajando funcionalmente para hacer más grande el sentimiento de grupo. Y precisamente al unir todos los eslabones coordinadamente, cada uno de ellos y con sus propias particularidades, se crea la fluidez de acción que permite entonces servir desinteresadamente a la comunidad.

El problema surge cuando dentro de los clubes cívicos germinan manifestaciones de autoridad absoluta, aquella perversa costumbre de querer hacer las cosas porque sí, sin comprender que la historia está llena de casos de ruina y experiencias de miseria, precisamente porque unos pocos quisieron estar por encima de la mayoría. Decía Amílcar Tribaldos, un meritorio miembro del Club de Leones de Panamá, que el leonismo es un idealismo vigoroso que fluye cuando se toman decisiones oportunas y promueven con claridad meridiana la práctica de los valores espirituales. De allí que el Club de Leones de Panamá impulsó, cuando más lo necesitó el país, la creación de la Comisión Nacional Pro Valores Cívicos y Morales de los Clubes Cívicos y por años sirvió como caja de resonancia de nuestros principios leonísticos.

Pero en los últimos años esta Comisión Nacional ha perdido su rumbo y está casi a la deriva, como cuando en 2016 sus miembros se reunieron con el presidente de la Corte Suprema de Justicia, José Ayú Prado, el máximo exponente del órgano más responsable por el estado de injusticia y corrupción que existe en el país, para supuestamente hablarle de que los funcionarios judiciales y administrativos carecen de formación en valores. Irónico, por decir lo menos, pero es como cantarle una canción a un sordo o mostrarle una imagen a un ciego. Igual sucedió hace escasos días cuando el nuevo presidente de la Comisión Nacional tomó posesión sabiendo que tenía un serio y grave conflicto de interés, porque además es funcionario de alta jerarquía de una institución gubernamental altamente cuestionada.

Existen motivos legítimos para dudar de que en estas condiciones una comisión que promueve valores tiene la independencia suficiente para realizar su trabajo de forma transparente. Ese sentimiento es particularmente lacerante entre los miembros del Club de Leones de Panamá que vimos a esta Comisión Nacional en sus orígenes y que por años sirvió como plataforma de lanzamiento para la promoción de consignas a favor de la justicia, la democracia y la libertad.

Aparte de la fluidez de acción que ya hemos señalado, el tiempo actual exige que los miembros de la Comisión Nacional Pro Valores sean valientes para salir al paso de las circunstancias y enmienden el problema para asegurar que puedan funcionar como la comunidad espera, con total independencia y transparencia.

“No hay que esperar para emprender”, escribió Justo Arosemena en 1848, y ahora lo repetimos aquí nosotros. Señores de la Comisión Nacional, no esperen más y solucionen este problema ya. No hay dudas de que su presidente es un buen ciudadano y un auténtico miembro de un club cívico, pero tiene dos sombreros que no encajan uno con el otro. Por un lado, la Comisión Nacional tiene un norte y, por el otro, el ministerio para el que trabaja no rinde cuentas y está señalado por infinidades de irregularidades. Lo cierto es que, mientras sea funcionario, no podrá ejercer el cargo de presidente correctamente.

Corresponde entonces que los miembros de la Comisión actúen con diligencia y propicien la separación de su presidente para no afectar así la imagen de la Comisión ante la comunidad. Porque como reza el dicho, “la mujer del César no solo debe serlo, sino también parecerlo”.

Miembro del Club de Leones de Panamá.
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