• 21/03/2024 00:00

Recurrencias escapistas de ninguna utilidad

Queda pendiente un “tercer debate”, pero vistos los anteriores, no cabe abrigar muchas esperanzas de que oiremos y veremos lo que realmente importa

En el denominado “segundo debate presidencial”, varios de los candidatos volvieron a tirar del tema constitucional, aunque no fuera uno de los agendados por los organizadores y sin tomar en cuenta que ninguna medición lo considera, ni remotamente, entre las prioridades del pueblo que votará el 5 de mayo.

Las prioridades actuales son claras y precisas: el futuro de las pensiones, la crisis del agua y la seguridad económica, y como ninguna de ellas se resuelven con cambios constitucionales, la recurrencia a este tema refleja falta de visión política, tanto electoral como estratégica. Las reformas o los cambios constitucionales, sin duda serían importantes, pero invertir ahora tiempo en ellos que, para que sean viables requerirán de una concertación nacional, de un acuerdo previo sobre denominadores compartidos, por ser tarea que debe liderar el próximo gobierno, es de ninguna utilidad.

La ruta seguida, en las ocasiones anteriores en las que se alcanzaron acuerdos para realizar cambios constitucionales, deben servirnos como ejemplo. Decidir los contenidos, la conveniencia y la oportunidad de cualquier nuevo proyecto, son pasos previos y esenciales para poder alcanzar resultados positivos. En 1945, gracias a la concertación de las principales fuerzas políticas, se logró el texto constitucional promulgado el 1 de marzo de 1946, que sigue siendo paradigmático. En 1983, también por la concertación de las fuerzas políticas, las alineadas con el gobierno de turno, la oposición y sectores independientes, se acordaron las reformas para derogar, integralmente, la denominada Constitución de 1972. Y su posterior ratificación por un referendo nacional, que las aprobó ampliamente, fue prueba de que se había tomado correctamente el pulso de la nación.

El texto constitucional vigente, que no es ni de lejos parecido al que impuso el régimen militar en 1972, para nada es culpable de los problemas presentes de la nación y, aparte de que, conceptualmente y por sus contenidos, rescató la Constitución de 1946, como lo dejó declarado nuestro más importante constitucionalista, el profesor César A. Quintero, por el acto constitucional de 1983 nació una “nueva” constitución.

El segundo evento, aparte de la improductiva inversión de tiempo en el tema constitucional, de poco o nada sirvió para aclarar o profundizar en lo que más nos interesa a los votantes: las propuestas sobre los problemas que demandan las soluciones más urgentes y cómo las concretarían. En ese acto se volvió a comprobar que el papel y el discurso oral se prestan para decir o anunciar cualquier cosa. Y al pueblo, que ya ha escuchado y visto tantas, muchas adornadas con todas las intensidades tonales y colores, muy poco lo impresionan. Pero la mayoría de los aspirantes, que ya debieran haber tomado debida nota de la incredulidad popular, no lo realizan.

Queda pendiente un “tercer debate”, pero vistos los anteriores, no cabe abrigar muchas esperanzas de que oiremos y veremos lo que realmente importa. Para que satisfaga esas expectativas, como ya me he permitido recomendar, debe cambiarse la metodología. Los candidatos y candidatas, aprendiendo de la experiencia fallida de los dos primeros eventos, debieran asumir su papel de protagonistas y ellos, o un representante calificado, con instrucciones precisas, discutir y acordar los términos para que el último sea una verdadera confrontación de propuestas y que estas “se expriman” con intercambios de argumentos que demuestren cuáles son las mejores y, sobre todo, su viabilidad y la capacidad del o la proponente para hacerlas efectivas.

Para el tercer y último debate, precisamente por ser el último, puede cederse a la tentación de querer abarcar la mayor cantidad posible de temas. Ese sería un error; solo deben escogerse no más de tres temas, que deben ser, como ya se apuntó, los de mayor calado: la crisis de las pensiones, la crisis del agua y la seguridad económica, comprendiendo en esta el empleo, los salarios y la educación para el trabajo. A cado uno se le debe dedicar una hora de verdadero debate, con réplicas y contra réplicas. Ese sería el debate que llenaría las expectativas de los votantes y que permitiría medir la preparación, la capacidad y la credibilidad de quienes pretenden ser favorecidos con el voto popular.

Pero si los aspirantes a gobernar, en lugar de preocuparse por convencer a los futuros votantes, vuelven a ceder el protagonismo que naturalmente les corresponde y vuelven a aceptar “ser dirigidos” por controladores externos, el tercero de los denominados “debates presidenciales” será una repetición parodiada de los anteriores. Ninguno o ninguna ganará; todos perderán; pero en mayor grado los que insistan en el discurso vacío de contenidos o poblados de promesas escapistas que rayan en la demagogia.

El autor es abogado
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