Así se vivió el emotivo funeral del papa Francisco. El evento reunió a mas de 200.000 personas en la Plaza San Pedro, con la presencia de 130 delegaciones...
- 15/04/2012 02:00
‘Yo nací en el Casco y crecí en la Calle 3, al lado de la playa, donde es la Oficina del Casco Antiguo. En esa época las playas se mantenían llenas de gente y, como yo vivía a un paso del mar, desde los tres años estaba adentro del agua, chapoteando. Por allá en los 90, cuando veía a los Board Surfs Time doblar la esquina de mi casa y perderse entre las playas, dije: ‘yo también quiero’. No me dejaron. Pero pasó el tiempo y crecí. A los 7 años alquilé un foamy y me dejé arrastrar por la marea por primera vez. Luego cuidaba carros para poder alquilar tablas, después mi surfing empezó a evolucionar y como era la única niña, estaba bien chiquita y tenía muchas ganas, me empezaron a regalar tablas. Atrás quedaban las épocas de cuidar carros. A los 9 años ya me paraba en la tabla. Pasaba todo el día en el mar sin imaginar que pronto mi vida cambiaría y el Casco, tal y como lo conocía, empezaría a desmembrarse. Y es que por esa época empezaron los desalojos, yo escuchaba decir que habían echado a fulanita, que la familia de sutanita se iba, o de repente no volvía a ver a algún amiguito. Se perdían entre el silencio. Un día estaban jugando y al siguiente no. El turno de mi familia llegó. Tenía 12 años cuando dieron la noticia de que iban a desalojar el caserón donde vivíamos 13 familias, porque se estaba cayendo. ‘¿A dónde vamos?’, pregunté. Nadie me respondió, aunque todos sabían: en El Chorrillo estaban construyendo edificios donde ofrecían apartamentos. Mis abuelos aceptaron y un día yo no fui a jugar. Mi madre dejó su negocio de pescado, se lo cedió a mi tía, que aún continúa con él. La familia se fragmentó y así llegamos al Chorrillo.
Casi toda mi familia se fue, pero yo no podía alejarme del Casco, dejar sus playas y olvidar el surf. Volví. Afortunadamente mi papá, que vivía en otro caserón, aún no había sido desalojado. Así pasé mi adolescencia, dividida entre el Casco y El Chorrillo, entre mi madre y mi padre. Luego vino el desalojo de la casa de mi padre y la historia se repitió. Dos veces desalojada, dos veces echada del barrio cuyas aguas me volvieron inmune.
Hoy muchas casas están vacías y cayéndose, pero no nos las devolverán. Las ventajas de este nuevo Casco Viejo no son para la gente que lo vio cambiar, como yo, que llevo 24 años acá y soy hija de este lugar y de este mar que no pienso abandonar. Los arriendos han subido un montón y por eso me tocó salirme un poquito rodeando las fronteras. Ahora vivo atrás del bar Relic, cerca de Habana Panamá, pero hasta allí llego. Vivo alquilada y si tengo que trabajar cinco veces más para seguir viviendo acá lo hago, y si tengo que vivir en un campig, lo hago’.