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- 04/07/2020 00:00
El doctor Eloy Benedetti acaba de cerrar su ciclo vital en la tierra. Sus alumnos de introducción al estudio del derecho lo hemos de recordar por la profundidad de sus lecciones, por el manejo preciso de la lógica jurídica, por su devoción kelseniana y por su visión universal del papel de los Estados. Además, lo recordamos por sus teorías innovadoras referentes a instituciones jurídicas intocables; sobre todo las que objetaban conceptos tradicionales de la soberanía. El mundo marcha, decía en el año 1946, hacia los grandes enclaves, hacia las súper entidades con especiales funciones jurisdiccionales, hacia ciertas cesiones, limitadas o menores, que nos harán en algunos aspectos dependientes, en menoscabo de los atributos clásicos de la soberanía.

En sus alumnos de entonces, amasados espiritualmente por el discurso de la soberanía plena, absoluta, estos planteamientos del profesor Benedetti suscitaban inquietudes, polémicas, otros juicios, y el profesor por respuesta nos recomendaba seguir de cerca los acontecimientos de la posguerra en el campo de la política internacional.
Han pasado tantos años y la evolución del mundo, hasta en lo simbólico, como en el caso de la moneda única europea, o en el reciente de Pinochet sometido de súbito a la jurisdicción inglesa por crímenes cometidos en Chile, o en las políticas impositivas de las IFI, todas estas evoluciones, repito, dan significado histórico a la tesis del doctor Benedetti.
Si como profesor revelaba conocimientos excepcionales, como político, el doctor Benedetti fue un zahorí en la percepción de los hechos sociales. En el Frente Patriótico lo teníamos como el hombre provisto de las herramientas de los métodos para interpretar los acontecimientos y para asumir las conductas adecuadas. Nunca dejaba de lado el criterio de que la política es un enfrentamiento perpetuo de intereses y lo que siempre procuró fue precisar cuáles eran los intereses del Frente Patriótico. Siempre postuló el papel moralista del partido como el más apropiado a su condición de grupo de presión y a las necesidades de la patria. El doctor Benedetti se formó en la escuela chilena. Egresado de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, sus maestros fueron sabios que sabían hacer docencia y sabían escribir libros; que inspiraban respeto por su vida cotidiana, porque eran académicos en el aula y pulcros en la sociedad. Esos docentes formaron estupendos profesionales, como lo atestiguan todos sus egresados. Luego hizo un postgrado en Chicago. Su formación jurídica tan idónea lo hizo excelente abogado. En su juventud puso ya su talento al servicio de las causas nacionalistas. Su nombre está vinculado, junto al de otros compatriotas, a la lucha por la remoción de ciertas exigencias que nos convertían en simple colonia. Antes se tenía como práctica natural que para transitar en automóvil por la Zona del Canal se debía portar licencia expedida por las autoridades estadounidenses y placas para los autos otorgadas por las mismas autoridades. El doctor Benedetti y otros patriotas crearon la conciencia necesaria para desterrar ese hábito de la dependencia.
Con motivo de los lamentables episodios del 12 de diciembre de 1947, el doctor Benedetti surgió como el vocero de una nueva generación en el difícil campo de la diplomacia y actuó en los estrados judiciales como defensor del derecho de reunión, con singular éxito. Es preciso recordar esas gestiones.
En razón del artículo 39 de la Constitución de 1946, el presidente de la Federación de Estudiantes notificó al Alcalde del distrito de Panamá que el 12 de diciembre los estudiantes irían en manifestación a la plaza de Francia, sitio en el que se encontraba ubicada la Asamblea Nacional. El alcalde prohibió la manifestación y ordenó al coronel jefe de la Policía que la disolviera. A los pocos momentos de la prohibición, acompañé al doctor Eloy Benedetti a la Corte Suprema de Justicia, donde promovió una acción de inconstitucionalidad en contra de la Resolución 611-11, la que sin duda se inspiraba en los precedentes nefastos, conculcadores de las libertades públicas. En sólido alegato, el doctor Benedetti censuró al alcalde por haber violado el artículo 39 constitucional. Se buscaba, a más de la revocatoria, el primer pronunciamiento de la Corte Suprema en materia de la libertad de reunión, a la luz del nuevo texto.
El procurador general de entonces, don Víctor A. De León, se pronunció mediante vista del 17 de diciembre de 1947 a favor de la demanda del doctor Benedetti. Posteriormente, la Corte Suprema adhirió a la vista del Ministerio Público. Prevaleció el criterio del tratadista León Duguit, quien señaló en una de sus obras que las manifestaciones públicas no pueden ser prohibidas anticipadamente por decisión administrativa. En esos días tan aciagos, el doctor Benedetti, una vez que agotó la acción judicial, pasó a la acción legislativa, por así decirlo. En efecto, la Asamblea Nacional inició el estudio del Convenio de Bases de 1947 y en su sesión del 17 de diciembre escuchó los argumentos contrarios al convenio expuestos, entre otros jóvenes brillantes, por el doctor Eloy Benedetti, quien llevaba la representación del Frente Patriótico.
El convenio en debate cedía bases militares a Estados Unidos porque, a juicio de los pactantes, se daba una de las dos condiciones para cederlas: había, según ellos, amenaza de agresión para el Canal en el mundo de 1947. El doctor Benedetti ocupó la tribuna. Hombre de mediana estatura, de voz suave y ligeramente entrecortada, de gestos siempre al compás del habla; y esta tarde, ese hombre menudo se creció en alas del conocimiento y dio lecciones de derecho internacional, de geopolítica, de historia y sentó la tesis para siempre de que la amenaza de agresión subjetivamente apreciada no nos puede llevar a tener en nuestro suelo bases militares. Los defensores del pacto sustentaban que la tercera guerra mundial era inminente. Europa, decían, es azotada por los vientos de guerra. El doctor Benedetti ripostaba: las anormalidades por más que impliquen una probabilidad de amenazas, no son lo que debe fundar la cesión de nuevas bases. El mundo siempre vivirá en las fronteras de las amenazas.
Cincuenta y tres años después de aquel plenario, ha quedado en evidencia que los augurios apocalípticos de los defensores del tratado nunca se concretaron y que las palabras del doctor Benedetti coadyuvaron a la salvación del país de toda interpretación del tratado de 1936 que motivara la entrega de bases militares al ocurrir el primer cruce de tiros propio de las llamadas guerras convencionales.
Si se hubiera aceptado en 1947 que existe de modo permanente la amenaza de agresión o que toda controversia bélica en cualquier punto del mundo podría interpretarse como una amenaza de agresión, estarían hoy con asidero histórico los que alegan que el Canal es presa permanente del terrorismo internacional, sin definir objetivamente la identidad precisa de la fuente de ese terrorismo.
Este criterio es peligroso porque nos podría convertir, con el correr de los años, en un nuevo cuartel, propio o extraño. En el año de 1964, el doctor Benedetti era asesor del canciller Galileo Solís, hombre brillante y de gran equilibrio emocional. En aquel 9 de enero trágico, presumo la unión de esas dos grandes inteligencias, pluma en mano, dando los trazos al documento más viril de la diplomacia panameña: el rompimiento de relaciones con el Gobierno de Estados Unidos. Esa asesoría fue la última gestión oficial del doctor Benedetti. Eloy Benedetti, profesor, jurista, ensayista de genio, ha muerto y ha dejado una obra patriótica. Es de esperar por ello que sus conciudadanos no lo entierren en el olvido.
