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Euclides Castro, el restaurador del Palacio de las Garzas
- 06/02/2020 06:00

El oficio de restaurador de muebles lo ha llevado a conocer al más poderoso del país sin importar el partido o la época. Es él quien hace brillar, en un dorado clásico, la silla que ocupa el Presidente en encuentros importantes. Euclides Castro, oriundo de El Guásimo, provincia de Los Santos, se dedicaba a la reparación de muebles en la alcaldía y el Ministerio de Vivienda, hasta que un día, durante la administración de Guillermo Endara (1989-1994), requirieron de sus servicios en el Palacio de las Garzas. Desde hace 30 años ha echado mano a la historia del país conservando piezas tan antiguas, como de 1856, que dejó el expresidente Belisario Porras de su familia, como parte del mobiliario.
Son dos vitrinas del expresidente Belisario Porras que dejó ahí. Una está en el despacho del Presidente, y la otra, en la terraza presidencial. Esas vitrinas tienen su placa de 1856. Estaban barnizadas con brea y goma blanca. En el periodo de los militares se pintaron de blanco con pintura acrílica, pero en el mandato de Ernesto Pérez Balladares, la primera dama Dorita Boyd me dijo que volviéramos a restaurar los muebles a lo que eran antes. Es el mueble más antiguo que he visto ahí.

Es que los muebles estaban de diferentes colores; ella quería una muestra de cómo podrían quedar con la restauración, así que me llevé una silla y le hice la muestra. Ella entonces me pidió que les diera a todos el mismo tratamiento para que quedaran de la misma forma.
Solo en la parte de abajo tenía un pedazo podrido, que sacamos y reemplazamos por un trozo de caoba. También, las puertas que dan a los salones principales y al despacho del Presidente fueron uniformadas. Había una puerta en roble, otra en amarillo, y un desorden de pinturas; ella me pidió poner las puertas del color de la pepa del tamarindo, que es como están ahora.
Yo diría que era de los familiares de él.
Yo no podría decirle de todos, pero sí sé que el salón amarillo lleva ese nombre porque el piso tenía una madera amarilla. Cuando algo se dañaba, el señor Fidel González, que era el restaurador de la época, me decía qué había que restaurar y buscábamos un color parecido. Ese salón tiene una historia, se le llegó a llamar espina de pescado porque era todo machimbrado, es decir que no iba a lo largo y había hebras en diferente sentido, por eso se ganó ese nombre. Pero eso no lo sabe mucha gente. Para mí lo más lindo que hay en Panamá es el palacio presidencial, le tengo mucho amor. En este mandato he visto la proyección de la primera dama, igual a la de la señora Boyd. No me gusta comparar a nadie.
Yo siempre me manejo con las primeras damas. Por ejemplo, a los tres días de haber entrado este gobierno, la primera dama me llamó y me preguntó si podíamos hacer un recorrido por la Presidencia, y me hizo recordar a la señora Boyd. En pocos meses se ha hecho mucho en la Presidencia.
Yo diría que en cada quinquenio se ha hecho algo bueno. Pero ya al final [del periodo] no se le daba mantenimiento, pero sí se hizo en todos los mandatos. Hay mucha polilla ahora.
En ese periodo traté muy poco con la señora Mireya, que era muy detallista; me comunicaba más con su hermana Ruby, que fungía como primera dama.
Exigente le llamaría a Dorita Boyd, ella tenía muy buen gusto. Miraba y se enfocaba; igual lo ha hecho en pocos días Yazmín.
Bueno, diría que cuando se fueron los militares y entró el presidente Guillermo Endara y Ana Mae. Fue entonces cuando vi que no se tocaron los muebles. Tal vez por estar recién llegados.
El único presidente que yo vi que se hizo inquilino fue Guillermo Endara y su hija Marcela.
Solo Marcelita, que se le pintara el clóset en un color verde y el otro en blanco. Es lo único que me pidió. Del resto ninguno.
Yo diría que no, excepto en noviembre cuando son las fiestas patrias, ahí sí pasan más tiempo.
Yo diría que todos me han tratado muy bien, con respeto. Siempre hubo un saludo de todos hacia mí. Con quien he tenido mayor trato, de hablar especialmente, puedo decir que fue con Guillermo Endara: “¡ven acá, muchacho!, ¡ven acá, pequeño!”, me decía. Con otro que tuve buena comunicación fue con Martín Torrijos cuando hice la fuente en la casa amarilla; él fue allá y me felicitó, me dio la mano. Otro que me trató muy bien fue Ricardo Martinelli, y ahora, en tan poco tiempo, el presidente Cortizo habló conmigo. Me agarró por mi camisa de trabajo y hablamos de la fuente, ya que solo botaba agua para un lado, y la primera dama me pidió que si se podía poner que echara agua por todos lados. Llamé a otras personas para que me ayudaran.
Yo diría que todos tienen el mismo procedimiento, no se salen del carril. No con todos intercambiaba, con la que menos hablé fue con Mireya, mi paisana. La que se comunicaba conmigo era mi superiora, por instrucciones de Ruby Moscoso.
Siempre la recuerdo por una anécdota: era una Navidad y había un árbol grande, pero estaba virado. Dijo: “yo no quiero eso, busquen a Macaracas” (como me dicen). El arquitecto salió para donde yo estaba, el árbol lo había hecho una decoradora, pero ella lo quería recto. Busqué un hacha y corté lo que estaba virado, y me felicitó. El árbol quedó recto, hasta el nivel le puse para que viera.
Yo diría que cuando el señor Varela era vicepresidente de Martinelli era más cariñoso, más tratable.
No sé como definirlo, no había ese “cómo está”; pasaba de largo, yo me recogía y me preguntaba qué pasará. Pero me respondía a mí mismo, seguro porque es el padre de la patria. Pero Lorena, no lo puedo negar, ella fue tratable. Se hicieron cambios a la entrada del despacho de la primera dama; solo puso un mueble recibidor porque no había mueble, había una ventanilla, pero ahora la gente que va al despacho llega ahí. Ese mueble se hizo, no se compró.
Bueno, es una obra muerta, eso quiere decir que sabes cuándo empiezas pero no cuándo terminas. La restauración hay que hacerla con ciertos utensilios. Para restaurar mármol, por ejemplo, hay pegamentos especiales, polvo marmolina, etc.
Se pierde mucho el barniz, el sellador o la laca de los muebles. Ahora lo que más está dañado es el cielo raso, está lleno de polilla, hay que cambiar piezas enteras. Siempre se usó [la madera] maría, el amargo amargo, no hay caoba ahí. Casi todo el techo del salón Los Tamarindos tiene mucha polilla que busca los muebles. Ya empezamos a cambiar los techos.
Yo diría que ese no se debe de restaurar, sino dejarlo intacto.
(se ríe) No sabría decirle.