Desmontando el reggaetón

PANAMÁ. ‘Es que en el barrio siempre hay un funeral, por eso un baile inventé, se prendió el dancehall y enseguida me echaron la policía...

PANAMÁ. ‘Es que en el barrio siempre hay un funeral, por eso un baile inventé, se prendió el dancehall y enseguida me echaron la policía. Discúlpeme señor oficial, yo tengo mi permiso pa’ este baile oficial, la gente quiere plena en el gueto, tan cansaos del eco, de la bala y de los muertos. Señor oficial, mi barrio tiene guerra en la calle, no voy pa la disco pa que no me ametrayen, tan cogiendo 30 tiros los chacales’.

Señor Oficial suena en un celular. Japanesse (chancletas Tommy Hilfiger, una rosa tatuada en la mejilla izquierda, una estrella en la derecha, aretes con el logo de Apple, camiseta amarillo piolín y bragueta bajada) me enseña su vídeo en la sala de su casa, donde siete personas más se reúnen mientras graba una nueva canción. El productor prepara la plena para cantar, mientras ‘Japa’, como le dice el resto, se sirve un trago. ‘Dizque cuba libre –dice mirando el vaso–. ¿Cuándo Cuba ha sido libre?’. Se gira y ríe. Esa misma risa tenebrosa que se escucha al principio de sus canciones y que ya tiene automatizada, una pose.

Japanesse le tiene miedo a cuatro cosas en la vida: a Dios, a las alturas, a conducir y a las mujeres. Por eso vive en un quinto piso y tiene un chófer que conduce su Maserati azul. Dice que su música tiene éxito porque ‘a la gente le gusta escuchar la verdad; lo que se vive en el gueto’. Nació en Colón hace 39 años, vivió en Carrasquilla y experimentó las muertes de vecinos, amigos y conocidos. Pero hoy, en el estudio improvisado de su apartamento en Plaza Edison, no hay balaceras ni venganzas, y el único ruido que se escucha es el de su voz al romper el silencio.

‘Pásale el ritmo’, le dice alguien a Antony, el productor de Panamá Music. Antony hace el amago de volver después, cuando la plena esté grabada, pero Japa le asegura que no van a ser más de cinco minutos. Y así es. Se cuelga los Panasonic, se hace sitio entre los restos de bolsas y envoltorios de la comida del Subway que acaban de terminar y sin siquiera enjuagar la voz o preparar las cuerdas vocales, comienza a mover la cabeza al ritmo de la música, listo para cantar. ‘Hay manes que dicen ‘todo el mundo se tiene que ir, que no puedo grabar’. Qué va, cuanta más gente mejor’, pausa, risa estridente. Media hora después, con ‘la más alta magia del gueto’, la pista está lista para sonar.

LA VOZ DEL GUETO

El reggaetón es el hermano bastardo del reggae, el que nadie quiere pero todos escuchan. Un ritmo que no es ‘pegadizo’, sino ‘pegajoso’, oficialmente desterrado a los barrios y al gueto, pero el que más agita las discotecas yeyé, donde todos los que de día lo niegan, de noche lo perrean.

Salimos en busca de qué tiene esta música que nadie la quiere reconocer, que no ocupa un lugar entre los sonidos locales de las políticas de gestión cultural gubernamental y que es catalogada como subcultura.

–Japanesse, ¿qué es el reggaetón?

–Cuando uno graba temas urbanos, uno graba lo que uno vive. A la gente le gusta escuchar la verdad; lo que se vive en realidad. Dicen que yo mismo promuevo violencia. Pero te voy a decir una cosa, para que el público sepa, la violencia viene de la casa, tu papá, tu mamá... eso no tiene nada que ver con la música. La música no te va a decir a tu mente que salgas disparado a matar a alguien, ¿entiendes? En las películas todo el día hay una matadera, una tiradera y una serruchadera. La violencia no viene de la música o de las películas, la violencia viene de lo que tu hayas vivido en la calle.

–¿Crees que la prohíben o la rechazan porque viene del barrio?

–Tú puedes vivir en el peor barrio y ser un profesor, un presidente, un doctor. Él vive en barrio, él vive en barrio, todo el mundo vive en barrio... Y la música no le ha dicho que vaya a disparar, a matar a nadie. No porque yo esté tatuado tengo que ser maleante, yo estoy graduado en la universidad, soy ingeniero de Construcción.

Entonces, ‘¿qué es lo que no les gusta, la música o la realidad?’, se pregunta el cantante. El tema no es cuestión de gustos, de si una letra es buena o mala, o de si el sonido se asemeja al de una bala. La cuestión es cómo una expresión artística refleja o no una realidad. Esto es una discusión del tipo huevo o la gallina; la música es violenta porque la sociedad lo es o los barrios sufren violencia porque la música lo promueve.

‘Los artistas son receptores y catalizadores de todo lo que pasa en su tiempo; con lo cual, mirar detenidamente lo que te están diciendo es fundamental, porque son termómetro, foto de una realidad a la cual se puede contribuir a través de políticas públicas’, reflexiona Alexandra Schjelderup, gestora cultural y profesora de la UTP.

El reggaetón nace en Panamá hace una treintena de años, y la humanidad entera decide que es música ‘de mal gusto’, ‘y así, le dan la espalda a una expresión urbana juvenil en un país en donde los jóvenes de los barrios son literalmente invisibles’. Se trata más bien de identidad, de un grupo que dice ‘esto somos, esto es lo que vivimos’.

Gorra ladeada, pantalones anchos, deportivas Nike por encima del tobillo y medias Polo Ralph Lauren, con aretes de oro, cadenas, camisetas grandes y chillonas y gafas oscuras. Lo que otros llaman ‘maleante’. Pero el reggaetón sólo recoge violencias urbanas, situaciones de precariedad y valores machistas que no necesariamente son los de los artistas, sino las de la sociedad en la que viven. Por eso Schjelderup considera que el rechazo tiene que ver con ‘una mala conciencia colectiva’. ‘Hay una deuda social, una gran cantidad de población excluida de la visión actual del desarrollo panameño y los artistas son los que lo retratan’.

Muchos piensan que esta ha sido una oportunidad perdida. Que los artistas del género urbano, raperos, reggaetoneros, graffiteros y demás han conseguido lo más difícil: llamar la atención del público. Pero sin embargo, no han conseguido cristalizar su protagonismo en un cambio real. Un Calle 13 salió de un país que apoyó a la gente que estaba haciendo reggae. De hecho, la palabra reggaetón nace de unir ‘reggae’ con una ‘teletón’. Pero ‘si les dejas en el lugar de los parias, nunca vas a negociar también lo que salga de ese movimiento’, señala.

¿SUICIDIO MUSICAL?

En 1917, Marcel Duchamp, hijo de un notario y nieto de un millonario agente marítimo, decidió llevar al museo un urinario común que cuestionaba esa relación elitista con el arte, vigente hoy en día a través de prejuicios heredados.

El reggaetón no es el primero ni el único género que ha tenido que pedir permiso para ser aceptado. El blues nace como una narración de la esclavitud que vivían los afroamericanos. La propia salsa, de la que tantos artistas cubanos han hecho magia, se consideraba vulgar en sus inicios, como recuerda Rubén Blades.

–¿Cree que el reggaetón debe ser aceptado como cultura?

–La música merece respeto siempre –responde Blades–. El reggaetón ya fue aceptado, y es popular, de lo contrario no estaríamos hablando de esto. En Puerto Rico fueron más de 20 mil personas a ver a Calle 13 hace unas semanas. El punto no es determinar que lo que a usted y a mi nos gusta debe ser lo aceptable. No debemos imponer a nadie gustos o decir ‘esta música es culta y esta no’. Lo mismo aplicaban a la salsa en un tiempo, a la que tachaban de vulgar. Cada cual tiene derecho a expresarse y nosotros el derecho a no escucharlos, o a disentir de lo que digan sus letras.

–Los artistas reciben muchas críticas por el contenido violento y misógino.

–’La perla’ no transmite esos mensajes. ‘Latinoamérica’ no predica eso. ¿Usted culpa a la música o al género? La música no es la responsable de eso. Si usted analiza la temática de las óperas, consideradas como la forma más elevada de la cultura occidental musical, descubrirá que está llena de asesinatos, incesto, traiciones, violencia contra la mujer (como ‘Othello’ o ‘La ópera de los vagabundos’). Pero no todas las óperas son iguales, y a nadie se le ocurre hoy prohibirlas aduciendo que el género es violento, aunque sus temas lo sean. ¿Por qué mejor no preguntarnos por qué a la mujer no se le paga el mismo salario si hace el mismo trabajo que un hombre? Eso sí es concreto, no es algo subjetivo.

ARTISTA, ¿SE NACE O SE HACE?

El hip-hop yanqui siempre tuvo su mejor mercado en la población blanca, ‘de clase media pa’ arriba’; eso es un hecho. Cuenta Latin Fresh que cuando estos señores acaudalados ‘se ven en una situación en la que sus hijos quieren vestirse como Daddy Yankie, hablar como Don Omar, parecerse a Latin Fresh, entran en una preocupación y ‘un pánico’. Entonces buscan la manera de, como quien dice, emparapetar o arreglar el problema, por el lado más fácil, que es el artista: ‘¿Por qué no cambias tu letra, por qué no dices algo más positivo?’.

Ahí aparece la otra cara de la moneda: ‘Yo no soy dueño de periódicos, de radios, de televisoras. Mi canción llega a una exposición por ellos. Comparten con el artista la ganancia, pero la culpa sí no la quieren compartir’.

La definición de qué es comercial la dan las disqueras, radios y cadenas que buscan promocionar a un artista de fábrica. Como las Spice Girls. Latin Fresh se reivindica. No es como el resto, aunque lo parezca. Ha intentado hacer canciones que hablen de la paz, de los caminos de Dios, del amor, pero no funcionan, no tienen éxito. Eso no vende.

–¿Por qué?

–Sacas una canción, pegas el disco y sigues, porque no es suficiente. A los tres meses tienes que volver a sacar otra nueva, y pegas, e igual. Nada.

Camina por la calle tras un pequeño concierto benéfico y todos le reconocen. Todos se le quedan mirando y cada dos minutos, una interrupción: ‘Latin, una foto conmigo’. No dice que no a ninguna, en todas sonríe y espera paciente a que encuentren el botón correcto del celular. Algo que sería imposible para cualquier artista internacional, en cualquier otro país. Lady Gaga, Rihanna o el desconocido de Gangnam Style ni se plantearían cruzar la esquina de la calle sin sospechar que en la otra esquina espere un fan a punto de abalanzarse o un paparazzi buscando su peor cara.

El pequeño mercado panameño, la escasa proyección internacional y la falta de puesta en valor pueden ser algunos de los argumentos que justifiquen que los artistas locales no aumenten su repercusión, y son pocos los que como Dj Black se han atrevido a hacer canciones de protesta como ‘Chucha de tu madre’. Pero que no se considere música, no tiene excusa, dice el artista.

–El reggae nuestro, fuimos los primeros en hacerlo en español. Nosotros logramos algo histórico, y es lamentable cuando los cantantes del folklor nos ven a nosotros como... nos discriminan, nos ven como una plaga. Pero hemos demostrado que hemos llevado esto a grandes niveles. El reggaetón fue el género que impulsó a la industria de la música nuevamente.

–Y ahora te sientes relegado de ese éxito...

–Artistas nacionales como Samy y Sandra Sandoval, Osvaldo Ayala, etc., todos ellos van al extranjero a hacer sus presentaciones, que son por lo general presentaciones oficiales que tienen que ver con el Gobierno Nacional, por medio de las embajadas, etc. A diferencia de una que otra presentación pública. Sin embargo, nosotros hemos salido, hemos llenado grandes coliseos, hemos hecho una revolución total en el extranjero y no se nos reconoce. Es un poco lamentable.

–¿No se les valora?

–Yo abogo, por ejemplo, debería haber yo qué sé... la Calle Renato, la calle donde nació Renato, uno de los precursores. Siento que, deberían hacer un día nacional del reggae, o un museo, y eso habría que incluirlo en la historia misma.

–¿Qué dirías a aquellos que piensan que critican el reggaetón?

–La música es eso, simplemente música.

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