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- 08/07/2013 02:00
PANAMÁ. Visto desde el aire, cualquiera podría pensar que en San Francisco no cabe un columna más. La aparente infinita fila de rascacielos hace ininmaginable la avenida 200 metros abajo, y el verdor es una mancha relegada solo al parque recreativo Omar.
Pero los signos de ‘crecimiento’ sanfranciscano no han terminado: según la Junta Comunal, aún hay 123 lotes baldíos esperando a ser explotados para residencias o comercios. Además, ‘gran parte’ de San Sebastián —uno de los tres enclaves populares del corregimiento— ha sido comprado por empresarios locales.
Y el boom no piensa en decir adiós. Aunque quisiera sacudírselo, el ritmo de los vecinos Bella Vista y Parque Lefevre (con el emporio comercial de Costa del Este) y la cinta paralela al corredor Sur, obligarán a San Francisco a seguir.
Lo hará, además, por las reformas de zonificación de 2004 que lo puso entre las cinco zonas perfectas para edificar rascacielos, y que alienta el círculo delirante que convierte al corregimiento en una postal miamense de Latinoamérica. Empero, ese desarrollo de ensueño arroja incógnitas sobre su futuro cercano.
¿A qué ritmo marchará en la próxima década, cuando alcance su centuria? ¿Hay solución para los problemas inmediatos y venideros? LA INFRAESTRUCTURA
El principal asunto por ver, según el arquitecto José Batista, de la Sociedad Panameña de Ingenieros y Arquitectos (SPIA) es el híbrido que se ha impuesto en San Francisco.
Aunque reconoce que las ciudades ‘se transforman’ —y de esa máxima no escapa la de Panamá— hay un mixto comercial-urbano que no congrúe con la idea original que el presidente Belisario Porras puso en marcha en 1923. En medio de casas hay restaurantes, mecánicos y farmacias.
Y no solo eso: las modificaciones urbanísticas de 2004 establecieron que la altura de los edificios se regularía por la densidad de población y no por la anchura de la vía que les daba acceso. Esta última norma estaba contemplada en una ley que normaba la construcción de urbanizaciones: y eso era San Francisco.
Tales cambios habrían alimentado el incremento poblacional de la última década: de 24 mil habitantes en 2000 pasó a 49 mil en 2010. La mayoría reside en rascacielos de mil 500 dólares el metro cuadrado.
Carlos Pérez Herrera, representante del corregimiento, reconoce que no se preparó para el boom inmobiliario que arrancó cuando, por esas ironías que se arroga el sistema financiero local, la economía de las grandes potencias decrecía.
‘Es el lugar más céntrico de la ciudad, es el preferido para los inversionistas que quieren instalar oficinas, pero hay que adecuarnos al crecimiento’, insiste.
Con un presupuesto anual de 928 mil dólares, en la próxima década San Francisco necesitará resolver su vialidad e infraestructura. Deberá pensar sus plazas de estacionamientos —no está contemplado en el plan de aparcaderos soterrados que la Alcaldía emprende— y en espacios comunes.
Las modificaciones urbanísticas, agrega el arquitecto Batista, deben incluir unidireccionar las vías para aliviar la intensidad de los tráficos que en ella suceden, y aplicar el reordenamiento de las aceras, pendiente desde hace un lustro. ‘En 2008 se hicieron estudios, pero quedó en nada’, explica.
¿Hablar de todo ello implica relegar los apenas tres enclaves populares que luchan por no extinguirse? Aunque la ley del poder parece ser la que dominará el escenario, Pérez Herrera apuesta ‘por que lo que se tenía que hacer se hizo’. A su juicio, barrios como San Sebastián y Boca la Caja, cercados por Punta Pacífica y Atlapa no deberían moverse.
‘El Estado debe hacer un estudio de urbanismo que permita que la gente viva igual que antes de explotar el boom inmobiliario’, insiste Pérez Herrera, aludiendo a la simbiosis entre ricos y pobres que se ha mantenido en pie en estos 90 años.
Batista, empero, vaticina que Viña del Mar, un residencial casi incógnito entre Panamá Viejo y Coco del Mar, financiado por un extinto programa de vivienda de la Caja de Seguro Social, perderá la lucha contra los intereses inmobiliarios. Ahí hay familias de clase media, que viven de un salario y sobreviven del presupuesto.
‘Al principio no querían cambio de suelo, pero cuando haya relevo generacional van a quererlo’, apela.
LOS ASUNTOS CONEXOS
El padre Manuel Villarreal, desde la iglesia San Francisco de la Caleta, se queja de la construcción de una torre de 50 pisos detrás de la parroquia, pero olvida el asunto al recordar los enredos en seguridad.
Si bien San Francisco no figura entre los corregimientos con más homicidios en la ciudad, en junio un hombre fue acribillado al frente de un parque en Punta Paitilla, en mayo se encontró a otro muerto en una parrillada con un disparo en la boca, en febrero un grupo de menores de edad disparó a una persona de 64 años cuando ingresaba a su casa cerca del Club Unión, y en enero el narcotraficante Boris Foguel fue ultimado en una calle de Coco del Mar.
Villarreal teme entonces por la ploriferación de homicidios, principalmente ligados al narcotráfico.
Pero esa no es la única amenaza al corregimiento citadino: virus como el que transmite el mosquito aedes aegypti le hacen recordar la ironía de su desarrollo: es la zona con mayor índice de infestación. Está en 5.2, muy lejos del 2.0 máximo.
El corregimiento deberá también resolver la reducida capacidad de sus desagües, que demuestran que no se habían preparado para los cambios. ‘Con las mismas tuberías se construyeron edificios de 50 pisos’, recuerda Judith Carrera, una de las primeras pobladoras del área. En 2011 una lluvia inundó el Trump Ocean Club apenas Donald Trump y toda la élite lo inauguró.
Aún con las ambivalencias encima, Pérez Herrera dice que San Francisco hará todo por ser el modelo de crecimiento para sus pares de la ciudad capital. La perspectiva del arquitecto José Batista es implacable en ese asunto. Tendrá que ver cómo hacérselas: ‘tiene que adecuarse a lo que es y a lo que será su destino’.