Cristina Flores Pescorán,

  • 03/08/2025 00:00
La artista multidisciplinar peruana presenta la exposición “Ñiñi para florecer Ñaña”, en la que a través de los tejidos explora la sanación, la memoria y su propio cuerpo y se deja llevar por los caprichos de las formas

Cristina Flores Pescorán quedó fascinada por Panamá. Lleva unos dos años y medio viviendo en Países Bajos gracias a una residencia artística con la Jan Van Eyck Academie en Maastricht y aunque su experiencia ha sido absolutamente enriquecedora, la artista admite que echa de menos su Perú natal y ha aprovechado la invitación que le hiciese la Fundación Casa Santa Ana para presentar una exposición en Panamá, para reconectar, al menos en forma gustativa, a través de un rico ceviche, un pescado y algunas frutas que en las latitudes donde actualmente habita, no se dan. Pero también quedó maravillada con una visita al Museo de la Mola donde pudo ver y palpar el trabajo tan “delicado” que hacen las mujeres guna que demuestra una “maestría total”.

Y es que en la obra de Flores Pescorán destacan los textiles, los tejidos y sus colores naturales, un arte con algunos materiales en común a las molas, pero con una ejecución bastante distinta y con un significado muy personal. A través de los textiles, el video, la performance y la instalación, Cristina realiza una exploración del cuerpo, los procesos de sanación, el feminismo y su propia memoria. A través de su quehacer artístico, la peruana explora su historia con la enfermedad y la recuperación para enfatizar la sanación.

El pasado 26 de julio, la exposición Ñiñi para florecer Ñaña fue inaugurada. Esa misma tarde se llevó a cabo un conversatorio sobre su trabajo, con el curador Miguel A. López. Dos días antes, finalizando en montaje, tuvimos la oportunidad de conversar con la artista y el curador.

“Esta es una exposición muy importante porque marca el retorno de Cristina a América Latina. Ella ha estado viviendo en Europa durante los últimos años. Su última exposición en América Latina fue en Perú en 2022. Actualmente trabaja principalmente en Europa y está participando en varias bienales”, explica Miguel López, curador peruano.

“Todo el trabajo de Cristina parte de experiencias personales, experiencias íntimas vinculadas a su vida, a su salud, al contexto en el cual creció, que es Perú, y del cual vienen sus padres es el norte del Perú”, contextualiza.

Un punto de partida importante para gran parte del trabajo de Flores Pescorán es su experiencia con una enfermedad en la piel, que luego se diagnosticó como cáncer y la relación con distintas plantas que ella utilizaba como parte de una dieta alternativa para poder curar su propio cuerpo.

Estas plantas fueron utilizadas en su quehacer artístico a manera de elementos tintóreos, “también una forma de exteriorizar su cuerpo, formando una escultura textil y sanar la fibra, lo que implicaba también, sanar su cuerpo”, comenta López. “Había allí un proceso casi mimético en términos de tratar la fibra como si fuera ella misma, como si fueran sus células, como si fueran su propia piel y por eso es que casi todas las obras, por no decir todas, tienen este componente de una especie de membrana expandida que tiene distintos pliegues y distintas formas de relacionarse con la gravedad porque justamente remiten a esta especie de cuerpo. Y por eso que también aparecen un montón de referencias al universo celular o a la manera en la cual nuestros cuerpos pueden verse a través de microscopios”, detalla. Un resultado que refiere a su experiencia médica, a la ‘violencia’ de ciertas estructuras médicas que tratan al cuerpo como objeto y no como un ser sintiente.

“Me encanta trabajar con textil, siento que para mí es el lenguaje que me permite conectar con mi familia, las mujeres de mi familia. Mi identidad también. Siento que, frente a un tratamiento de quimio, que yo llevé, todas las piezas me permiten reconstruir esa historia de sanación y me generan una respuesta que siento necesaria, que en un espacio médico no obtuve”, dice Cristina al inicio de un recorrido por la sala recién montada.

Ante espacios médicos que la artista cataloga como limitantes y fríos, con sus obras ofrece un panorama que permite “generar esa calidez y esa cercanía que para mí es necesaria. Siempre para mí estuvo presente la pregunta ¿qué es para mí enfermedad?, ¿qué es aquello que me puede sanar? tuvo que venir como respuesta y necesidad, el hacer con mis manos, y también el constante diálogo con diferentes elementos sean plantas, sean materiales, herramientas, acciones y en esta exposición están reunidas en estos tejidos”, cuenta.

Nos acercamos a una instalación de un tejido con tonalidades azules y tierra que parece flotar casi como un espiral. En el piso, unos trazos azules identifican el elemento agua. “Esta instalación es para mí una especie de portal que me permite conectar con las mujeres de mi familia, mis 2 abuelas, y esta cercanía que también tenemos con el mar. Realizo diferentes técnicas y en su mayoría todas están teñidas en índigo”.

A nuestra mano izquierda se lucen tres cuadros de una serie de cuatro -el faltante está ubicado en la pared del fondo de la galería- cuadros con una combinación de textiles que “he estado trabajando a partir de telas que han sido teñidas en índigo o en hojas de guanábana y el maíz morado. El trabajo que realizo es una mezcla de técnicas en aguja que me permiten recrear el momento de las biopsias que mi cuerpo ha recibido y también poder generarse este diálogo sanador, en el que voy reconstruyendo los mismos hilos del tejido”, dice la peruana. En estas obras Flores Pescorán recrea un momento en el que una enfermera iba a quitarle los puntos en una de sus biopsias pero el dolor que sintió fue tan intenso que decidió hacerlo ella misma, con mucho cuidado, “entendiendo dónde está el dolor que siento y cuánto puedo hacerlo yo misma. Estos cuadros para mí reflejan eso, una oportunidad en la que yo tomo el control y lo hago también desde una calidez, desde un afecto que son muy necesarios y vitales así, uno este o no llevando un tratamiento médico”.

Continuamos con una serie de cuatro tejidos hechos en hilo de cobre y en algodón nativo peruano, con el que la artista ha trabajado en los últimos años. “Es un algodón que también ha sido teñido de índigo, pero el hecho de tenerlo presente es también un hecho de reparación porque siento que van reconstruyendo muchos vacíos, fracturas o heridas familiares que a veces tenemos. “Lo traigo acá como si fuera el reflejo de las ondas en el mar. El cobre le da este poder, esta calidez, al mismo tiempo genera como una protección energética, así lo siento yo”, sostiene.

A la derecha de la sala de una larga pared cuelgan ocho acuarelas. “Me siento muy contenta de poder compartir este trabajo porque es la primera vez que estoy mostrando acuarela en este tipo de formato. Durante todos estos años, he trabajado bastante en el dibujo, porque siento que me permitía mucho explorar la línea y los límites del cuerpo, y en esta ocasión, el trabajo con acuarela, siento que me permite continuar esta exploración a través del color y la relación del interior de lo que veo en el interior del cuerpo con elementos de naturaleza, tejidos, arterias, las semillas. Son personajes que veo como mis autorretratos”.

La muestra se completa con una serie de tejidos que tienen estructura en alambre de cobre, el material es un algodón peruano tenido con índigo en algunas zonas, pero cuya tonalidad natural no es blanca sino marrón.

“Es un algodón que desde tiempos preincas ha estado presente en diferentes textiles y que durante un periodo de algunos años también fue prohibido su cultivo, porque se creía que podía contaminar al algodón blanco y que su cultivo podía traer plagas”. Una realidad que también habla de resistencia pues habla de la entrega de las personas que lo han cultivado y han hecho que permanezca.

“El cáncer que me diagnosticaron es un cáncer que como se ve, es una despigmentación. Es por eso que las piezas que están acá tienen esa relación a veces con el color, que son colores sutiles, que aparecen o cambian y creo que hay una necesidad de hacerlos presentes en su belleza”.

La obra de Flores Pescorán ha evolucionado desde que su diagnóstico a los 16 años marcara su intención.

“Empecé a tejer como una necesidad. Sentí que mi cuerpo lo requería y creo que los primeros tejidos que hice eran casi automáticos. Algo necesitaba salir de mí y era el tejido. Ahora, claro, ha habido más acontecimientos en mi vida que me han permitido reexaminar mi cuerpo y verlo en diferentes formas, así que cuando vuelvo al tejido hay otra maduración,otra reflexión. Siento también que como he digerido muchos acontecimientos y he aprendido, me permito más jugar con la técnica”, asegura.

Para ella, el tejido ha evolucionado a un tipo de escritura en el cual va combinando diferentes técnicas y se permite jugar con aquello que se suele llamar error. “Voy descubriendo patrones, incluso nudos, a jugar con el caos o el orden. Los tejidos creo que se han ido haciendo más complejos. También doy pie a no tener un diseño previo. Al principio todo era muy rígido, tenía cierta timidez. Pero ahora le doy bienvenida a ese ‘por dónde me lleva el hilo’. Esta ha sido una experiencia muy bonita en la que fui viendo hacia dónde me iba llevando el hilo y las agujas”, afirma.

-¿Te dejas llevar así en la vida?

-Sí. He aprendido [a hacerlo], antes era muy rígida. Me frustraba a veces no tener una respuesta o tener muchas preguntas. Pero me di cuenta de que puedo construir mis propias respuestas. A veces no las voy a obtener, aunque uno sienta la necesidad de tener algo seguro, pero en el hacer también he descubierto esas mismas sorpresas, que se hacen evidentes en el tejido”.

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