El big bang de la literatura moderna

Actualizado
  • 04/10/2009 02:00
Creado
  • 04/10/2009 02:00
Edgar Allan Poe cumple 200 años. El gran escritor estadounidense murió hace 160, el 7 de octubre de 1849; pero en todos los países alred...

Edgar Allan Poe cumple 200 años. El gran escritor estadounidense murió hace 160, el 7 de octubre de 1849; pero en todos los países alrededor del mundo sus fanáticos se están congregando en pos de conversatorios sobre su obra, o lecturas de sus poemas y cuentos más famosos, celebrando así su existencia más allá de la muerte. Quizá porque su legado literario lo mantiene vivo, a la vuelta de cualquier estante de librería. Quizá porque sería imposible imaginar la literatura moderna -y la vida misma- sin él.

Así de cursi y dramático lo afirmaron, en diferentes momentos y de distinta forma, los tres grandes referentes del cuento latinoamericano, que de tontos no tenían un pelo y tampoco se andaban con cuentos: Horacio Quiroga (1878 – 1937), Jorge Luis Borges (1899 – 1986) y Julio Cortazar (1914 – 1984). El primer punto del “Decálogo del buen cuentista”, escrito por Quiroga, dice: “Cree en un maestro -Poe, Maupassant, Kipling, Chejov- como en Dios mismo”. Borges por su parte manifestó en el prólogo de su Biblioteca Personal, que “La literatura actual es inconcebible sin Whitman y sin Poe”. Y Cortazar, que al igual que Borges tradujeron la obra del colega gringo, confesó en vida que de no haber sido por los cuentos de Poe, él no hubiese escrito los suyos propios.

Pero estos tres literatos, aunque pesos pesados, son apenas un puñado de los tantos artistas que fueron impactados y sacudidos por ese misil literario llamado Edgar Allan Poe, quien nació en la ciudad de Boston el 19 de enero de 1809, hijo de una pareja de actores, para convertirse años más tarde en uno de los maestros universales del relato corto, gracias a títulos emblemáticos e inolvidables como “El corazón delator”, “El gato negro”, “El pozo y el péndulo” y “La mascara de la muerte roja”, entre muchos otros, con los cuales también entró a la historia literaria y del arte como máximo exponente del terror.

Parece exagerado y no lo es. Los grandes títulos de horror son todos posteriores e influenciados por Poe, así lo confesaron en vida los propios autores: Bram Stoker, creador de “Drácula” (1897), y Robert Louis Stevenson, quien escribió “El Extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde” (1886). Incluso “El retrato de Dorian Gray”, de Oscar Wilde, vino después y está fuertemente influenciada por esos universos que solo el viejo Edgar supo crear. De aquellos clásicos que ponen la piel de gallina, el único realmente contemporáneo es el “Frankenstein” de Mary Shelley, publicado en 1818, pero más bien relacionado a la novela gótica que recién aparecía a finales del Siglo XVIII, de la que Edgar Allan Poe tomó elementos para popularizar el miedo.

Más impresionante aún es su aporte al misterio y al relato detectivesco, puesto que fue él su creador al concebir al primer detective de ficción: Auguste Dupin, el sagaz y deductivo parisino protagonista de los cuentos “Los crímenes de la calle Morgue”, “El misterio de Marie Rogêt”, “La carta robada” y “El escarabajo de oro”, quien resolvía crímenes por afición ya que no portaba placa, no vestía de uniforme ni cobraba sus honorarios. Aunque la policía no le pagaba, tan bien manejó los casos que su astucia sirvió de modelo a uno de los personajes arquetípicos y más populares del género: el detective Sherlock Holmes, creado por sir Arthur Conan Doyle. Pero la influencia no murió allí. Tan vital fue lo que hizo que, en su honor, la organización “Mystery Writers of America” premia cada año al mejor escritor de misterio con unos galardones llamados, en su honor, “Edgars”.

Todo esto sin contar que gracias a sus universos de ensueño y de alto contenido fantástico, también contribuyó al despegue de la ciencia ficción e influyó a los dos padres del género: el francés Julio Verne (1828-1905), que fue gran admirador suyo y autor de “Viaje al centro de la tierra”, entre otros clásicos, y el filósofo británico H.G. Wells (1866-1946), quien escribió “La guerra de los mundos”.

Y es que parece que, como Edgar Allan Poe, no hubo otro escritor de impacto tan certero y contundente en la literatura moderna. Empezando por su país: fue el primer gran escritor estadounidense y el máximo exponente del romanticismo yankee. Cultivó, además del cuento, la poesía, la crítica de arte y el ensayo. También fue periodista. Además, fue el primer escritor que intentó hacer de la escritura su forma de vida en Estados Unidos, razón por la cual vivió en la quiebra. Sin embargo, su existencia influyó en dos que vinieron ahí no más y casi que fueron contemporáneos suyos: Herman Melville (1819 – 1891), autor de “Moby Dick” (1851), y Mark Twain (1835 – 1910), creador de “Las aventuras de Tom Sawyer” (1876).

Como ya se vio, su fama trascendió las barreras de su joven patria y, simultáneamente, su obra movilizó a escritores de toda Europa y, años después, Latinoamérica. Y así, no se puede obviar el agite que sus textos provocaron en Francia. Primero porque el alboroto trascendió incluso fronteras políticas. No olvidemos que los franceses son franceses y solo creen en ellos mismos. Pero no solo eso: Poe era gringo (¡oh!, terrible obviedad), y en sus tiempos –igual que ahora– los estadounidenses no eran bien vistos por los europeos. Pese a ello, Edgar influyó en los simbolistas franceses, encabezados por Charles Baudelaire, el gran poeta maldito, quien fue el primero que lo tradujo al francés; y también a Victor Hugo, Verlaine, Rimbaud, Valéry y Proust. Además de Guy de Maupassant, otro gran maestro del relato corto.

Toda esta resonancia no se dio solo por sus textos, sino también por una vida tan fascinante como su obra. Edgar Allan Poe fue el primer rockstar de la literatura. Polémico, salvaje, criticón, con gran éxito de público pero descalabrado económicamente, huérfano y sin títulos nobiliarios, hijo de actores, vicioso, alcohólico y jugador, sin dejar de ser refinado y culto y erudito, con buen gusto y un talento envidiable que lo salvó de todo mal. Mediático, no solo porque publicaba sus historias en los diarios, sino porque fue la estrella de los medios escritos más importantes de la naciente Estados Unidos, y porque sus detractores lo vapulearon también a través de los medios.

Y no se puede dejar de mencionar el mito de su prematura muerte, a la edad de 40 años, misteriosa y que hasta el sol de hoy sigue sin esclarecerse. Quizá el más oscuro enigma de la historia de la literatura. Quizá un final triste, pero propio, qué duda cabe, para un genio loco que hizo del misterio su forma de vida y de su vida un viaje fantástico con el que alcanzó la gloria más allá de la muerte.

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