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- 02/12/2023 00:00
El primer aniversario de la gesta heroica que consolidó la dignidad de nuestra República debe constituir el motivo obligado para entregarnos, como estudiantes y panameños, a una actitud de análisis y ratificación de nuestros principios de lucha.

Hace hoy exactamente doce meses que la masa estudiantil, en un cívico consorcio con los obreros y demás fuerzas vivas del país, se lanzó por todas las calles y plazas a enfrentar al rudo tropel de los caballos y sables, pero con una bandera de resurrección en cada mano y un anhelo de patria en cada espíritu.
Luego vale la pena hacer un paréntesis de recordación de los hechos del doce de diciembre y rememorar todos los actos patrióticos para después sugerir la ratificación de nuestros principios fundamentales de trabajo.
Al firmarse el Convenio militarista entre nuestro Gobierno y el de los Estados Unidos de América, la Federación de Estudiantes de Panamá, exigió de inmediato, por razones morales y legales conocidas, el absoluto rechazo del Acuerdo. Para la realización efectiva de tal exigencia fue necesaria la movilización integral del alma nacional y el templar de las fibras patrióticas del istmeño. En el programa de trabajo que se impuso la muchachada estudiantil, figuraban en primer plano el desfile del doce de diciembre y el mitin en Santa Ana para el día trece.
Las directivas estudiantiles observaban que el pueblo había recibido con aparente indiferencia la firma del Convenio y se propuso violentar la opinión pública mediante actos en los principales barrios de la ciudad y en los lugares más poblados del país. Como corolario de esos proyectos, el once de diciembre, en las primeras horas de la mañana, fue pronunciado un discurso de censura a los funcionarios que habían aprobado el Convenio guerrerista. Tal discurso provocó el primer choque en la Universidad, entre las Autoridades Gubernamentales y los Estudiantes, dejando un saldo favorable a nuestro favor por cuanto que la opinión del país se colocó en plan de tensión y en solidaridad a la causa de la FEP, que era la causa de la República.
Después de los altercados de la Universidad, fue citado el secretario general de la FEP a la Alcaldía Nacional con el propósito de entregarle una nota en la cual se prohibía la celebración del mitin y del desfile. La misma prohibición entrañaba una exhortación a la Policía Nacional para que impidiera la realización del acto patriótico. A todas luces la prohibición citada fue recibida con general beneplácito por los estudiantes, pues se daba la oportunidad de invocar respeto a la Constitución Nacional que garantiza la libertad de los ciudadanos para reunirse y expresar sus pensamientos. Y, sobre todo en este país en donde ha sido costumbre inveterada pisotear sin misericordia los elementales derechos del hombre.
Por otra parte, la Comandancia de la Policía Nacional también se entrevistó con el Secretario General de la FEP (Carlos Iván Zúñiga) y le solicitó categóricamente que no se realizara el desfile en la tarde del doce. Pero la solicitud de la Comandancia y la prohibición de la Alcaldía no pudieron ser atendidas por los estudiantes porque ya había una decisión en todos: ir a la calle a defender la nacionalidad.
Mientras estos incidentes ocurrían, los estudiantes invitaban al desfile en mítines aislados. Se repartieron millares de hojas volantes, y los sicarios del Gobierno también hacían su obra: enraizar la intimidación en todos los ciudadanos. Ellos, por la radio, les suplicaban a los padres de familia que no dejaran a sus hijos salir a la calle, le pedían al comercio que cerrara sus puertas, y hubo llamadas telefónicas amenazando de muerte a algunos dirigentes.
Los rumores más fantásticos corrieron por todas las calles. Se decía que habían secuestrado al Rector de la Universidad, que era víctima constante de llamadas telefónicas, hasta que tomó la decisión de armarse, como en efecto lo hizo. Se dijo que la Universidad sería clausurada y que todos los estudiantes que tuvieran cargos en el Gobierno serían destituidos; en fin, se adoptaron todas las medidas ridículas de antaño, sin tener en cuenta que una nueva conciencia había en el país.
Pero el doce de diciembre, a las tres de la tarde –la hora acordada– salió del Instituto Nacional el primer grueso de manifestantes con el propósito de unirse a los grupos que esperaban en el Parque de Lesseps. Profesores, obreros, miembros de agrupaciones cívicas, fortalecieron las filas de la manifestación. Mas, la presencia de miembros de la Policía Montada en el Parque de Lesseps hizo imposible recoger los grupos dispersos que esperaban la manifestación organizada, y se dispuso a marchar hacia la Asamblea Nacional, burlando en esa forma al primer contingente militar.
A lo largo de la Avenida Central los estudiantes fueron calurosamente aclamados, y de todos los balcones se escuchaban una vibrante respuesta a las consignas estudiantiles: ¡Viva la República!, ¡Abajo el Imperialismo!, ¡Viva el obrerismo!, ¡Abajo el Convenio!, ¡Viva le FEP! Fueron gritos candentes que minutos después los pretendieron ahogar entre chorros de sangre, golpes de sable y ruidos de disparos.
Al llegar la manifestación, para ironía del destino panameño, al lugar denominado “Panazone”, un Oficial de la Policía Nacional, cumpliendo órdenes, solicitó la inmediata disolución del desfile. Se le respondió que la Constitución garantizaba la manifestación y que por ello se realizaba. Pero fueron respuestas perdidas en los oídos sordos de los militares, porque de inmediato se inició un “bombardeo” de gases lacrimógenos, usados por primera vez en la República, y un ataque de la caballería contra los que encabezaban la manifestación. En realidad, fue un acto grotesco, vulgar y escandaloso. Los estudiantes, obreros y profesores, fueron brutalmente golpeados. No hubo respeto ni por la Bandera Nacional que hay que entender que simbolizaba el espíritu de la Patria. Ante un golpe de sable rodó por el suelo envolviendo a un estudiante herido; sirvió de seda y algodón para las cabezas sangrantes, y de inspiración suprema para defender con mayor ahínco la Patria.
El heroísmo de los manifestantes al frente ya de Santa Ana, fue ruidosamente ilimitado. Un serio encuentro que pudo degenerar en múltiples desgracias personales se suavizó porque los estudiantes no portaban armas; estaban en plan patriótico y no militar.
Pero minutos después los gases se hicieron insoportables. Nadie podía ver con la claridad necesaria y surgió la indecisión, la perplejidad, la ya casi falta de dirección. Sin embargo, se puso en práctica lo acordado: disolver la manifestación en pequeños grupos y encontrarse en la Plaza Catedral. En efecto, pocos centenares de estudiantes permanecieron jugando con los disparos de los Agentes, pues apenas se podían lanzar piedras por falta de ellas y por las consecuencias brutales del gas.
Ya en la Catedral, habiendo llegado un número mayoritario de manifestantes se organizó un ligero mitin para encender los ánimos. Hablaron muchos estudiantes, obreros y profesores, todos exponiéndose a un disparo de la Policía que ya había llegado a Catedral. Pero, de pronto surgió la orden de dispersar y se inició nuevamente el tiroteo. El Parque de la Independencia parecía un verdadero campo de batalla, y el ataque a los estudiantes constituía una verdadera infamia. El solo tiroteo y el resoplar violento de los caballos no llegó a amedrentar a la juventud. Desde los camellones de la Catedral varios estudiantes, profundamente indignados, requerían para sí un disparo. Y uno de los requerimientos, el de un Institutor, fue verdaderamente heroico. Se acercó al agente y le expresó: ¡Dispare, dispare y mate a un hijo del pueblo como Ud.! Evidentemente, el Agente no disparó. Pero mientras que los disparos iban siendo ruido normal salió un grito violento del atrio de la Catedral, se anunciaba la caída triunfal de Sebastián Tapia, la caída del primer héroe de la juventud panameña y que hoy constituye el compendio y la mística de nuestro movimiento revolucionario estudiantil.
Al herirse a Sebastián Tapia cundió la indignación entre los estudiantes y pueblo en general, y los agentes de policía fueron envainando sus pistolas. Faltaba solamente para cumplir la jornada se dispuso a ir a la Asamblea, mientras que otro grupo regresaba a la Universidad a llevar la bandera rota y ensangrentada al Paraninfo.
Después del doce de diciembre, todo fue la continuación de una gloria. Las aspiraciones fueron todas cumplidas, satisfechas. Se organizó el Congreso de Juventudes, se trabajó incansablemente por espació de diez días templando el alma nacional, se consolidó el prestigio de nuestra joven república, América entera respaldó el Civismo panameño, la Asamblea Nacional rechazó por unanimidad el Convenio, se distinguió a la Juventud Panameña en un Congreso de Juventudes Latino-americanas, declarándola “digna de ejemplo”; se declaró a Sebastián Tapia, por representantes de quince países, “héroe de la Juventud democrática de la América Latina”, y se erigió a la Federación de Estudiantes a la altura propicia para coronarla con los laureles simbólicos.
Hoy, doce de diciembre, solo nos basta ratificarnos en nuestros nobles principios: luchar por el fortalecimiento creciente de nuestra nacionalidad, exigir el respeto a las libertades individuales, combatir el imperialismo, consolidar la masa estudiantil para futuras acciones, y proclamar las cuatro libertades Roosvelianas como guía y norte del pensamiento democrático de América.
Hacer lo contrario es traicionar el doce de diciembre y dormirse plácidamente sobre los laureles, que a veces suelen marchitarse.
Hoy, día de júbilo, saludamos en Sebastián Tapia al compañero de todo lo heroico y grande que puede ofrecer el movimiento juvenil panameño.