Margot Fonteyn, ritmo y misterio

Actualizado
  • 28/12/2014 01:00
Creado
  • 28/12/2014 01:00
Leyenda del ballet, icono del Imperio Británico y conspiradora política. A casi 25 años de su muerte su figura sigue siendo un enigma

Ahí, en una esquina del escenario en penumbra, mientras esperaba que la cortina se alzara, Margot Fonteyn sentía como su consciencia se deslizaba. En los próximos segundos todo desaparecería, incluyendo su cuerpo de proporciones perfectas, el público que seguía atento cada movimiento e, incluso, sus compañeros de danza. Solo existiría la música. El abandono sería tal que solo se percató de que sus pies sangraban cuando se removió las zapatillas en la soledad de su camerino. Ahí, lejos de los ojos inquisidores del público, podía dejar de ser ‘‘prima ballerina assoluta’ y Dama del Imperio Británico, y ser simplemente una mujer que -a pesar de sus pies delicados- irradiaba donaire y fortaleza a través de su danza, que entendía que el alcance de su arte dependía de la magnitud de su sacrificio.

Para la bailarina panameño Otilia Tejeira de Koster, que conoció a la más famosas de las bailarinas británicas del siglo XX cuando tenía 15 años, en Londres, observar a Fonteyn danzando era como presenciar una corrida de toros. Era un espectáculo en que un animal delicado y sublime era sometido a una crueldad física inimaginable, alcanzando, a través del sufrimiento, nuevas cuotas de magnetismo y belleza. ‘El ballet es una disciplina ‘contranatura’. Este uso del cuerpo en una forma no natural puede acarrear artritis’, sostiene De Koster, una de las fundadoras del Ballet Nacional de Panamá.

A LA MEDIDA DE SU SUEÑO

En el desarrollo artístico de Fonteyn pesarían las ambiciones de su madre, Hilda Hookham, la hija de un industrial brasileño que se casó con un ingeniero británico. Mientras se encontraba embarazada de Peggy (el nombre original de Margot), Hilda tomó pociones para abortar. Incluso se tiró escaleras abajo. Aún así, Margot nació en Reigate, Inglaterra, un 18 de mayo de 1919. El apellido Fonteyn lo sacaría de un listado de peluquerías en un directorio telefónico, años más tarde.

Tomó sus primeras lecciones de ballet a los seis años, que fueron interrumpidas cuando se trasladó junto a su familia a Shangai, China, adonde a su padre le ofrecieron un puesto como jefe de ingenieros en una compañía de tabaco.

En 1934, de vuelta con su familia en Inglaterra, ingresó al Ballet de Sadler Wells, que eventualmente se transformaría en el Ballet Real de Inglaterra. La experiencia en Asia había convertido a Margot en una niña callada y reservada, que parecía que solo cobraba vida mientras estaba danzando.

Quedaría bajo el estricto tutelaje de Ninette de Valois, quien había fundado el Sadler Wells tres años de su llegada. No le tomó mucho tiempo a la bailarina y coreógrafa detectar el potencial de su alumna, al igual que su mayor debilidad: le costaba someterse a las exigencias de la disciplina.

Pero el coreógrafo Frederick Ashton se encargaría de cambiar esto. Asedió verbalmente a la pequeña bailarina de ojos negros y frágiles pies hasta que ella corrió hacia él llorando, abrazándolo mientras decía: ‘Perdón, perdón, traté de hacerlo lo mejor que puede’. En ese momento Ashton supo que había ganado la batalla.

UNA INGLESA EN NUEVA YORK

A finales de la década de los cuarentas, Margot arribó a Nueva York, para presentar La Bella Durmiente junto a su compañía. Estaba convencida de que las funciones frente al público estadounidense serían un completo desastre. Sus temores no estaban infundados. A De Valois, su mentora, le preocupaba que el público norteamericano no asimilara las idiosincrasias del ballet británico.

Finalmente llegó la noche del debut. El miedo recorría como nunca antes su anatomía, desde su cabeza -sostenida por curvas sutiles que sobresalían de su espalda - hasta sus piernas, que eran conocidas como ‘las más hermosas en el mundo de la danza’.

A pesar de su miedo escénico, Margot salió a danza. El público aguantó el aliento mientras mantenía el balance de puntillas durante varios segundos que parecían una eternidad ... ‘Cuando ella bailaba se volvía algo etéreo. Eran unos movimientos tan naturales y suaves que resultaban sobrecogedores’, describe Rosario Arias de Galindo, hermana del político panameño Roberto ‘Tito’ Arias, con quien la bailarina se casó el 6 de febrero de 1955.

De la noche a la mañana la joven de 16 años se había transformado no solamente en la primera bailarina del Ballet Real, sino en una celebridad internacional de la danza, que acaparaba las portadas de Time y Newsweek .

Fue precisamente en Nueva York, donde, al retornar a su camerino después de una función, encontró un ramo de flores rojas, su preferidas. Según sus memorias ( Margot Fonteyn: Autobiography ), el portero le entregó una tarjeta de presentación donde se leía: ‘Roberto E. Arias, delegado de Panamá en las Naciones Unidas’.

Hijo de Harmodio Arias y sobrino de Arnulfo Arias, dos presidente panameños, ‘Tito’ Arias y Margot se habían conocido años atrás en la Universidad de Cambridge. Nunca se olvidó de aquel muchacho de copete engominado y ojos negros, de sonrisa cautivadora e impecable gusto para vestir.

Después de la boda, ‘Tito’ tomó posesión de su cargo como embajador panameño en la Corte de San James. La vida del nuevo matrimonio nunca fue aburrida: a través de su esposo Margot conoció a Marilyn Monroe, John Wayne, Aristóteles Onasis, entre otras celebridades

La existencia estaba colmada de lujos y deleites, de beneficios y exquisiteces. Pero ‘Tito’ casi siempre se mostrada distraído. En su mente, ensueños de gloria iban gestando una rebelión en contra de la Guardia Nacional y el entonces presidente de Panamá, Ernesto de la Guardia.

LA BAILARINA GOLPISTA

A su regreso a Londres, después de haber acompañado a su esposo en la intentona golpista de 1959, Margot contestó con las ávidas preguntas de los periodistas con desenfado. Hablaba como si estuviera contando una travesura escolar o una anécdota acaecida sobre el escenario.

Pero según documentos desclasificados en el 2010 por el gobierno británico y que fueron divulgados por la BBC, la artista tuvo una participación decisiva en el complot. Según la información recabada por la inteligencia británica, ‘Dame Margot’ -título que le confirió la corona- estuvo involucrada en eventos tan sórdidos como embarques clandestinos de armas y maniobras en alta mar en el yate de ‘Tito’, que tenían el propósito de burlar las patrullas del ejército panameño.

A pesar de los buenos oficios de la bailarina (que financió parte del armamento), los planes de su marido se vieron frustrados cuando las tropas cubanas que les había prometido Castro nunca arribaron a las costas panameñas. ‘En Margot había mucho de romanticismo. Era parte de la fantasía que rodeaba la vida de ella y de su esposo’, aventura Arias de Galindo, ex presidente de Editora Panamá América, tratando de explicar las acciones de su hermano y cuñada.

Afortunadamente, para la célebre pareja las consecuencias no fueron mayores. ‘Tito’ continúo ascendiendo en la política panameña, alcanzando el puesto de diputado en la Asamblea Nacional en 1964; mientras que Margot conoció a su pareja ideal sobre el proscenio, una que la ayudaría a terminar de cincelar su leyenda.

LA SEGUNDA JUVENTUD

Su nombre era Rudolf Nuréyev. Pero para ella siempre fue ‘Nuri’, el impetuoso joven -era 20 años menor que ella- que la arrastraba fuera y dentro de los escenarios con su vitalidad desbordante, con su magnetismo animal. ‘Ella adoraba a Nureyev, lo atendía, lo mimaba como a un hijo. Él la trataba como si fuera de cristal, con una delicadeza extraordinaria. Eran muy diferentes, pero había un complicidad entre los dos, lo que los llevó a ser una de las parejas más famosas del ballet’, rememora Gloria Barrios, director del Ballet Nacional de Panamá.

Danzar con él la rejuveneció. ‘Nureyev llegó un momento en que ya Margot estaba pensando en retirarse. Entonces, se apareció este chico, con la impetuosidad de la juventud, recién venido a Occidente. Él le dio un segundo aire a la carrera de ella’, señala Barrios. El frenesí sensual, presente en cada una de sus presentaciones, se trasladó a sus encuentros fuera del escenario. A los 40 años, edad en la que se creía a salvo de esos sobresaltos, Margot quedó embarazada. Pero no por mucho tiempo. Nureyev se conmocionó cuando la bailarina le anunció lo del aborto.

A pesar de los sinsabores, la rutina de trabajo entre los dos continuó sin contratiempos. Hasta que el 8 de junio de 1964. Mientras los bailarines se preparaban para el debut de la pieza ’Divertimento’, a Inglaterra llegaron noticias de que a ‘Tito’ le habían disparado en una calle.

Panamá era un hervidero de rumores. Algunos comentaban que se había tratado de un esposo celoso; otros alegaban de que los motivos eran políticos, tal vez un pase de factura por el frustrado alzamiento de 1959. Lo cierto es que aquellas seis balas que se alojaron en la columna de ‘Tito’ cambiaron para siempre la dinámica matrimonial. El político casi no podía moverse ni hablar. ‘Sintió que Tito, por fin, era para ella, de que le pertenecía finalmente. Por eso volvió a Panamá’, asegura De Koster.

Margot respondió con la devoción de una madre. Con el tiempo abandonaría el glamour de Londres y se establecería definitivamente en Panamá, en una finca que había comprado en la comunidad de Los Higos. ‘Ella sentía mucha curiosidad por la naturaleza panameña. Cuando paseaba por el campo, cargaba a los perros para cruzar un río. Nunca la convencimos de que los perros nadaban’, afirma Arias de Galindo. Lo abandonó todo menos el baile. Continúo danzando hasta los 67 años, más que nada para pagar las cuentas médicas de su esposo. ‘¿Cómo pudo dejar ese mundo de glamour para venir a vivir acá, en una finca con ganado y vacas que entraban en la casa?’, inquiere la hermana de ‘Tito’.

A pesar de su estado lamentable, el ex diputado continuaba con sus andanzas de playboy . Anabella Vallarino, una mujer de alta alcurnia en la sociedad panameña, fue su amante hasta que ‘Tito’ y ella fallecieron en 1989.

Margot moriría dos años más tarde, en el Hospital Paitilla. Nureyev costeó el tratamiento contra el cáncer que la devoraba por dentro. Pero fue en vano. La que fuera una de la más emblemáticas bailarinas del siglo pasado fue enterrada, según su deseo, en el panteón familiar de los Arias, en el Jardín de Paz en Panamá. En su lecho de muerte, agitó los brazos como si estuviera haciendo una figura de ballet por última vez. Una cabriola final antes de entrar para siempre en la eternidad...

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