En ruta hacia el frente

Actualizado
  • 28/10/2023 00:00
Creado
  • 28/10/2023 00:00
Este fragmento pertenece a “Los padecimientos”, segunda parte del poemario Axion esti
El nazismo fue la ideología nacionalista, supremacista y antisemita del Tercer Reich alemán liderado por Adolf Hitler desde 1933 hasta 1945.

Al amanecer del Día de San Juan, después de la Epifanía, recibimos la orden de seguir adelante, hacia los lugares donde no hay diferencia entre días corrientes y feriados. Debíamos, decían, tomar las líneas que hasta entonces mantenían los arteños, desde Jimara hasta Tepeleni. Ellos luchaban desde el primer día y ya había quedado solo la mitad, y no aguantaban más.

Doce días nos habíamos retrasado en las aldeas. Y cuando apenas se había acostumbrado nuestro oído a los dulces crujidos de la tierra y penosamente deletreábamos los ladridos de los perros o el sonar de las campanas en la lejanía, se hizo necesario, nos dijeron, que volviésemos al único eco que conocíamos: el lento y pesado de los cañones y el seco y rápido de las ametralladoras.

Noche tras noche caminábamos sin detenernos, uno detrás del otro igualmente ciegos. Con mucho esfuerzo sacábamos el pie del lodo, en el cual nos hundíamos hasta las rodillas ya que lloviznaba afuera en los caminos al igual que en nuestras almas. Y las pocas veces que nos deteníamos a descansar, ni siquiera intercambiábamos palabra, sino que serios y callados, a la luz de una antorcha, una a una compartíamos las pasitas. Otras veces nos desabrochábamos la ropa y nos rascábamos hasta sangrar. Estábamos cubiertos de piojos hasta el cuello y esto era más intolerable que el cansancio mismo. Finalmente, en la oscuridad oíamos el silbato, señal de que continuáramos y como animales seguíamos hacia adelante para ganar camino antes de que amaneciera y fuéramos blanco fácil para los aviones. Dios, que no sabe de blancos y cosas así, amanecía siempre a la misma hora como tiene por costumbre.

Entonces, ocultos en los zanjones, volteábamos la cabeza del lado más pesado, desde el cual no surgen los sueños. Y los pájaros se disgustaban porque no prestábamos atención a su discurso –quizás porque además afeábamos sin motivo la creación. Éramos otra clase de labriegos con otro tipo de aperos y herramientas en nuestras manos, malditos sean.

Odysseus Elytis, poeta

Doce días hacía ya que en las aldeas habíamos mirado por muchas horas el contorno de nuestros rostros en el espejo. La mirada se estaba acostumbrando apenas a nuestras viejas cicatrices conocidas y débilmente delineábamos el desnudo labio y la mejilla henchida de sueño, la segunda noche cambiábamos, a la tercera aún más y a la siguiente, la cuarta, evidentemente ya no éramos los mismos. Continuábamos en manada revuelta de todas las generaciones y todos los tiempos; unos de esta época y otros de mucho más atrás, quienes tenían ya blancas las abundantes barbas. Adustos capitanes con el pañuelo atado en la cabeza y vigorosos sacerdotes, sargentos del 97 o del 12, hoscos apicultores, agitando sobre sus hombros el hacha, guerrilleros y cruzados que aun llevaban sobre ellos la sangre de los búlgaros y de los turcos. Callados, por incontables horas respirando uno junto al otro, pasábamos sobre las cumbres y los barrancos sin importarnos más nada. Pues cuando a las mismas personas les caen una tras otra las mismas desgracias, se acostumbran a lo malo, al final le cambian el nombre y le dicen lo escrito o destino — así nosotros continuábamos subiendo hacia lo que le llamábamos maldición, como si dijéramos tumulto o nube.

Nos dábamos cuenta de que estábamos cerca del lugar donde no existen días corrientes ni días feriados ni enfermos ni viejos ni pobres ni ricos, pues el ruido como de tormenta tras las montañas se hacía cada vez más fuerte, tan claro que al final podíamos distinguir el ruido lento y pesado de los cañones, del seco y rápido de las ametralladoras. Nos encontrábamos con lentos grupos viniendo de allá, con heridos. Los enfermeros de cruz roja en el brazo apoyaban las literas en el suelo, escupían en las palmas de sus manos y leíamos en sus ojos el deseo de fumar. Y cuando oían hacia dónde íbamos, movían la cabeza y decían historias horribles. Pero a lo único que poníamos atención era a aquellas voces que subían en la sombra aún caliente de alquitrán y azufre de las profundidades. “Ay, ay, madre mía” y, otras veces, un ahogado suspiro igual a un ronquido, que decían los que saben de eso que era el estertor de la muerte.

Había veces que arrastraban consigo rehenes acabados de atrapar en ataques sorpresivos. Sus alientos hedían a vino y sus bolsillos estaban llenos de chocolates y conservas. Nosotros no teníamos nada pues habían sido derribados los puentes y nuestras escasas mulas eran inútiles en la nieve y en los lodazales.

Finalmente, aparecieron a lo lejos en el horizonte, los primeros radiantes resplandores rojos de las bengalas.

El autor

Odiseas Elytis (cuyo apellido verdadero es Alepudelis), poeta, ensayista y traductor, era descendiente de una antigua familia de Lesbos y nació en Iraklion, Creta, en 1911. En Atenas empezó la carrera de leyes y, desde 1936, se dedicó a la poesía y también a la pintura. Vivió dos temporadas en París (1948-1952 y 1969-1972), donde realizó estudios filológicos en la Sorbona y entabló amistad con los más destacados poetas y pintores del momento. Viajó por los principales países de Europa, por Estados Unidos y la Unión Soviética. Tradujo al griego a Lautréamont, Eluard, Brecht, Ungaretti y García Lorca.

En su obra se distinguen tres periodos: a) el de su primera producción, donde se advierte más claramente la influencia del surrealismo: Orientaciones (1940) y Sol, el primero (1943); b) el de carácter patriótico, provocado por la guerra que libró Grecia contra el fascismo: Canto fúnebre y heroico por el subteniente caído en Albania (1945), fruto de su experiencia personal en el frente albanés y, tras varios años de silencio, Dignum est (Axion esti, 1959), que se considera un canto a la helenidad; y c) el periodo maduro, en que el poeta encuentra plenamente su voz propia y escribe obras como Seis y un remordimiento por el cielo (1960), El árbol luminoso (1971) y María Nefeli (1978). En 1979 obtuvo el premio Nobel de Literatura. Murió en Atenas el 18 de marzo de 1996.

Las circunstancias
Danae Brugiati Boussounis

colaboradores@laestrella.com.pa

Este fragmento pertenece a Los padecimientos, segunda parte del poemario Axion esti. La guerra es el tema de fondo y el poeta muestra todo un arsenal de recursos técnicos, comenzando por el uso del poema en verso, partido en el hemistiquio y separado por un asterisco, y prosa “pura”. Y de cada uno de ellos se extrae poesía: “Entonces, escondidos en los zanjones, reclinábamos la cabeza por el lado más pesado, desde el cual no surgen los sueños”. Esta composición surge de la experiencia de la guerra de Albania, el sufrimiento, el terror y la humillación que supuso para el pueblo griego la ocupación alemana. Él recuerda en palabras amargas la experiencia de la guerra, “...he visto en los ojos de mis soldados el brillo que puede dar la Grecidad cuando cree que la justicia está de su parte. Y he conocido de cerca la indiferencia ante la muerte, la voluntad indoblegable de vida, que al final se ha vuelto también cosa mía”. (Revista estudiantil Panspudastikí. Zografos, Elitis, el bebedor de sol, Atenas, Cedros, 1996, 52-54.)

Era octubre de 1940. El 28 de octubre el general Ioannis Metaxás pronunció su célebre « ¡No!», en respuesta al rechazo de Metaxás, las tropas italianas estacionadas en Albania (protectorado italiano en aquel entonces) atacaron la frontera griega, precipitando la participación de Grecia en la Segunda Guerra Mundial. El contraataque griego ante los invasores italianos se da en las montañas del Pindo, durante la guerra greco-italiana y la resistencia griega durante la ocupación del Eje. Grecia dice No al fascismo. En la mañana del 28 de octubre, el pueblo griego salió a las calles sin importar su afiliación política, gritando ¡No! La negativa del Gobierno de Grecia apoyada por todo el pueblo griego, constituye por sí misma un acontecimiento histórico de gran valor, puesto que todos los ciudadanos griegos de aquella época tenían plena conciencia de que el rechazo a la exigencia fascista equivalía a una guerra no solamente en contra de la poderosa Italia fascista, sino también en contra de su aliada, la Alemania nazi que ya había ocupado varios países europeos que poseían tropas mucho más poderosas. El destino de toda Europa se decidió entonces. El poeta pone la lupa en el camino penoso de los soldados griegos quienes avanzan contra todos los elementos.

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