Sudán y nuestra humanidad común

Actualizado
  • 29/05/2011 02:00
Creado
  • 29/05/2011 02:00
L. o avisó, hace 70 años, Deng Majok, el legendario jefe de los Ngok Dinka: el hilo que mantiene juntos al norte y al sur de Sudán pasa...

o avisó, hace 70 años, Deng Majok, el legendario jefe de los Ngok Dinka: el hilo que mantiene juntos al norte y al sur de Sudán pasa por la región de Abyei. Lo venían avisando, desde que se firmó la paz entre el norte y el sur en 2005, todos los expertos habidos y por haber. Abyei, Abyei, Abyei...se podrán decir muchas cosas sobre lo que está pasando allí en estos momentos, pero sería un descaro supremo decir que no se veía venir.

Es lo que suele suceder cuando dejamos lo más difícil para el final, con la esperanza secreta de que alguien más se encargue o que el problema se resuelva solo. Es lo que tienen, también, las zonas ’especiales’ en países multiétnicos. Todo parece empezar y terminar ahí. Bien lo saben en Kosovo, escenario del primer discurso racista de Milosevic allá por 1989 y broche de oro de las guerras yugoslavas una década después.

El caso es que Sudán vuelve a estar en los titulares. Hace poco más de una semana, el ejército sudanés invadió la ciudad de Abyei (homónima de la región) alegando un ataque previo del SPLA (el ’ejército’ del sur) sobre ellos mientras se retiraban de la región con un convoy de la ONU. Con la invasión, naturalmente, vinieron los invitados usuales, muerte y desplazamiento. Abyei es hoy una ciudad fantasma, y las fuerzas sudanesas han declarado que no se irán hasta que se encuentre una solución definitiva al estatus de la región. El gobierno del sur, basado en la ciudad de Juba, ha variado entre la llamada a una intervención internacional y la amenaza de la vuelta a la guerra civil.

ABYEI, CASO ESPECIAL

Abyei es, en pocas palabras, la papa caliente de Sudán. Cuando se firmó el CPA (Acuerdo Común de Paz) en 2005, se acordó un referéndum para que la gente del sur del país decidiera si querían separarse y formar un nuevo Estado. Ese referéndum se llevó a cabo el 9 de enero de este año. Vale recordar que, desde que el mundo es mundo, ningún país ha accedido voluntariamente a una partición de su territorio. En África, por ejemplo, sólo está el precedente de Eritrea y Etiopía (1993). Jartún, entonces, accedió a las condiciones del CPA prácticamente forzado por EEUU, en ese momento en plena guerra contra el terrorismo. Sin embargo, al acuerdo le quedó una pata coja: la región de Abyei, que ambas partes reclamaban para sí. En medio de las celebraciones, todos decidieron dejarlo para después. Los locales decidirían, en otro referéndum aparte, a qué país pertenecer.

¿Qué tenía esta región de especial que ni 50 años de guerra civil pudieron resolver su estatus? Al día de hoy, los motivos parecen ser simplemente el orgullo y la rivalidad endurecida por la guerra y el sufrimiento. Abyei, no nos equivoquemos, es una región fértil y rica. La mayoría de los periodistas le agregan rápidamente la cola de región ’petrolífera’ para explicarlo todo, pero lo cierto es que, después de que una corte en La Haya reajustase de las fronteras en 2009, los pozos más importantes forman parte del norte del país.

LOS PROBLEMAS DE LA CIVILIZACIÓN

Rica y fértil, decíamos. El verdadero ’problema’ de Abyei nace ahí. Es un microcosmos del choque frontal entre estilos de vida radicalmente distintos. El concepto de ’civilización’, sin ningún tipo de connotación moral, hace alusión al proceso de desarrollo humano que se inicia con la agricultura. Sin agricultura, no hay civilización. Así de simple. El problema es que, para que haya agricultura, es necesario una zona que la sustente. A falta de eso, lo que queda es vivir—con mayor o menos grado de sofisticación—como vivíamos todos hace 13,000 años: como cazadores-recolectores.

Huelga decir que hace 13,000 no existían fronteras, naciones e incluso guerras. Los seres humanos se movían de aquí para allá según las estaciones del año. Dependiendo de la geografía, algunos humanos se empezaron a dedicar a la agricultura y se volvieron sedentarios. Otros, no, y han vivido como nómadas hasta el día de hoy. Los Messiria son uno de esos pueblos. Por siglos han llevado su ganado a pastar a la región de Abyei, en donde viven sedentariamente los Ngok Dinka. Este proceso se llevó a cabo siempre sin mayores problemas hasta que llegaron la ideas que hoy dividen al Sudán. Ideas basadas en naciones con fronteras fijas. Ideas basadas, al fin y al cabo, en la agricultura.

El problema del referéndum de Abyei, entonces, es obvio. Al polarizarse el país, los Ngok Dinka—subsaharianos—y los Messiria—árabes—tomaron partido por el sur y el norte, respectivamente. Los sureños alegaron que sólo los Ngok Dinka—sedentarios—podían votar. Los norteños defendían que los nómadas también tienen derecho al sufragio. Los intereses externos, la guerra, la violencia, el hambre, la pobreza y todas las calamidades que asociamos con Sudán hicieron el resto.

La independencia de Sudán del Sur se hará efectiva el 9 de julio. La situación en Abyei, no obstante, pone todo en entredicho. En el horizonte hay algo claro: alguien va a tener que ceder el territorio, y ojalá que a los ciudadanos se les dé doble nacionalidad. Pero ésto son sólo conjeturas: a día de hoy, la estabilidad sudanesa, y todo el trabajo que culminó en el CPA y el referéndum de enero, pende de un hilo.

GARANG Y EL SIGNIFICADO DE LA UNIDAD

Sudán es un ejemplo fascinante del proceso de creación de la construcción mental más poderosa que jamás haya existido: la idea de nación. Dividida entre norte y sur por los británicos en 1924, fue presa de ese proceso de rigidización de estructuras fluidas que ocurrió por todo África. En cuestión de décadas, las tribus pasaron de ser entidades culturales (fluidas) a ser entidades étnicas (rígidas), una especie de sub-raza. En Sudán, que había vivido en los siglos anteriores un intercambio constante de población y cultura entre el norte y el sur, el proceso de formación de identidad se aceleró, y el norte rápidamente se definió como árabe y musulmán (a pesar de que la mayoría de su población desciende de antiguas migraciones sureñas) mientras que el sur lo hacía como animista, cristiano y negro.

La guerra civil de Sudán es uno de los grandes mitos de África, quizá el continente más distorsionado a los ojos extranjeros. El SPLM (Movimiento para la liberación del pueblo sudanés) nunca luchó por un estado separado para el sur, sino contra la imposición de una identidad sudanesa árabe y musulmana. Contra la hegemonía de Jartún, en pocas palabras. Y el hombre que personificó estos ideales se llamaba John Garang, precisamente el fundador y líder del SPLM.

Como tantos héroes nacionales. Garang soñaba con un país unido, en donde el ser sudanés, y no raza o religión, definiera la identidad nacional. Garang entendía, quizá como ningún otro, que el destino del sur y el norte estaban irremediablemente enlazados. Como tantos héroes nacionales, Garang murió en un misterioso accidente aéreo poco después de la firma del CPA. Su muerte descarriló todo: norte y sur se distanciaron irreversiblemente, y el resultado del 9 de enero no fue una sopresa para nadie. Más del 90% de los sudaneses del sur votaron por tener su propio país.

El problema de Abyei, y de Sudán en general, no debe ser simplificado. La realidad es extremadamente compleja, y subestimarla es una arrogancia que se suele pagar caro. Sin embargo, el caso sudanés da para reflexionar sobre dos cosas. La primera es el espíritu humano, capaz de trascender odios y divisiones. El sueño de John Garang es el sueño de Gandhi, Mandela, y tantos otros cuyos nombres la historia ni siquiera ha preservado. De su supervivencia depende mucho más que el destino de Sudán. Depende el destino de todos.

La segunda es el significado de la unidad. Nada ha unido más gente que los imperios, pero han sido uniones a la fuerza, y así se han derrumbado. Defender la santidad de las fronteras es de necios: tan democrático es el matrimonio como el divorcio. Por otro lado, defender cada independentismo a capa y espada nos llevaría al absurdo más absoluto, a naciones-estado que no serían viables y que terminarían por sucumbir ante las mismas amenazas que intentaban invadir. La idea de nación es poderosa, sí, pero es artificial. Parafraseando a Nietzsche, el supuesto de que el vecino es malo y nosotros buenos es inhumano, tan malo como la guerra y peor.

El caso de Abyei, en definitiva, refleja que la historia es caprichosa, compleja, amoral y absurda, pero nos corresponde a nosotros estudiarla de la manera más fiel posible, e interpretarla de maneras que resalten nuestra humanidad común. Al fin y al cabo, es lo único y más preciado que tenemos.

Lo Nuevo
comments powered by Disqus