Sin unidad nacional el futuro no será nuestro

Actualizado
  • 09/03/2024 00:00
Creado
  • 08/03/2024 20:59
Publicado originalmente en ‘Cumbre’, la revista de los chiricanos, mayo de 1997, págs. 7-9

En algunos momentos las sociedades reclaman la unidad nacional. Si ocurre una catástrofe, todos tienden a unirse para afrontar los males. Si una nación se enfrenta a un conflicto bélico, la unidad de los nacionales se impone como algo insoslayable. De igual modo para prevenir males que se ven venir, los súbditos de un Estado fijan de común acuerdo algunas reglas de juego que por acatarse se conjura toda eventualidad negativa.

En Estados Unidos, por ejemplo, existen ciertas políticas que responden al mejor consenso entre los partidos tradicionales. La política exterior de ese país no se maneja muy a la libre y el presidente tiene el especial cuidado de mantener informada a la dirigencia opositora. Se podría afirmar que la política exterior de Estados Unidos responde a los intereses superiores de ese Estado y todos sus enfoques con bilaterales. En España ocurre otro tanto entre algunos temas que reclaman la unidad nacional. El terrorismo no es combatido unilateralmente por el gobierno de turno. Entre los partidos existe un pacto vigoroso para enfrentar el mal de modo más unitario y para no hacer de la lucha contra ese mal un caudal político electoral. La lucha contra el terrorismo no es tema electoral. En un problema de Estado que se enfrenta unitariamente.

En nuestro país ya debemos adquirir la madurez suficiente para definir algunos problemas como propios de cada estamento político. Los esfuerzos que las Naciones Unidas y las universidades de Panamá y Santa María llevaron a cabo en Bambito y luego en otros sitios del país, deben traducirse en políticas unitarias –en su concepción y ejecución– y que, por lo mismo, comprometen a todos los partidos. Son temas de Estado y deben merecer un esfuerzo común para resolverlos.

Pienso que debe haber un máximo de unidad nacional ante algunos problemas. La política exterior panameña debe ser multidisciplinaria. Sobre todo en esta etapa crítica de nuestra historia. Yo no concibo, en los días que corren, un Consejo de Relaciones Exteriores que no esté conformado por todas las fuerzas políticas del país.

Ni concibo que al aproximarse el año 2000, en la toma de decisiones tan trascendentales no se encuentre presente la consulta permanente y hasta el consentimiento de todas las fuerzas responsables de la conducción política y social del país. El país se conduce desde el gobierno y de la oposición.

Los que hemos visto el desarrollo de la política exterior panameña, en los hechos y en los libros, podríamos decir que todo acontecimiento trascendente que define nuestro futuro nos ha encontrado –generalmente– bajo el estigma de la división interna o sometido a presiones que ha viciado la formulación de nuestra voluntad y de nuestro consentimiento. El tratado general de 1903, v.g., encontró a la nación desguarnecida, desamparada entre la reconquista colombiana y la conquista de Estados Unidos. Con los brazos en alto impusieron aquel pacto ignominioso. A lo largo de las tres primeras décadas republicanas, la división nacional era tal, que el país careció de imaginación para dar alto al intervencionismo electorero y esta práctica nefasta se impuso como “salida” contra el fraude. En 1955 se volvió a otorgar la base militar de Río Hato en los precisos momentos en que se sepultaba al presidente Remón y se encarcelaba a otro presidente y el país carecía de equilibrio emocional para definir la mejor política. En las postrimerías del gobierno de Robles, ya sacudido por todos los canibalismos, los proyectos tres en uno, como se les conoce, eran firmados y sometidos al cuestionamiento de la comisión legislativa permanente, la que felizmente decretó su defunción. Y, por último, para no agotar otros episodios, los tratados Torrijos-Carter se negocian con un pueblo sin democracia, sin libertades públicas, sin partidos y con las dirigencias políticas más caracterizadas presas, exiliadas o amedrentadas. Es decir, se negocian y se aprueban en instantes en que el país se hallaba sumergido en la mayor división nacional de su historia.

Hoy, a la orilla ya de fechas que podrían cambiar el rumbo de la historia patria, nadie puede negar que todo se desarrolla con dificultad y como una atmósfera ficticia se va creando por fuerzas que no se detectan con precisión y como que se vislumbra un futuro medio enrarecido por no decir tenebroso. La economía marcha con dificultad, previsible según los mentores de las nuevas recetas; la política se empantana en un lodazal de dimes y diretes y no hay división que no muerda las entrañas de cada una de las fuerzas partidistas. Y como telón de fondo los males son magnificados: los homicidios crecen, el lavado de dólares crece, el narcotráfico crece, la corrupción crece, y todo ello como que va creando un pesimismo nacional precisamente cuando la nación debe empinarse como nunca para demostrar que espiritualmente es sólida y que está en capacidad de enfrentar todos los retos con el mejor de los éxitos.

Es decir, los hechos nos dicen que se están repitiendo las condiciones que hicieron posible en el pasado tomar decisiones que no respondían a la más lúcida de las voluntades.

Se impone, por tanto, un momento superior de reflexión; un llamado a la conciencia nacional; un volver o un llegar al centro de gravedad que nos identifique como panameños con dignidad ante los problemas vitales. Saber discernir cuales problemas debemos resolver conjuntamente y bajo la magia de la docencia política entender que la unidad nacional se impone en política exterior para encarar con especial destreza eso que llaman el porvenir.

Si no entendemos todo lo que está ocurriendo, el siglo XXI verá a nuestro país sometido a la rapacidad de nuevas reconquistas o de nuevas conquistas, como en 1903.

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