Jesús Héctor Gallego:

Héctor Gallego: El silencio que sigue vivo tras 54 años de su desaparición

Su misión permanece viva en la memoria de quienes creyeron en su causa. Hace 54 años, aquel 9 de junio de 1971, el sacerdote colombiano fue secuestrado por militares de la Guardia Nacional panameña, desaparecido y posteriormente asesinado por su defensa de los campesinos y su compromiso con la evangelización de los marginados.

En Santa Fe de Veraguas, Eric Concepción guarda en su memoria un recuerdo imborrable del desaparecido padre Jesús Héctor Gallego. Después de medio siglo, ya no lo busca con la esperanza de encontrarlo; vive con su recuerdo, convencido de que su amigo partió a la eternidad. Como muchos campesinos, anhela que la jerarquía de la Iglesia pueda elevarlo a los altares, reconociendo su entrega y sacrificio.

Como él, otros feligreses encienden veladoras en humildes altares improvisados en sus hogares. La imagen del padre Gallego es común en comunidades indígenas y rurales, donde su presencia aún se siente. Cada 9 de junio, en una romería que recorre las calles del distrito, sus seguidores veneran su memoria y honran su legado de evangelización y lucha por la liberación de los pobres.

Incluso hoy, su misión sigue viva en la historia de quienes creyeron en su causa. Hace 54 años, ese 9 de junio de 1971, el sacerdote, nacido en Colombia, fue secuestrado por militares de la Guardia Nacional panameña, desaparecido y asesinado por defender a los campesinos y evangelizar a los marginados. Su trabajo es reconocido como un acto de valentía, un compromiso con los derechos humanos en las comunidades más apartadas, un ejemplo de entrega sin condiciones.

El padre Gallego vivió un martirio que quedó marcado en la memoria de su comunidad. Esa noche, fue sacado de su casa por militares que, de forma abrupta, no dejaron rastro de su cuerpo. Entre los responsables, Eugenio Magallón, de 94 años, que cumple una condena de 15 años por su crimen, pero se ha negado a colaborar para lograr la búsqueda de sus restos.

La ausencia de sus restos impide a la Iglesia cerrar un capítulo oscuro de su historia, prolongando el sufrimiento para su familia, la feligresía y la misma institución que profesa una fe sin haber sido declarado santo. Este año, en el contexto del Jubileo, la Iglesia panameña incluyó al padre Gallego en un listado solicitado por la Pontificia Comisión para América Latina, reconociéndolo como uno de los testigos de la fe.

Con el paso del tiempo, su sacrificio no ha sido olvidado; al contrario, su ejemplo sigue vivo en la memoria de muchos. La iglesia en Panamá anunció que, tras más de medio siglo, dará un paso decisivo: el obispo de Veraguas, Audilio Aguilar, solicitará elevarlo a los altares como mártir, presentando su causa ante los obispos de la Conferencia Episcopal Panameña. Este acto marcará el inicio formal del proceso para reconocer su martirio y su misión de defensa y sacrificio de la fe.

Mientras tanto, en la memoria colectiva y en la esperanza de justicia, el caso Gallego ha sido reabierto por el Ministerio Público, como un suspiro que busca salir de la penumbra. La Corte ha dictado un fallo que impulsa la búsqueda de sus restos, recordando la desaparición forzada que marcó su historia. Inspirados en las recomendaciones de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, las autoridades retoman la esperanza de esclarecer la verdad y honrar su memoria.

Sin embargo, la Iglesia continúa reclamando su paradero, justicia y la verdad de lo ocurrido. El clamor popular se hace escuchar: ¿Héctor, dónde estás? El silencio de los militares ha sido el obstáculo más cruento en esta búsqueda, que deja una herida abierta en la historia y en el corazón de quienes aún esperan justicia.

La memoria viva

Hace cuatro años, comenzamos a recopilar testimonios de quienes siguen la causa del padre Gallego, personas que lo conocieron y fueron evangelizadas en las comunidades santafereñas, tanto como religiosos de diversas congregaciones.

Sus historias revelan un compromiso profundo, una fe que trasciende las palabras y se convierte en acción, en un llamado a transformar la estructura misma de la sociedad. En cada relato, la memoria de su entrega permanece viva, como un eco que no se apaga con el tiempo.

El expárroco de la iglesia La Santa Cruz de Chilibre, Patricio Hansen, nos recordó con reverencia que el padre Gallego creía firmemente que el evangelio era mucho más que palabras; era un llamado al cambio social, un compromiso que llevaba en su corazón. Con voz llena de respeto, reiteró las palabras que aquel sacerdote colombiano pronunció en sus momentos de mayor entrega: “Si me desaparezco, no me busquen”. En esa sentencia resonaba la esencia de su misión, donde la búsqueda de sus restos físicos no era lo más importante, sino la huella imborrable de su legado, la semilla de justicia y fe que sembró en tantos corazones.

En Santa Fe, donde las montañas parecen custodiar los secretos del tiempo, se alza el cerro Tute, testigo silencioso de historias pasadas. Allí permanecen los recuerdos de Héctor, Pacífico Castrellón, cuya piel curtida por el sol y el trabajo en la tierra reflejaba la fuerza de su espíritu. En aquel entonces, fue elegido como delegado de la palabra, y en su presencia no solo había un sacerdote, sino un hermano que inspiraba confianza y esperanza. Cada día, quienes lo recuerdan se detienen en ese instante, las lágrimas amenazan con brotar, pues ya no está entre ellos, pero su memoria vive en el alma de quienes lucharon junto a él.

Recordando su labor, muchos rememoran cómo, con su evangelización, logró despertar a su pueblo de la opresión de caciques y terratenientes, sembrando en sus corazones la semilla de la esperanza.

Pedro Rodríguez Cruz, en su obra Vida y obra del Padre Héctor Gallego, una visión que trasciende, describe cómo el religioso desaparecido “logró una conciencia en vida y sus secuestradores le dieron la oportunidad de llegar a una conciencia celestial, santificando su nombre y tratando de detener su trabajo pastoral de liberación en Santa Fe”. Su ejemplo sigue vivo, inspirando a quienes creen en la justicia y en la fuerza transformadora del evangelio.

El escritor sostiene que el padre Gallego ofreció ideas y mensajes proféticos durante su misión en la iglesia San Pedro Apóstol, en un contexto político que marcó un calvario para un sacerdote creyente y practicante de la “teología de la liberación”. En medio de esa coyuntura difícil, su entrega y su fe se convirtieron en un acto de resistencia, un testimonio de que la verdadera evangelización implica compromiso social y lucha por la justicia, incluso en las circunstancias más adversas.

¿Por qué elevar su martirio ahora?

Hace una semana, Radio Veraguas fue el escenario del anuncio del obispo Aguilar, quien dedicó palabras de reconocimiento y admiración al padre Gallego. En su relato, resaltó la valentía y entrega de aquel sacerdote, quien entregó su vida al servicio de las comunidades más alejadas del distrito de Santa Fe.

“El padre Gallego en su labor promovía la organización de sindicatos y cooperativas en las zonas apartadas, en defensa de los derechos humanos y la justicia social”, afirmó con claridad el obispo. Sus palabras reflejaban un profundo respeto por la labor incansable del sacerdote, un ejemplo de compromiso social y espiritual.

Es importante recordar que la doctrina social de la Iglesia, impulsada por los papas Juan XXIII en la encíclica Mater et Magistra y fortalecida en la conferencia del CELAM en Medellín en 1968, contenía documentos que abogaban por cambios profundos en el continente americano. Estos textos promovían la organización de bases de la Iglesia, los trabajadores y campesinos en cooperativas, como recoge la obra de Rodríguez Cruz.

En aquel entonces, narra el escritor, los grupos comunales de oración, liderados por dirigentes de base, comenzaron a ahorrar, comprar y vender productos en sus comunidades. Surgió así un sistema colectivo de cooperación y ayuda mutua, que buscaba fortalecer a las comunidades desde su propia iniciativa y fe.

Desde el Arzobispado de Panamá, una fuente consultada explica que el proceso de reconocimiento de la muerte del Padre Gallego ha sido largo y complejo. La desaparición de sus restos aún no cuenta con una certificación oficial que garantice su ubicación, aunque se asume que ya no están. La Iglesia ha tenido que esperar con paciencia la certeza de su fallecimiento, y en su caso, la posibilidad de elevarlo a mártir se fundamenta en su entrega total y en la defensa de la fe en un país donde hubo persecución.

Durante la homilía en la 52.ª edición de la Cita Eucarística, el arzobispo José Domingo Ulloa afirmó que el legado del padre Gallego “nos desafía y nos impulsa a seguir trabajando incansablemente por aquellos a los que se entregó en forma total”. Sus palabras invitan a continuar su ejemplo de entrega y compromiso.

El teólogo y docente de la Universidad Santa María La Antigua, Elías Cornejo, explica que el proceso de reconocimiento de mártir se da porque el sacerdote fue un testigo de fe con su vida. La causa del padre Gallego es fundamental para los futuros procesos de beatificación, pues su ejemplo y sacrificio representan un paso importante en ese camino.

Cornejo recuerda el caso de monseñor Oscar Arnulfo Romero, quien fue declarado mártir en 2015 por el papa Francisco. Romero, conocido por su vida dedicada a ayudar a los pobres y defender sus derechos en El Salvador, fue asesinado por militares en 1980. La declaración de martirio allanó el camino para su beatificación, reconociendo su entrega total a la causa de la justicia y la fe.

Finalmente, el teólogo y coordinador de Fe y Alegría remarcó que el padre Gallego siguió los cuatro signos de los tiempos de América Latina, establecidos en la Conferencia de Medellín y derivados del Concilio Vaticano II. Estos signos, descritos por el arzobispo Marcos Gregorio Mc Grath, en aquel entonces obispo de Veraguas, enfatizaban una iglesia servidora del hombre, basada en el cambio, la valorización de lo temporal y lo personal, y con un enfoque global.

En Santa Fe, doña Margarita González, que estuvo cercana al padre Gallego, lo recuerda como un ángel. Para Edwin Cisneros, fue un guía espiritual. Su amigo Jacinto Peña, la última persona en verlo antes de su secuestro, afirma que fue un profeta. Pacífico Castrellón sabe que, en el corazón, sigue siendo su hermano en la fe. Y Eric Concepción espera que algún día sea declarado santo por la Iglesia.

Para la Iglesia, el reconocimiento del martirio de Jesús Héctor Gallego no solo es un acto de justicia, sino también un llamado a seguir su ejemplo de fe, entrega y compromiso con los más vulnerables.

El silencio que rodea su desaparición

El silencio que rodea su desaparición pesa en el aire. La Comisión de la Verdad, en su informe de 2001, documentó que uno de los mayores obstáculos para localizar los restos de las víctimas fue su identificación. La Comisión, creada por el Gobierno, buscaba que se conociera la verdad, que las familias pudieran saber qué ocurrió con sus seres queridos.

“Las familias de las víctimas tienen derecho a conocer lo acontecido a sus parientes en caso de desaparición forzosa”, señala el informe. Se investigaron crímenes contra 110 personas, asesinadas y desaparecidas en todo el territorio durante la dictadura militar, entre 1968 y 1989, tras el golpe de Omar Torrijos.

El caso del padre Jesús Héctor Gallego Herrera, de 33 años, se judicializó en 1991. La Iglesia solicitó una reapertura y se abrió causa criminal contra militares como Melbourne Walker, Eugenio Magallón, Nivaldo Madriñán y Oscar Agrazal, miembros del S-2 y G-2. Desde entonces, reina el código del silencio.

Sus restos han sido buscados en sitios como el antiguo Cuartel Los Pumas en Tocumen, Cañazas, San Francisco de la Montaña, el penal de Coiba y el Instituto Nacional de Agricultura en Divisa. El Ministerio Público continúa la búsqueda en estos lugares con la esperanza de encontrar alguna pista.

Eugenio Magallón Romero, condenado a 15 años por su participación en la desaparición forzada del sacerdote, no ha colaborado con las autoridades. Los otros tres condenados ya fallecieron. Magallón fue declarado culpable en 1994, pero permaneció prófugo hasta su captura en 2025 en Chiriquí. Ahora cumple su condena en el Centro Penitenciario de Chiriquí.

A pesar de los esfuerzos, Magallón Romero se ha negado a colaborar, lo que dificulta esclarecer completamente este caso emblemático. La búsqueda en los terrenos del INA en Divisa se reactivó en diciembre de 2024, tras nuevos indicios surgidos por la solicitud de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).

Jesús Héctor Gallego Herrera, sacerdote colombiano que llegó a Panamá en 1967, dedicó su vida a Santa Fe de Veraguas. Allí promovió la organización de comunidades campesinas, creando cooperativas y sindicatos para mejorar las condiciones de vida de los más vulnerables. Su trabajo generó tensiones con los sectores de poder, y fue detenido, torturado y desaparecido por miembros de la Guardia Nacional.

El Ministerio Público mantiene su compromiso con la búsqueda de la verdad y la justicia. Consideran su caso un crimen de lesa humanidad y llaman a quienes tengan información a colaborar con las investigaciones.

Gallego se convirtió en un obstáculo para quienes explotaban a los campesinos, liberándolos de malos tratos y bajos salarios. Su doctrina de fe fue tildada de comunista por quienes temían su influencia.

Kilmara Mendizábal, hermana de Marlene Mendizábal, asesinada en Veraguas, y miembro del Comité de Familiares de Desaparecidos Forzadamente, Héctor Gallego (Cofadepa-HG), denuncia que el Estado ha incumplido con su deber. Para ella, las autoridades solo hacen un “simulacro” para aparentar cumplimiento con la Corte Interamericana, mientras las víctimas y sus familias esperan la verdad.

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