Cuando el mercurio sube
- 13/04/2025 01:00
Los incendios forestales son parte de la vida y, por supuesto, el fuego no es necesariamente malo. Nos ha mantenido calientes, defendido de los depredadores, creado el ambiente adecuado y nos ha ayudado a digerir los alimentos durante cientos de miles de años. Sin embargo, nuestra dependencia al fuego se ha vuelto tan omnipresente, con miles de millones de fuegos ardiendo en todo el mundo cada día, incluyendo los que arden en estufas de gas, pilotos automáticos, incineradores, fósforos y la combustión de todo tipo de motores, que los humanos podrían fácilmente ser confundidos con un culto global al fuego. Y además de esos billones de chispas y candelas, en un día cualquiera, la raza humana consume alrededor de 100 millones de barriles de petróleo crudo, mientras que otros 40 millones de barriles están en tránsito por todo el mundo a través de camiones cisterna, oleoductos, camiones y trenes.
Conocemos bien las consecuencias y el peligroso aumento de las temperaturas globales de toda esa combustión. Nuestro uso del petróleo, en muchos sentidos, ha transformado tanto el planeta como el lugar que ocupa la humanidad en él. Una mujer de cien libras conduciendo un Ford F150 puede generar más de seiscientos caballos de fuerza mientras arrastra un remolque de seis toneladas a cien kilómetros por hora mientras habla por teléfono y saborea un café, vestida con ropa de gimnasia en un clima helado de invierno. Antes del “Petroceno”, sólo un rey o un faraón podrían haber convocado tal poder. Hoy en día, con el petróleo barato y abundante a nuestra disposición, todos somos emperadores.
El adulto promedio tiene hoy a su disposición casi 700 veces más energía útil que la que tenían sus antepasados a principios del siglo XIX. Traduciendo esto en trabajo físico, la cantidad de energía accesible que las personas a menudo queman sin pensar a lo largo del día (cargando una computadora portátil, mirando la hora en el reloj de la mesita de noche, abriendo un refrigerador encendido o guiándose por las señales de tránsito) equivale a la fuerza humana de entre 200 y 240 personas trabajando para ti sin parar, día y noche. Tener esa energía a tu disposición puede resultar atractivo, pero detrás de esa opulencia hay una volatilidad inherente.
Veamos lo que sucede con nuestra pasión por el uso del aire acondicionado. Las temperaturas en todo el mundo alcanzan niveles históricos de calor, con cortes de energía cada vez más frecuentes. Usar aire acondicionado para mantenernos cómodos es un problema no solo porque nos hace dependientes de una solución poco confiable; esta dependencia también nos impide buscar una mitigación más responsable, como construir casas con más sombra, más flujo de aire y menos material absorbente de calor. Y preocupa el circuito de retroalimentación que se produce: millones de personas para enfriar sus hogares con altas temperaturas requieren grandes cantidades de energía de combustibles fósiles, lo que aumenta el nivel de CO² en la atmósfera, lo que eleva aún más las temperaturas, lo que requiere más enfriamiento, más energía, y luego, más apagones.
Recordemos que el calor mal manejado puede empujar al cuerpo humano a un ciclo de retroalimentación letal. Una vez que la temperatura corporal aumenta a 39 o 40 grados C, el corazón intenta desesperadamente bombear sangre hacia la superficie de la piel para enfriarla. Pero cuanto más rápido late el corazón, más se eleva el metabolismo, lo que genera más calor, por lo que el corazón bombea más rápido, creando aún más calor, y luego una frecuencia cardíaca más alta, y cuando alcanzas los 41 grados las células comienzan a desnaturalizarse.
Lo que es particularmente aterrador acerca de la hipertermia, el término médico para un cuerpo que se calienta unos pocos grados más que lo normal que es justo entre 37 y 38 grados aproximadamente, es que el cerebro deja de funcionar muy bien. Los investigadores estiman que, desde la década de 1990, las olas de calor extremas le han costado a la economía mundial alrededor de $16 millones de millones (¡12 ceros!). Cuando las personas están estresadas por el calor, aumentan los insultos y el discurso de odio en las redes; aumentan los suicidios; aumenta la violencia; aumentan los crímenes impulsivos y las violaciones; las personas tocan más la bocina de sus autos y son más agresivas. Las temperaturas más altas se han relacionado con el estallido de las guerras y la migración. Se calcula que por cada grado Celsius de aumento en la temperatura media global, se espera que los rendimientos disminuyan en un 7 % para el maíz, un 6 % para el trigo y un 3% para el arroz.
Debemos cuidarnos de no sólo la facilidad y rapidez con que el fuego se propaga en un bosque, sino también de lo vertiginoso con la que nos puede matar. Por eso, mientras el mercurio sube lentamente y las chispas y candelas continúan encendiéndose, nuestra obligación como seres humanos es tomar nota y buscar solución a estos calores cada vez más inaguantables.