Cuando perdimos el código de vestimenta para comer
- 21/12/2025 00:00
El “viernes informal”, el declive de la sastrería y el auge de un estilo más individual han llevado a muchos a deshacerse de la corbata: los atuendos se han vuelto más informales, incluso en ocasiones sociales, cuando antes era natural vestir bien. Pero ¿se han derrumbado realmente todas las reglas en cuanto a la vestimenta en la mesa? Quizás era más fácil antes, cuando no había necesidad de recordar las reglas del “código de vestimenta” en la mesa. Hoy, cuando esos dictados se han perdido un poco, cada vez tenemos más dudas. Porque es ancestral que vestirse, como cocinar, sea a la vez función y mensaje. Comida y cuerpo. O como dicen los franceses, “Mise en place y mise en scène”, que quiere decir organización y preparación de todos los ingredientes y utensilios necesarios antes de comenzar a cocinar.
La mesa está llena de cultura: en la elección del plato, en la flor central (nunca demasiado alta para impedir el diálogo), en el lugar asignado a los invitados, pero también y, sobre todo, en la forma de presentarse. En el siglo XVI, el diplomático italiano Giovanni Della Casa, célebre por su tratado sobre modales y cortesía El Galateo, ya indicaba la necesidad de comportarse con mesura, incluso en la vestimenta. Entre los siglos XIX y principios del XX, existen reglas más que precisas, obviamente para la burguesía y la nobleza: desde el cambio de ropa férreo (tarde o noche) hasta el uso de guantes. Con el inicio de la república a principios del siglo XX, en Panamá el código de vestimenta se vuelve “pop” con figuras como Doña María de la Ossa de Amador, con sus consejos sobre la etiqueta, que intenta educar a las familias panameñas en el placer de encajar con los de las clases más altas. Simplemente, vestir bien en la mesa por respeto, era el mantra.
En la década de 1980, todo cambió: la influencia estadounidense, el viernes casual, el abandono de lo formal, un estilo más individual y el auge de las tallas estándares o prêt-à-porter impulsaron a muchos a quitarse la corbata, a aligerar la ropa y a usar calzado deportivo. Y los almuerzos formales se volvieron informales.
En la década de 2000, el paradigma más reciente: la ostentación. Las marcas de diseñador y luego las redes sociales, cómplices conscientes, más allá del contexto. Pertenecer y aparecer con libertad, no siempre en nombre de la elegancia. Excepto, un extraño cambio radical observado más recientemente con la aparición de la frase “cuál es el código de vestimenta” y que se incluya en las invitaciones. Al fin y al cabo, levante la mano quien no haya preguntado “¿cómo debo vestir?”, seguido del impertinente “¿quién estará en la mesa?”. Ambas preguntas se consideraban insolentes hace unos treinta años, pero son necesarias hoy.
En mi casa cuando invito a mis hijos, hermanos o amigos para comer es un ritual, una pasión, una alegría. Saco mis platos, vajillas y cubiertos para la ocasión. La verdadera elegancia hoy es sobria pero precisa. Más sencilla y refinada, menos llamativa, de gran calidad. Un regreso a la mesura, no al rigor. El atuendo no es protagonismo, sino encontrar el equilibrio en el contexto. Y luego está una regla que para mí es esencial, y es que, con respecto al código de vestimenta, menos, es más.
Es evidente que las mujeres ahora prefieren la ropa lisa, en tonos neutros. Hace mucho que no veo estampados ni colores brillantes, y más allá de mis almuerzos de trabajo, lo noto, en todas partes del mundo, cuando salgo a comer. Si se atreven, lo hacen con una joya, sí. El riesgo de salir del armario casi ha desaparecido. Cómplice, sin duda, de la ahora permitida costumbre de preguntar “¿cómo debo vestir?”. Pero yo nunca impondría un código de vestimenta; no, lo encuentro absolutamente antimoderno.
También observo un cambio trascendental en eventos. La moda se autogestiona y cada uno crea su propia colección. En bodas, almuerzos y cenas oficiales, eventos familiares, la gente presume incluso de creatividad escasa, combinaciones individuales, una libertad casi excesiva. Incluso se habla de autonomía delirante. Y, sin embargo, a pesar del caos, cada mesa cuenta una historia. Cada gesto, cada vestido, cada detalle —desde la chaqueta hasta el tenedor— es una alusión, una señal.
La mesa sigue siendo un lenguaje. Opino que los calcetines inadecuados para los hombres y los escotes excesivos para las mujeres siempre estarán mal. La interpretación del cambio reside en la diversidad. Hoy todos somos una comunidad. Ya no existe solo la alta sociedad, sino muchos mundos diferentes, cada uno con sus propios códigos. Todo es legítimo, pero lo único que no puede cambiar es el buen gusto. La verdadera regla, hoy en día, es que la comida sea nutritiva y saludable.