Una dañina pifia de la DEA

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  • 30/12/2026 00:00

Muchos recordarán a la todopoderosa Drug Enforcement Agency (DEA) cuando el 3 de enero de 1990, un operativo suyo en la Nunciatura Apostólica en Punta Paitilla, en Vía Italia, se llevó preso a Manuel Antonio Noriega. El depuesto militar se entregó voluntariamente, para someterse a los tribunales de justicia norteamericanos, ya que, para el recién instalado gobierno, mantenerlo en Panamá era una especie de papa caliente. En un juzgado federal en Miami, Noriega fue condenado por tráfico de drogas imponiéndosele una pena de 40 años.

El agente que lo llevó preso, René de la Cova y cuya foto fue portada de muchos diarios mundiales, fue declarado culpable el 25 de enero de 1994 de recibir $760 mil de cárteles de la droga mientras era agente de la DEA.

Debe haber muchos casos de abusos de esos agentes donde, por la complicidad de nuestras autoridades judiciales y de investigación, temerosas de molestar a sus pares de Estados Unidos que tanta ayuda económica y tecnológica les dan, permiten que actúen impunemente, permitiéndoles grabar a panameños sin autorización judicial alguna y conducir investigaciones al margen de nuestras autoridades, acusación hecha también en otros países.

Fue el caso de Luis Sánchez Almengor, economista chiricano, graduado en los Estados Unidos, con también maestría en ese país, que laboró en varios bancos locales, llegando a ser vicepresidente del Swiss Bank Corporation. Al renunciar a ese cargo, siguió su carrera como consultor bancario cuando se topa con un norteamericano, supuestamente interesado en hacer negocios en Panamá, que terminaría convirtiéndose en su pesadilla en los 16 meses que estuvo detenido en los Estados Unidos, por la acusación de “participar en una conspiración para lavar dinero”. El sujeto, que se hacía llamar Robert Baldassare, era agente encubierto de la DEA, quien le hizo toda clase de consultas sobre diferentes negocios a Sánchez Almengor para ver cómo lo pescaba. El agente, de nombre real Robert Mazur, había laborado varios años en el servicio de impuestos (IRS). Laboraba con el informante Dana Stevens quien le servía de enlace para captar a sus “víctimas” para después encausarlas en los tribunales gringos. Stevens y su esposa, por ese “trabajo sucio”, ganaron más de $700 mil en recompensa, más todos los exorbitantes gastos que tuvo en esa operación que duró más de dos años.

Luis Sánchez Almengor cuenta su odisea en el libro “Operación Descubierta-La farsa y corrupción de Operación Cromo”, (Editorial Universitaria, mayo de 2001). Junto a él fueron detenidos, en una redada en Sarasota, Florida, tras una “invitación” a hacer negocios, otros cinco residentes en Panamá: un abogado, dos ejecutivos de Merrill Lynch y uno de Colabanco. Todos fueron absueltos de sus cargos.

El caso más llamativo fue el de Sánchez Almengor. Nunca se le pudo probar absolutamente nada. En el sistema penal estadounidense se le permite a un juez, en el momento de conocer una causa presentada por el fiscal, desestimar los cargos contra uno de los acusados antes de someterla al jurado. Fue el caso de Sánchez, al considerar el juez que las evidencias presentadas carecían de fundamento, “fallando la fiscalía en la sustentación de sus alegatos”, decretándose “no ser culpable de la ofensa que se le acusaba”. Decisión del juez federal Henry Lee Adams Jr., que señaló en la audiencia correspondiente que “en cuanto al Sr. Sánchez encontró que no hay suficientes pruebas para demostrar que él conspiró con alguien. A menos que haya otros cargos (que no los había), él está libre para irse”. Quedó libre de inmediato.

Con esas simples palabras, que hicieron llorar de alegría a Sánchez, se acababa la agonía y molestias causadas por una acusación sin fundamento alguno, urdida por un agente encubierto de la DEA (Manzur), con un informante (Stevens) que llegó a cobrar muchos miles por dos años y una recompensa de $700 mil, que desconozco si tuvo que dar algo a alguien, en lo que resultó toda una farsa que le causó 16 meses de cárcel a un panameño inocente, afectándolo familiar y económicamente.

Lo que más le duele a Sánchez es que al regresar a Panamá el 25 de junio de 1995, las autoridades, quizás temerosas de enemistarse con la DEA, lo ignoraron por completo, al igual que lo hizo el cónsul de Panamá en Tampa, mientras duró todo su absurdo juzgamiento. Su libro molestó tanto, que posteriormente le cancelaron su visa a Estados Unidos. Nadie se había atrevido a dejar al descubierto una pifia tan grande de la DEA.

*El autor es analista político