Se alzó la luna llena de jazz

PANAMÁ. Las melodías de la décimo primera edición del Festival de Jazz de Panamá confluyeron el jueves pasado con los vibrantes sonidos ...

PANAMÁ. Las melodías de la décimo primera edición del Festival de Jazz de Panamá confluyeron el jueves pasado con los vibrantes sonidos de otra sesión de ‘Luna Llena de Tambores’. Fue el encuentro de dos propuestas musicales, ambas locales, ambas cimentadas en el poder que tiene la música para elevar y sanar, ambas concebidas por dos intérpretes visionarios: Danilo Pérez, en el caso de la cita jazzística- que arrancó el lunes pasado-, y el percusionista Alfredo Hidrovo en el evento que cada mes les permite a los panameños recuperar su espíritu comunitario a través del reencuentro con melodías tribales.

Eran las siete y media de la noche y bajo un gigantesco árbol en la Ciudad del Saber ya se habían congregado decenas de personas que buscaban pasar una noche de verano diferente, en compañía de su familiares y amigos. A través de los primitivos ritmos de los tambores los asistentes iban recuperando un instinto creativo sepultado en el estrés de la vida moderna.

El público llevó sus tambores, para acompañar a Hidrovo y a sus músicos. O sino los improvisaban con galones de agua vacíos o envases plásticos. O mesas. Lo que hubiera a la mano.

De los puestos de comida y de las hieleras abiertas se escapa un olor arroz con mariscos y a cerveza en lata. Las palmadas sonaban al unísono. Los niños colgaban de los árboles. Bajo la luna confluyeron todos las melodías, todas las identidades, en una sola vibración que sanadora. La tribu se había reencontrado.

Nueve de la noche. En el interior del Ateneo de la Ciudad del Saber sonaban ritmos menos sofisticados. El saxofonista estadounidense Kenny Garrett y su banda estaban enfrascados en una incontrolable descarga de jazz, arrancando aullidos a un público que se hallaba al borde de sus asientos, entre los que se encontraban músicos que reconocían y comprendían el alcance del talento de este músico norteamericano.

Mientras azotaba con una mano las teclas del saxofón, con la otra Garrett, considerado como uno de los herederos de Miles Davis, solicitaba los aplausos del público, buscando que la audiencia se involucra más con lo que estaba sucediendo sobre el escenario.

Los sonidos que dejaba escapar su saxo parecían ecos retardados del ‘Big-Bang’, de una pureza creativa inaprensible y que parecían diluirse paulatinamente en un sonido olvidado, primigenio, precario.

‘¡Prendan las luces, prendan luces!’, solicitaba Garrett, mientras el recital se había transformado en una fiesta que se renovaba cada vez que se presentía su desenlace definitivo. ‘¿Uno más?’, inquería el músico y el público, que pedía a gritos otra oportunidad para liberarse de la carga acumulada de estrés citadino, no podía negarse, por más cansado que estuviera de bailar y saltar al borde el del escenario. Hasta que a las 11:00 p.m. se escucharon las notas finales del carnaval anticipado desatado por Kenny Garrett en Panamá.

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