- 09/05/2010 02:00
Además de verduras, enlatados, carnes y otro tipo de comestibles, en la cocina de la casa donde creció Ruth Sinán Domínguez Laws se almacenaba otro tipo de alimento: uno que estaba destinado a la mente y al espíritu. Tanto para ella como para el resto de su familia los libros eran tan accesibles como un tazón de azúcar o un tarro con mantequilla. La mesa del comedor familiar estaba rodeada por novelas, poemarios, antologías de cuentos, etc. En esta residencia, ubicada en la calle 94 de San Francisco, el escritor tabogano Rogelio Sinán guardaba las obras que había reunido a lo largo de toda una vida consagrada a la literatura. “En la casa los libros estaban mejor que nosotros”, menciona Ruth, una de las tres hijas que el afamado autor de “La isla mágica” y “La boina roja” tuvo con su segunda esposa, Ruth Laws.
Los cuidados que el ganador en tres ocasiones del Premio Ricardo Miró tenía para con sus libros llegaban hasta el punto en que el aire acondicionado que tenía instalado en su estudio rara vez se apagaba. De esta forma, buscaba preservar los cientos de volúmenes que atesoraba en su biblioteca. “Sufría cuando iba a sacar un libro y se daba cuenta de que se lo habían comido las polillas. Solía decir: ′las polillas de Panamá son las más cultas que he visto, se comen los libros′”, rememora Ruth, quien es consciente del sacrificio que tuvo que hacer su célebre padre para adquirir estos ejemplares con el escaso salario que devengaba como profesor de español.
SALÓN PARA EL RECUERDO
Hoy en día, si Sinán estuviera todavía con vida seguramente se sentiría a gusto en el interior refrigerado del edificio tres en el campus Victor Levi Sasso de la Universidad Tecnológica de Panamá (UTP). El aire acondicionado mantiene el interior de todo el inmueble a una temperatura agradable, incluyendo el “Memorial Rogelio Sinán”. Tras una puerta de vidrio, se encuentra una reproducción del estudio que Sinán tenía en su residencia, incluidas las paredes de corcho cuyo objetivo eran evitar que el creador se distrajera con los inoportunos sonidos del mundo exterior.
A este espacio de 3.80 por 3.80 metros se ha trasladado parte de la extensa biblioteca del intelectual, la cual fue donada por su familia a la UTP junto con aproximadamente 15 cajas que contienen documentos, entre los que se encuentran cartas y artículos que versan sobre la obra de quien fuera bautizado en 1902 con el nombre de Bernardo Domínguez Alba.
El poeta y cuentista Héctor Collado, encargado del departamento de Coordinación de difusión cultural de la UTP, estima que a la universidad le fueron entregados entre dos mil y tres libros. Además de obras literarias, en los estantes de la biblioteca es posible encontrar objetos personales como lupas, zapatos, cortapapeles, un walkman que parece excesivamente grande si se le compara con los iPods de hoy en día, etc.
El inventario de este salón destinado al recuerdo incluye, además, máscaras africanas, un cuadro de un artista mexicano pintado sobre una corteza de árbol, un afiche conmemorativo del 450° aniversario de la fundación de la ciudad de Panamá, con fecha de 1969, una estatuilla tallada en madera de sexo indeterminado, entre otras pertenencias del literato.
En el centro de la sala se encuentra el escritorio en el que Sinán se sentaba frente a una máquina de escribir marca Olimpia, una de las tantas que el novelista, poeta y cuentista tuvo a lo largo de una trayectoria literaria que se inició en 1929 con la publicación del poemario “Onda”.
Como cuenta su hija, para Sinán corregir un texto era una labor verdaderamente artesanal, ya que no era muy fanático de las computadoras. “Utilizando una guillete, cortaba la palabra mal escrita y la reemplazaba con la correcta. ¡Dios mío, como ha avanzado la tecnología!”, exclama sentada en la silla favorita de su padre.
Ruth se levanta y camina hacia la pared de enfrente para examinar algunos de los múltiples reconocimientos recibidos por el autor de sus días. Una pintura reproduce en óleo sobre lienzo uno de las fotografías más conocidas del autor. L a imagen original descansa sobre una antigua silla de madera, que fue tapizada por el propio Sinán. A diferencia de los intelectuales de hoy en día, el poeta era un hombre laborioso, al que le gustaba trabajar no sólo con mente sino también con sus manos. “Mi papá empastaba libros y los cosía. Era buen cocinero y tapicero. Además de pintar, hacía también lo que eran las conexiones eléctricas en la casa. Era un hombre muy completo, el tipo de persona que lo que hace lo quiere hacer bien”, destaca Ruth.
Cada obra, cada objeto que Ruth toma entre sus manos arrugadas se convierte en una especie de talismán capaz de convocar imágenes del pasado. Extrae un libro, cuya tapa ha sido maltratada por el paso de los años. Lo abre. El tamaño de las letras es ínfimo, apenas perceptible. Ruth necesita el auxilio de una voluminosa lupa, que su padre utilizaba para leer en sus últimos años. “El se deprimió mucho cuando empezó a perder la vista a causa de la vejez. Su entretenimiento principal durante el día era leer y estudiar, además de recibir a amigos como el escritor José de Jesús ′Chuchú′ Martínez en la casa”, comenta Ruth, quien después de la muerte de Sinán en 1994 casi no volvió a entrar en el estudio, el cual se mantuvo cerrado con llave.
DE ROMA CON AMOR
Aparte de los libros antiguos, los documentos y fotografías que desencadenan la nostalgia, en el “Memorial Rogelio Sinán”, que fue inaugurado el pasado 21 de abril, se encuentran cuatros bustos: tres de ellos reproducen la cabeza del literato en diferentes edades, mientras que otro plasma las severas facciones de una mujer de nariz perfilada y cabello ondulado. “Fue su primera esposa. Se conocieron en Roma. Ella era concertista de piano. Cuando se la trajo a Panamá en el año ′24, ella se deprimió mucho porque acá casi no se hacían conciertos. Mi abuelo recomendó, entonces, que era mejor que ella se regresara a Italia, más mi padre no quería volver a salir de Panamá”, narra Ruth al observar el busto de la belleza romana. Recuerda que durante sus niñez escuchaba a su padre conversar en italiano a través del teléfono. “En el ′87, él regresó a Italia, más no la llamó. Decía que no quería perder la imagen de su hermosa esposa con la que se había casado años atrás”, señala la mujer que heredó las profundas ojeras y la nariz roma de su padre.
Hoy en día, los desaparecidos amantes continúan su eterno romance bajo la declinante luz de la tarde que penetra a través de una ventana cercana. En el lado derecho del salón, Sinán observa, desde la inmortalidad de un retrato, el busto de la que fuera su esposa italiana. Según Ruth, poseía unos hermosos ojos verdes, de los cuales el vate isleño se hizo eco en varios de sus versos.
Si bien Sinán perpetúo sus pasiones y obsesiones en sus libros, éstos a la vez también lo inmortalizaron a él. Pasar las lentas horas de una tarde en su estudio es, en realidad, una travesía inmóvil, estacionaria, ya que no sea realiza con los pies sino con la imaginación. Las páginas amarillentas y los fotografías en blanco y negro le permiten al visitante evocar las preferencias, inquietudes, logros y desvelos del que fuera un maestro de las letras panameñas.