VIAJE AL CORAZÓN DE MACHU PICCHU

Actualizado
  • 22/08/2010 02:00
Creado
  • 22/08/2010 02:00
uando el bus se detuvo como a las 4.30 am, deseé haber seguido rodando al menos hasta el amanecer. Me preocupaba que la estación de bus...

uando el bus se detuvo como a las 4.30 am, deseé haber seguido rodando al menos hasta el amanecer. Me preocupaba que la estación de buses de Cusco estuviera cerrada y que tuviésemos que esperar a la intemperie a los amigos que debían llegar a las seis. Mi miedo no era infundado. Una semana antes, en Santa Cruz, Bolivia había tenido que esperar a un bus al aire libre. Pero Perú no es Bolivia.

Ocho horas antes, Puno me había dejado una impresión leve aunque poco tranquilizadora de la diferencia entre ambos países. Ya no te daban facturas cuando usabas el baño, el ‘impuesto’ por usar el andén se pegaba al boleto y el bus que nos llevaría a Cusco eran tan moderno como puede esperarse. Aún así, hice el viaje temiendo la espera que, afortunadamente, nunca llegó.

Porque la estación cusqueña no sólo estaba abierta, sino que hervía con actividad y allí comprobamos otra diferencia entre Perú y Bolivia. No habíamos salido de la estación cuando ya un enjambre de personas nos acosaba para conseguirnos taxis, habitaciones y tours. En Cusco, sientes que todos quieren aprovecharse del turista y que tendrás que regatear hasta por agua. A la larga es agotador y frustrante.

No obstante, Cusco es una ciudad magnífica. Sólo con ver su Plaza de Armas, sus imponentes iglesias y su arquitectura colonial, es fácil entender porqué Perú era un Virreinato. El turismo parece estar bien organizado y los viajeros están hasta debajo de las piedras. Cusco es, antes que nada, la puerta a Machu Picchu y todos los viajeros que llegan a las ruinas se encuentran en algún momento. Si se mira atentamente, dicen los locales, se distingue a los que vuelven de la ciudadela inca por un brillo en el rostro. Machu Picchu no te abandona jamás.

NO ES COSER Y CANTAR

Visitar Machu Picchu no es coser y cantar. Lo bonito no es sólo llegar, sino el camino. Nunca fue ’descubierto’ (o ’invadido’ o ’profanado’, según se lea la historia) por los españoles. Estuvo ’oculto’ hasta principios del siglo pasado, cuando un campesino, Agustín Lizárraga, y un historiador estadounidense, Hiram Bingham, la dieron a conocer al mundo. Por eso el ’Camino Inca’ es tan o más importante que las ruinas mismas. El problema es que es largo, duro y tortuoso. Consecuentemente, la industria turística cusqueña ha inventado alternativas, desde el ’Salkantay’ –’Camino Inca’ más barato, menos largo y duro—hasta el simple y corto viaje en tren a Aguas Calientes, pueblo que yace a las faldas de Machu Picchu. Nuestras condiciones físicas, económicas y de tiempo nos decidieron por el ’Inca Jungle’, un camino de 4 días y 3 noches con descensos en mountain bike y caminatas extenuantes.

El viaje inició el martes al alba. Varias horas subiendo las montañas sirvieron para eliminar sueño o pereza. Dudo que haya paisaje más sobrecogedor y ‘ciertamente es lo más hermoso que he visto en mi vida’. Las montañas, con sus picos nevados, tenían incrustradas en sus faldas, zigzagueantes carreteras. En el punto más alto, comenzamos el descenso en bicicleta, una emocionante. La velocidad, el paisaje y el viento en la cara dan una sensación de libertad y placer difícil de describir. Con el cansancio que sucede al éxtasis, llegamos a Santa María a pasar la noche. Un pueblo en medio de la nada, pero con gente amigable y cerveza fría y barata. Al volver al hostal, unos obreros miraban embelesados la montaña. En ella se podía ver claramente cuatro rostros indios. Anonadados, reímos con ellos sin saber si soñábamos o alucinábamos. En esta tierra, fantasía y realidad se mezclan de manera incomprensible.

El amanecer dio paso a la dureza de las caminatas. Recorrimos unos veinte kilómetros por caminos terroríficos, donde un paso en falso podía ser el último. Paisajes majestuosos justificaban el riesgo. Berny, el guía, hablaba de los secretos de la civilización inca, sus caminos tallados en la montaña, su red de mensajeros o chasquis y, sobre todo, del enfoque con que construían, pensando en la eternidad y la naturaleza. Los caminos están hechos de la manera más difícil pero más duradera y los árboles fueron dejados en su lugar, aunque estuviesen en mitad del camino.

Orgulloso Berny contó de las ceremonias del 1 de agosto, día de la Pachamama (Madre Tierra), en las que participaba con su padre. En el ritual, el pequeño Berny sostenía tres hojas de coca, que simbolizan la trilogía inca. Janampacha, el cielo, son los espíritus y su animal el cóndor. Qaipacha, la tierra, es montañas, ríos, plantas, tiempo presente y su animal el puma. Ujupacha, los muertos y su animal la serpiente. Al unir las tres hojas, los quechuas realizan ofrendas en pago a la tierra por darles todo. La nostalgia se adivina en los ojos de Berny. ‘Agradecer a la tierra es importante. Dios perdona, pero la naturaleza no. Estas tradiciones se están perdiendo y también el idioma quechua’, dice con los ojos perdidos en los valles de sus antepasados.

BARRERAS QUE SUBSISTEN

Por la noche, en el pueblo de Santa Teresa, los turistas bailan y se emborrachan ante la mirada de los locales. Nadie lo comenta, pero hay una barrera invisible que separa ambos grupos. Es la barrera que separa al pobre del rico y al indio del blanco. La barrera de desigualdad social que seguirá condenando a Latinoamérica a la segunda fila mundial. Extraña vida la de los guías, pensé, que manejan diariamente grupos de personas inmensamente más ricas que ellos, pero con los que raramente se mezclarían, excepto para satisfacer su curiosidad.

Horas después iniciábamos la última caminata, hasta Aguas Calientes. Entrar caminando a este pueblo es fundamental, ya que el camino discurre por detrás de Machu Picchu y muestra la magnitud de lo que estás a punto de hacer. Por lo demás, es un pueblo sin pena ni gloria. Lleno a rebosar de turistas, con toda clase de tiendas y restaurantes caros. Basta hacer dos preguntas para encontrar el mercado donde comen los locales y conseguir un plato de comida casera seis veces más barato que en los restaurantes del pueblo.

Luego de una corta siesta iniciamos la subida a Machu Picchu. Cientos de turistas con cientos de corazones latiendo frenéticamente al mismo tiempo hacían el tortuoso camino tratando de normalizar su agitada respiración. El frío se desvanece y todos sudaban profusamente. Al llegar a la cima casi dos horas después, la satisfacción desaparece a la vista de la kilométrica fila y el frío sudor en la camiseta hace de la hora que resta para que abra el sitio y salga el sol, un verdadero martirio. Pocos minutos después quedamos en la lista de 400 afortunados que subirán a Wayna Picchu (’montaña jóven’ en quechua), la que se ve en todas las fotos. De hecho, el verdadero ’Machu Picchu’, o ’montaña vieja’, está justo detrás del fotógrafo.

Una vez dentro, cualquier penuria o frustración padecida durante la subida, la espera, el tour, o la vida misma se desvanece al ver esta maravilla. Los primeros rayos de sol se cuelan entre las escarpadas montañas y las bañan con un aura celestial. Grupos de turistas recorren embelesados los jardines, los templos y las casas, admirando cada piedra de este misterioso y fascinante lugar. Aquí y allá se oyen guías hablando todos los idiomas, desde el francés al japonés.

La belleza del lugar es sublime, sobrecogedora, alucinante. La energía positiva –debido a la abundancia de cuarzo, dicen—se pueden palpar. La ciudadela es mucho más grande de lo que uno imagina. En sus jardines pastan elegantes llamas que interactúan con los turistas. Uno no sabe por donde empezar a fotografiar, ni siquiera si es adecuado fotografiar esta belleza. En Machu Picchu tu mente deja de funcionar con normalidad. El tiempo vuela y uno baja con la sensación compleja, mezcla de satisfacción y culpa (por bajar ’demasiado temprano’), pensando en volver alguna vez. Seguramente ese es el ’brillo’ del que hablan.

Aún no está claro qué fue exactamente Machu Picchu. Se cree que iba a ser una ciudad especial – la construían cuando fue abandonada – en donde residiría una élite astrológica y/o religiosa. Pero su historia, el lugar, la sabiduría y el significado de cada esquina, dejan ver que los que la construyeron tenían una conexión con la naturaleza más allá de nuestra comprensión, una naturaleza que cubrió la ciudadela con su manto y quiso que permaneciera intacta hasta hoy. Los incas, como la mayoría de los pueblos del Nuevo Mundo, estaban por detrás de la civilización europea en algunos sentidos. Pero había algo que ya sabían, algo que nuestro occidentalizado mundo aún no ha aprendido y que es vivir en armonía con la Madre Tierra. Cómo poder traerlos de vuelta para que puedan contarnos los secretos que yacen enterrados en ruinas como Machu Picchu. Cóndor, puma y serpiente... quizás es tan sencillo como eso.

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