Engomados y metidos ya en cuaresma

Hermano, tú estás loco si crees que a estas alturas todavía me quedan energías y ganas para carnavalear, culequear, beber guaro como est...

Hermano, tú estás loco si crees que a estas alturas todavía me quedan energías y ganas para carnavalear, culequear, beber guaro como estúpido y llegar hecho una piltrafa a la casa. Eso fue lo que le contesté a un amigo capitalino que me invitó a meterme en pleno centro del parque de la ciudad de Las Tablas, y para quien los carnavales son casi una novedad, pues ha ido a celebrar los excesos de la carne apenas en dos o tres ocasiones. En fin, un neófito en estas lides.

Compa, proseguí, yo carnavaleé desde los quince hasta los veinticinco años de edad, sin parar, diez años seguidos, y no solo los cuatro días tradicionales, sino once días en fila, si contamos las prácticas de las murgas previas al viernes de coronación, a las cuales uno va, básicamente, a tomar un par de pintas o cuanto trago se le ponga a uno enfrente, una sola juma serenita y bonita, sin culpa y llena de música; eso, una borrachera llena de música, de padre y señor nuestro; pero ya está bueno, compa, créame, ya yo no estoy pa’ eso; usted, mi hermano, vaya y métase su par de botellas de seco o ron; ande, grite ¡agua, agua!, mójese, goce, orínese en el parque Porras y sea runcho y cochino, enlódese, coma carne en palito, cómprese una pistolita de agua y moje nalgas, métase a la tuna, quede embarrado de huevo, júmese y olvídese hasta de su nombre y haga espectáculo, amanezca el miércoles de ceniza sin un real en el bolsillo y con una goma moral del tamaño del mundo y regrésese a la caótica ciudad de Panamá derrotado pero satisfecho de haberla dado rienda suelta al ardor de la piel y sus placeres.

Yo me iré al río, pa’ la playa, o me quedaré leyendo en casa, tocando guitarra, componiendo canciones o pensando en alguna que otra novela sin terminar. Tal vez, aunque no me anime a ir al centro del parque, saque tiempo de tomarme uno que otro trago en familia, con mi mujer, la cual nunca ha carnavaleado pero que, por fortuna, tampoco le interesa ver el pueblo de Las Tablas vuelto un infierno de gente y falso glamour.

Igual, tal vez, ella y yo podríamos sacar tiempo para entregarnos a los excesos, pero en la privacidad de nuestras llamas, porque infiernos tenemos ella y yo solitos de sobra. Tal vez, mi dibujante y yo formemos nuestro propio jolgorio de gritos y decepciones, para luego amanecer casi pero no del todo muertos; con llamitas de esperanza en nuestros corazones, para luego renacer de las cenizas el mismo miércoles de ceniza en el que usted, compadre, estará viendo el entierro de la sardina en medio de una lucha absurda por ser la tuna más alegre, la más quemacuete, y con la reina más bonita.

Vaya, compa, vaya; yo, le digo, me quedo aquí con mi hembra. Lo más seguro es que amanezcamos hechos moretones, como digo en algún poema no viejo sino más bien borracho. Un poema borracho, como yo lo fui muchas veces. Luego me dirigí a Kat y le pregunté: ¿quieres fotografiar el cementerio de los carros alegóricos una vez haya concluido todo y el pueblo vuela a la normalidad? Sí, claro, me contestó, me encantan los cementerios. ‘Lo sé, hermosa, lo sé’, le respondí acariciando su rostro aún vivo.

MÚSICO Y POETA

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