- 24/01/2016 01:00
Cuando me enteré la vi claramente, sí, la visualicé sobre un fondo de pirámides, o poniendo orden y diciendo verdades como puños sentada en una silla de ruedas. La vi. Y luego me entraron sudores fríos.
He leído las elucubraciones sobre las metas a cumplir en lo que le queda de legislatura, el Teatro Nacional, Colón, el Museo Antropológico… Pero leí la primera, y después de leer la primera todas las demás se van diluyendo en nieblas despistantes: la Catedral, ese es el quid. El templo mayor, la seo. Allí donde los prebostes encumbrados se reunirán en pan, de carne de cordero divino, amor, del Espíritu Santo, y compañía, de todos los santos, para cantar alabanzas y loas al triángulo oculado.
Nadie piensa en la importancia de mantener el legado de patrimonio inmaterial de los cucuás, por ejemplo. O transmitir los conocimientos de la arquitectura tradicional indígena. O los fuertes coloniales del Pacífico darienita. Nadie se preocupa de averiguar dónde están las columnas de níspero retiradas de la iglesia de La Mercé, Las piezas de los pecios saqueados a nadie le interesan. Nadie tiene el más mínimo interés en nada que no sea poner bien bonitas las iglesias del Casco Antiguo, con lujo, esplendor y donaire, y de tratar de que el Teatro Nacional no se les caiga a ellos. Por lo que estoy viendo no les importa lo más mínimo poner en marcha un plan para mantenerlo y conservarlo. Lo único que quieren es emparapetarlo para que resista hasta la siguiente legislatura, y que el que venga detrás vea qué hace con las ruinas.
Ya han pasado 18 meses de gobierno y aún no hay un plan de manejo adecuado y real para organizar y poner en marcha un museo arqueológico nacional que esté a la altura de la absolutamente magnífica colección precolombina que existe. Ya estamos tarde para poder abrir una exhibición permanente decente, y nadie va a montar algo que inaugure su continuador, así que a estas alturas nos podríamos dar con un canto en los dientes con que alguien inaugurara cualquier cosa, una exhibición temporal, una muestra, algo.
Eso sí, el Desfile de las Mil Polleras es, y será siempre, un despliegue de lujo y esplendor, las mujeres con su ‘prendererío' y sus tembleques, con los hombres zapateando. Para eso siempre habrá recursos.
Y allí quiero ver a la nueva directora. Pena me da, en serio. Preocupada estoy. Tan gran tarea y tan pocas ayudas que vas a encontrar, señora directora. Me pondría a sus órdenes si supiera que iba a servir de algo. Por lo visto lo que va a encontrarse son zancadillas y mucho ruido y pocas nueces.
La veo a usted cantando en un balcón, llorando por aquello que se cae, que se derriba, (¡ah, Hotel Central de mis amores!), tratando de convencer a alguien, a quien sea, de la necesidad de mantener, de cuidar, de enseñar, de recuperar. La veo, brazos extendidos hacia el cielo, lágrimas de dolor corriendo por las mejillas, arando en el mar.
No llores por mí, cultura. No llores por mí, ya tenemos aquí ratones gigantes volando por los cielos, princesitas de cuento de hadas y los carnavales a la vuelta de la esquina, con mucha agua, como debe ser, porque Panamá es un país con mucha agua y mucho patrimonio, agua que se desperdicia y patrimonio que se pierde.
Panamá no se merece los políticos que tenemos. Se merece tener un patrimonio cultural puesto en valor. Y no solo una iglesia catedral con un suelo ajedrezado. Porque muchos de nosotros no somos católicos.
MÓNICA MIGUEL FRANCO