Para gustos, los algoritmos

Actualizado
  • 27/05/2018 02:00
Creado
  • 27/05/2018 02:00
Tal vez, nuestro gusto personal sea cada vez más un ‘remix' de lo que nos recomiendan los algoritmos informáticos

Dicen que en cuestión de gustos no hay nada escrito, pero en los tiempos que corren, puede que ya no sea tan cierto. Recordemos que en los años 90, las uñas decoradas eran mal vistas en ciertos estratos sociales de Panamá, pero un buen día de 2010 apareció Pinterest y de pronto estaban en todos lados. Algo similar sucedió con los tatuajes, las plantas suculentas, las barbas, los foquitos navideños en patios y restaurantes, el veganismo, los famosos jugos detox , los superhéroes de Marvel e inclusive los gatos. Así podríamos pensar en tantos ejemplos de modas, prácticas y estilos de vida que repentinamente nos llegaron con el estallido de las redes sociales; nada raro si consideramos que hoy en día pasamos tanto tiempo conectados a ellas, que tal vez nuestro gusto personal sea cada vez más un remix de lo que nos recomiendan los algoritmos informáticos.

Podría decirse que algo similar ya había sucedido después de la Segunda Guerra Mundial con la llegada de los medios masivos, que también marcaron un punto de inflexión en la comunicación, en la formación de opiniones y subjetividades. Sin embargo, las redes sociales rompen con la dinámica unidireccional de los medios tradicionales y terminan de desplazar el concepto de un espectador pasivo, en tanto permiten que los usuarios interactúen e influyan en los contenidos que consumen. Pero además, los teléfonos inteligentes dan a los entornos virtuales una abrumadora ubicuidad espacio-temporal con un impacto homogenizador —o globalizador— sobre nuestros hábitos de consumo, prácticas y discursos, de una manera aun más precisa con la ayuda de códigos informáticos que parecen abstractos, pero que se materializan por medio de algo tan personal y subjetivo como el gusto. Así, las redes se erigen como un espacio de socialización tan importante como la escuela o la familia, con sus propias estructuras y dinámicas.

Si bien el gusto es una expresión individual de identidad y personalidad, éste parece desarrollarse de manera arbitraria e inconsciente; por eso nos cuesta tanto explicar racionalmente una preferencia por el rojo en lugar del turquesa, o por el punk en lugar del reggae. Es una especie de enigma que ha sido explorado por diversas disciplinas como la sociología, el psicoanálisis y la filosofía, particularmente la teoría estética. Para el filósofo italiano Giorgio Agamben, el gusto es una capacidad humana entre el conocimiento y el placer, entre lo racional y lo sensible; sin embargo, éste no se desarrolla aisladamente, sino que está determinado por lo social.

Al respecto, el trabajo del sociólogo francés Pierre Bourdieu es especialmente esclarecedor. Sus teorías (nutridas por el pensamiento de Karl Marx y ampliamente influyentes en el desarrollo de la sociología de la educación y de la cultura) plantean que existe cierto tipo de conocimiento y de expresiones estéticas que adquirimos en relación al entorno de clase en el que nos formamos, al que Bourdieu llamó ‘capital cultural'. Este tipo de capital comprende el nivel educativo, los modos de vestir, de hablar y el acceso a la cultura; es decir, los recursos no económicos que influyen en la movilidad social.

En el contexto de las redes, podría decirse que la circulación de información se traduce además en la circulación de este tipo de capital (específicamente, del subtipo que comprende bienes culturales como libros, música, cine, humor, entre otros), lo que de cierto modo alimenta la ficción de que existe mayor igualdad, de que ya no hay clases sociales (hoy un concepto erróneamente considerado desfasado y ‘de mal gusto'), porque se supone que tenemos acceso a los mismos bienes culturales y a las mismas posibilidades de expresarnos. Sin embargo, en las redes se reproducen las mismas divisiones que existen en la realidad material, y la forma en que nos moldean los algoritmos a través del gusto, no es más que otra manifestación del llamado soft power .

También podríamos preguntarnos si existen posibilidades de resistencia cultural en las mismas redes que nos estandarizan, pero el hecho es que la virtualidad de las redes no es tal, pues su efecto en la realidad fuera de ellas es claro y contundente (¿o es que existe un ‘afuera'?). Para muchos no parecerá importante o siquiera incómoda la manera en que las redes sociales impactan en nuestras vidas, pero para quienes sí tenga alguna relevancia, sólo restaría abandonarlas del todo (como comienzan a hacer algunos) o desarrollar una conciencia crítica que les permita procesar y —tal vez— minimizar los efectos del aluvión.

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