La independencia de Panamá y la identidad transitista

Actualizado
  • 03/11/2019 00:00
Creado
  • 03/11/2019 00:00
Es casi seguro que pocos países hayan debatido tanto y durante tanto tiempo sobre su identidad, origen y destino como Panamá. Son menos ya, pero todavía algunos opinan que este país no es realmente una nación
La independencia de Panamá y la identidad transitista

A ciento noventaiocho años de haberse independizado de España, a ciento dieciséis de haberse independizado de Colombia, a veinte de haber desmontado el “último” enclave colonial de su territorio, en algunos círculos intelectuales de Panamá todavía se niegan a celebrar con un grito de júbilo el 3 de noviembre.

En vez de reunirse para gritar ¡Viva Panamá! algunos intelectuales ocupan las tribunas para ventilar viejas rencillas, incluso personales, o para asolear algunos trapos sucios vinculados al nacimiento de la república.

Es casi seguro que pocos países hayan debatido tanto y durante tanto tiempo sobre su identidad, origen y destino como Panamá. Son menos ya, pero todavía algunos opinan que este país no es realmente una nación. Hasta hoy algunos más osados dicen que es un invento de Estados Unidos.

Gracias a debate tan prolongado hay pocos resquicios que explorar respecto al acto de independizar a Panamá de Colombia. Los protagonistas, todos, incluyendo nacionales y extranjeros, han sido expuestos a la vindicta pública, se les ha dicho de todo, lo bueno, lo malo y lo feo, con o sin razón.

Pero, nadie a estas alturas puede negar que, tanto los unos como los otros, actuaron en función utilitaria, nada metafísica, validados por la naturaleza de sus liderazgos históricos, y sobre todo imbuidos de una ideología concomitante con la naturaleza de sus intereses: el capitalismo.

¿Qué intereses estaban en juego al fraguarse la separación de Panamá de Colombia?

Por una parte, los inversionistas franceses, con Bunau-Varilla a la cabeza, hacían lo imposible por recuperar sus inversiones después de la bancarrota.

Y si los norteamericanos bajo la batuta de Teodoro Roosevelt veían la oportunidad de controlar la estratégica zona de la ruta en sus vertientes económicas y militares, los empresarios panameños tampoco se quedaban atrás.

En ese sentido, la conducta de estos panameños está codificada históricamente. La explicación es muy lineal y sencilla: desde que los ascendentes genéticos de los promotores de la independencia y separación de España y Colombia respectivamente se instalaron en el Caribe y Pacífico panameños, en las ciudades terminales de la zona de la ruta, la cuestión era servir y servirse del comercio trasatlántico: un incuestionable y legítimo modo de supervivencia determinado por la existencia de la franja terrestre más angosta entre el Atlántico y Pacífico y por el desarrollo de las fuerzas productivas mundiales.

La opción más obvia de supervivencia e iniciativa empresarial en esa zona específica del continente tendría que relacionarse con el trasiego de mercaderías de un océano a otro. Quien diga lo contrario no ha vivido en este país. O es ingenuo.

Se debe suponer en consecuencia que los empresarios panameños involucrados en la gesta separatista —independientemente de los imponderables afines a toda actividad conspirativa y sobre todo a la impronta imperial— tenían muy en cuenta la importancia de la construcción de la vía interoceánica en relación con sus inmediatas y futuras inversiones. Eran hombres de negocio, pensaban, vivían y actuaban como hombres de negocio. Eso no los descalificaba como patriotas.

Por esa razón, en 1821 y 1903 los empresarios asentados en Panamá, ya panameños, simplemente hicieron lo necesario para ejecutar ideas tan antiguas como las que motivaron los viajes de Colón, o las ferias de Portobelo, o la cría de burros para atravesar el Camino de Cruces.

¿Se los debe descalificar a los llamados próceres por esto? ¿Son incompatibles o complementarios el interés por los negocios y el amor al terruño? ¿Podrían pensar de una manera distinta a lo que eran? ¿Sin pensar como pensaban, en los beneficios que podrían obtener, podían imaginar la independencia de España, primero, y la separación de Colombia después? Nadie piensa como lo que no es.

Lo abstracto, el amor a la patria, lo concreto, el hacer negocios, ¿son incompatibles? Sin duda se trata de sentimientos entrelazados, coherentes y sostenibles en todo sistema organizado de supervivencia.

Lo primero que hay que tener en cuenta es que detrás de todo acto político existen intereses y existen liderazgos, seres de carne y hueso, tangibles, vinculados al entorno de supervivencia llamado sociedad. Se distinguen de los demás porque, en determinadas coyunturas históricas, heredan las iniciativas que otros —aunque quisieran— tienen vedadas.

Esos liderazgos no se improvisan, no los incuba la casualidad, no nacen por generación espontánea, no llegan de ninguna parte y dicen «aquí estamos». Los origina su vinculación histórica con las fuerzas productivas y el poder.

El origen de esos liderazgos en América, de esa mentalidad, de esa visión pragmática y utilitaria del mundo, podría rastrearse a partir del momento en que Cristóbal Colón —un arquetípico hombre de negocios— levó anclas e izó velas en Puerto de Palos con el propósito de crear una ruta comercial hacia las indias orientales. Allí empezaría singular esta bifurcación de la historia en la que se vería envuelto irremediablemente el Istmo de Panamá.

El antagonismo entre españoles de allá y españoles de acá tendría explicaciones hasta biológicas si quisieran dárselas. La ruptura del cordón umbilical sería la metáfora que mejor se avendría para simplificar esta postura natural. Pero mucho más apegada a la verdad sería aquella explicación que toma como causas reales de los conflictos los intereses creados, los que tiene que ver con la actividad productiva, con el comercio, con el control individual de la riqueza, con el espíritu capitalista, con el irrefrenable deseo de apropiarse de los bienes naturales y sociales, con el control del poder político.

En resumen: la actividad colonial en Panamá, en la que intervinieron aborígenes europeos, naturales de América y africanos —unos como dominantes y otros como dominados— con el transcurrir del tiempo generaría cuatro bifurcaciones biopsicosocioculturales, fáciles de identificar. Quien no ve estas estructuras socioeconómicas y psico culturales es porque no quiere.

A la una, a la hegemónica, se la denomina transitista. La otra, en un segundo plano de hegemonía, se vincula a la actividad agropecuaria e industrial. La tercera, la marginal, ubicada en la periferia de los centros transitistas y agrarios recicla los códigos del cimarronaje de los primeros tiempos, con los peligros que conlleva en nuevos escenarios históricos. La cuarta, la excluida, está conformada por los llamados indios.

Estas estructuras están allí, a la vista de todos, en espera de que los liderazgos actuales entiendan la dinámica de su funcionamiento, su origen y códigos internos, de manera que los llamados planes de desarrollo nacional no sigan siendo como hasta ahora el parto de los montes.

El modelo socioeconómico introducido por los capitalistas de primera generación en América, particularmente de Panamá, originaron estas cuatro estructuras. A pesar de su evolución, a pesar de las mixturas socioculturales, a pesar de los periodos de bonanza, incluso a pesar de las buenas intenciones de gobernantes de distinto signo, el sistema, atrapado en su propia esencia, no permite cambiarlas.

El nuevo comienzo vinculado a la ampliación del Canal, en un escenario controlado por corrientes neoliberales, así como la estrategia de las transnacionales encaminada a controlar las fuentes energéticas del mundo, ofrece opciones de enriquecimiento sin precedentes a las descendencias de aquel pequeño grupo de precapitalistas asentados en las costas de los océanos Atlántico y Pacífico del Istmo, mismos que optaron por separarse de España en 1821 y por separarse de Colombia en 1903.

La estrategia de desarrollo basada en la visión transitista —excluyente respecto a las estructuras agrarias, marginal y excluida— podría crear óptimas condiciones como para que una marginalidad estructural, cuya configuración alrededor las ciudades de Panamá Y Colón es obvia, en un contexto de pobreza sostenida, emerja como un poder disociador y violento sin precedentes, la paupetocracia [poder de los pobres].

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